(Ilustración: Raúl Rodríguez)
(Ilustración: Raúl Rodríguez)
Diego Suárez Bosleman

Por primera vez en 300 años, no hay ni una sola persona viviendo en Barbuda, una isla ubicada al sureste de Puerto Rico. El huracán Irma –el más fuerte registrado en el Atlántico– destruyó a inicios de setiembre el 95% de las construcciones del lugar, haciéndolo inhabitable. Sus 1.800 residentes evacuaron a la isla de Antigua, a 48 kilómetros de distancia.

Para especialistas que conversaron con El Comercio, los habitantes de Barbuda son un ejemplo de refugiados ambientales, personas que se ven obligadas a dejar su lugar de origen debido a efectos del cambio climático. Y advierten que este tipo aumentará.

–Un panorama preocupante–

“Lo que hace el cambio climático es incrementar la frecuencia de los desastres naturales, los hace impredecibles y aumenta su intensidad”, le dijo a este Diario Patricia León-Melgar, directora del Fondo Mundial para la Naturaleza en el Perú (WWF Perú), quien señala que eso se ha podido presenciar con los huracanes Harvey e Irma. Datos de la Organización Internacional para las Migraciones –que dan fuerza a estas afirmaciones– concluyen que en los últimos 30 años se han triplicado las sequías y las inundaciones.

Teófilo Altamirano, ex profesor principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y autor del libro “Refugiados ambientales. Cambio climático y migración forzada”, comenta que las más recientes investigaciones estiman que este panorama climático ya ha generado entre 50 y 60 millones de este tipo de refugiados, cifra que supera al número de los desplazados por razones políticas, étnicas y religiosas. Es más, aunque este término no ha sido del todo aceptado por las autoridades internacionales, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) alerta que en los próximos 50 años el número de este tipo de refugiados llegaría a los 250 millones.

–Buscando seguridad–

La línea entre desplazados ambientales, políticos, económicos y religiosos es todavía muy tenue. Por ejemplo, para Altamirano, los refugiados en Siria podrían ser considerados parcialmente refugiados ambientales. Y es que este país es azotado desde hace 8 años por una sequía vinculada al cambio climático. Al no tener agua ni seguridad alimentaria, se mudan a las ciudades, en donde existen conflictos sociales, políticos y una guerra civil incesante. Lo mismo ocurre en Sudán, Somalia, Etiopía, Eritrea y Egipto. En cuencas entre Bangladesh e India, la sequía ha provocado el desplazamiento de 30 millones de personas, afirma León-Melgar.

–Realidad cercana–

El Perú no está libre de esta tendencia. De acuerdo con el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem), en los últimos 54 años el país ha perdido el 57% de su cobertura de glaciares, una importante fuente de agua. Del mismo modo, estudios del Instituto Geofísico del Perú (IGP) han comprobado que los períodos secos de la Amazonía –días en los que no llueve– se están haciendo cada vez más largos. Por ejemplo, si antes se tenían 60 días secos, ahora son 90.

Un estudio realizado por Altamirano y su equipo en comunidades de Piura, el Callejón de Huaylas (Áncash) y Espinar (Cusco) demostró que la falta de agua producto del cambio climático se ha vuelto un motivo para la migración interna. Para el experto, el país ya está experimentando fenómenos climáticos que obligarán poco a poco a las poblaciones a desplazarse, y estos refugiados ambientales irán a ciudades como Lima, en donde ya existe estrés hídrico, sobrepoblación y contaminación.

“Si las ciudades han crecido por las migraciones económicas, pues ahora a eso se va añadir el tema de los migrantes ambientales. Tenemos una ciudad saturada. Hay que prepararnos”, advierte el experto.

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