Una mujer sostiene una pequeña botella con una etiqueta de "Vacuna contra el coronavirus (COVID-19)" y una jeringa médica en esta ilustración tomada el 30 de octubre de 2020. (REUTERS/Dado Ruvic).
Una mujer sostiene una pequeña botella con una etiqueta de "Vacuna contra el coronavirus (COVID-19)" y una jeringa médica en esta ilustración tomada el 30 de octubre de 2020. (REUTERS/Dado Ruvic).
/ DADO RUVIC
Yerson Collave García

La información falsa o engañosa relacionada al abunda en internet e incluso en algunos medios de comunicación, donde se da espacio a personas que difunden todo tipo de teorías conspirativas respecto a la pandemia.

Uno de los casos más recientes en el Perú fue protagonizado por Rosa María Apaza, una persona que se presenta como abogada y presidenta de la Organización Médica Peruana de Investigación (OMPEI), quien ha llegado a afirmar en un canal de cable que las vacunas candidatas que se desarrollan contra el COVID-19 tienen como finalidad “convertir a los humanos en celulares”.

Rosa María Apaza, presidenta de OMPEI. (Captura Willax TV)
Rosa María Apaza, presidenta de OMPEI. (Captura Willax TV)

A continuación, analizamos estas afirmaciones:

1. Las vacunas ARNm no modifican el genoma de las personas

Rosa María Apaza, quien en las próximas elecciones, confunde diversos conceptos relacionados a la plataforma de vacunas de ARN mensajero (ARNm), que usan farmacéuticas como Moderna y Pfizer/BioNTech, que acaba de ser aprobada en el Reino Unido y que también se aplicará en el Perú.

“No necesitamos ser médicos [para comprender]. El solo hecho de pensar [en] que nos van a inocular genes nuevos… eso no es vacunación. La vacunación no es insertarte nuevos genes -asegura-. La consecuencia [de esta vacuna] es infertilidad. Las de Pfizer vienen con ARN mensajero, que nos van a introducir nanotecnología, nanopartículas. Es decir, aquí lo que quieren [es] convertir a los humanos en celulares, quieren que sean controlados a través de un pequeño chip”.

Lo cierto es que Pfizer/BioNTech utiliza el ARNm para llevar información del coronavirus a la célula. Una vez este mensaje llega a las células, estas producen una parte del SARS-CoV-2: la proteína S o Spike, que es la que permite al virus entrar en las células y replicarse en ellas. Al generar gran cantidad de esta proteína, el organismo la detecta como un agente extraño y produce una respuesta inmunitaria. Así, la persona tendrá anticuerpos y células T para responder a una verdadera infección causada por el SARS-CoV-2.

El coronavirus está formado por cadenas de ARN. (GETTY)
El coronavirus está formado por cadenas de ARN. (GETTY)

En la misma entrevista televisiva, la vocera de AMPEI presenta a Luis Marcelo Martínez, un conocido defensor de teorías conspirativas en Latinoamérica. Este biólogo aseguró en los últimos meses que las vacunas “generarán daños irreparable” en el genoma. En setiembre, reveló que Martínez no es presidente de la Sociedad Argentina de Genética como se presenta en sus videos.

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El ARNm no es capaz de modificar el genoma de las personas, porque para ello necesitaría incorporarse al ADN, lo cual es físicamente imposible, pues el proceso de producción de la proteína S se da en el citoplasma [parte de la célula que rodea el núcleo] y no en el núcleo de la célula, que es donde se encuentra el ADN de la persona. Incluso si el ARNm lograra ingresar al núcleo para incorporarse al genoma, la célula tiene una serie de complejos mecanismos que lo impedirían.

“Para generar un cambio en el genoma, el ácido nucleico (ARN) que usa la vacuna tendría que incorporarse en nuestro ADN. Y nuestro genoma es ADN y lo que se está inyectando es ARN. Son dos moléculas distintas. El retrovirus [como el VIH], por ejemplo, sí es un virus que se incorpora. Aunque es un virus ARN, la diferencia [con el coronavirus] es que ha evolucionado con la capacidad de convertir ese ARN en ADN, con ello es capaz de incorporarse. ¿Por qué el retrovirus tiene que hacer ese cambio? Porque su ARN como tal no puede incorporarse [al genoma] por sí solo”, explica a El Comercio Juan More, doctor en inmunología comparada de la Universidad de Alberta, en Canadá.

“No hemos llegado al punto de desarrollar una tecnología que sea capaz de manejar el comportamiento de los individuos, esa afirmación no tiene ninguna base científica”, añade.

2. No hay relación entre el 5G y el origen del coronavirus

Rosa María Apaza y su organización también aseguran -sin mostrar evidencia científica alguna- que hay una relación entre la tecnología 5G y el origen del SARS-CoV-2, una teoría conspirativa ampliamente difundida desde el inicio de la pandemia.

“Esto no es ningún virus, ninguna bacteria”, afirma y hace referencia a “estudios” poblacionales que, indica, habrían comprobado este nexo. El Comercio revisó las bases de datos científicas Scopus, Scielo, PubMed y Google Scholar y no halló estudios que respalden dicha afirmación, por el contrario, figuran que desmontan las teorías conspirativas, entre ellas la del 5G y el COVID-19.

El consenso científico actual es que el SARS-CoV-2 tiene un origen animal, es decir, al igual que diversos patógenos que han causado epidemias en el mundo, “saltó” de un animal huésped a los humanos.

Los investigadores apuntas a los murciélagos como los posibles reservorios del nuevo coronavirus. (Foto: Pixabay)
Los investigadores apuntas a los murciélagos como los posibles reservorios del nuevo coronavirus. (Foto: Pixabay)

El coronavirus adquirió -en un momento aún no identificado- la capacidad de infectar humanos y producir una enfermedad zoonótica llamada COVID-19. Un estudio publicado en la revista en febrero, al inicio de la epidemia, ya daba cuenta de que el animal huésped del SARS-CoV-2 era muy probablemente el murciélago, pues se comprobó que un coronavirus de este animal (RaTG13) comparte el 96% de su genoma con el nuevo coronavirus. Lo que los científicos investigan es si hubo un animal intermedio; es decir, si el coronavirus pasó primero a otra especie, probablemente un mamífero como el pangolín, y luego a los humanos, y no directamente del murciélago a nosotros.

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Además, todavía se investiga si realmente el mercado de Wuhan, en China, fue el lugar donde surgió el SARS-CoV-2. Por ello, una misión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) llegó en noviembre a este lugar considerado el epicentro de la pandemia para investigar los primeros contagios y así trazar la ruta que siguió la enfermedad hasta convertirse en una pandemia.

Al respecto, la investigadora de la Universidad de California (Davis) Marcela Uhart, quien dirige la rama latinoamericana de PREDICT, una iniciativa que identifica virus que puedan volverse amenazas pandémicas futuras, que “sí sabemos que el SARS-CoV-2 es parecido a esos virus que se encontraron en murciélagos y parecido a uno que se encontró en pangolines”, pero aún es fundamental hallar la relación directa, esa “ruta”.

3. Las vacunas se desarrollan en menos tiempo, pero cumplen los plazos

Otra de las aseveraciones de la vocera de AMPEI es que “estas vacunas [contra el COVID-19] no respetan los plazos ni mucho menos las fases clínicas de los ensayos clínicos experimentales” y que “no son seguras ni eficaces”.

La vacuna de Pfizer/BioNTech se desarrolló en apenas 10 meses. (GETTY IMAGES)
La vacuna de Pfizer/BioNTech se desarrolló en apenas 10 meses. (GETTY IMAGES)

Los proyectos de vacunas deben cumplir con diversas fases antes de su aprobación final. Hasta el momento, solo una tiene aprobación de emergencia para uso generalizado. Se trata de la vacuna de Pfizer/BionTech que recibió luz verde en el Reino Unido.

Como se conoce, en la mayoría de países, las vacunas candidatas deben superar primero la fase preclínica y luego tres fases clínicas (en humanos) en las que se evalúa su eficacia para prevenir la enfermedad y, a la vez, su seguridad, es decir, si no causa daño. Si se registra un evento adverso grave en algún participante, el ensayo se frena hasta que se determina -tras una investigación de un comité independiente de expertos- si este hecho fue producido por la vacuna, como sucedió con la candidata de AstraZeneca/Oxford o Johnson & Johnson. Ambos proyectos siguieron finalmente su curso. Es decir, las pruebas clínicas están ideadas para proteger a los participantes.

La de la OMS (actualizada al 2 de diciembre) muestra que en el mundo hay 51 candidatas a vacuna en pruebas en humanos, entre ensayos clínicos I, II y III. Y hay en total 163 candidatas en fase preclínica, es decir, aún no superan las pruebas en animales.

Debido a las circunstancias excepcionales actuales, los organismos regulatorios permitieron que las farmacéuticas adelanten procesos administrativos mientras se realizaban las pruebas de cada ensayo. De este modo, si la vacuna superaba la fase clínica I, por ejemplo, entonces todo estaba listo para que se inicie la fase II. Con ello, se redujo el tiempo que solía tomar estos trámites, que podían durar incluso años. En condiciones normales, se esperaba que se termine una fase para iniciar el procedimiento administrativo para solicitar continuar con la siguiente etapa. Es decir, no es exacto decir que no se han respetado los plazos, lo que sucedió fue que muchos de estos pasos se dieron de manera escalonada.

Diversas publicaciones de OMPEI han sido marcadas como 'información falsa' por Facebook. (Foto: Captura)
Diversas publicaciones de OMPEI han sido marcadas como 'información falsa' por Facebook. (Foto: Captura)

Como explica Mayo Clinic, “los ensayos clínicos son parte de los estudios que determinan si una intervención médica [en este caso una vacuna] debe pasar, o ‘trasladarse’, desde el laboratorio al cuidado habitual del paciente. En cada fase, el equipo debe responder preguntas distintas: ¿es segura la intervención? ¿Es eficaz? ¿Es mejor que otras ya existentes?”.

Al ser la abogada Rosa María Apaza la única cara visible de OMPEI, El Comercio solicitó al Colegio Médico la confirmación de si alguno de sus agremiados integraba dicha organización, pero no obtuvo respuesta hasta el cierre de este informe.

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