En Colcabamba, algunos escolares toman clases junto a Kipi, una robot. (Foto: Yerson Collave)
En Colcabamba, algunos escolares toman clases junto a Kipi, una robot. (Foto: Yerson Collave)
Yerson Collave García

A casi 3.000 metros de altura, en un distrito de Huancavelica donde el cielo es profundamente azul y las casas se agrupan en laderas de altas montañas, una habla en quechua con los niños. Conversan sobre los números, el coronavirus y la ciencia.

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Abel, un niño que vive en el distrito de Colcabamba, abre un libro y dice: “Hablemos en quechua”. Frente a él, está Kipi, una robot de grandes ojos azules y cuerpo plateado, que le pregunta por su nombre, por sus padres y traduce los colores del quechua al español.

Con una voz metálica que hace recordar a las robots de películas de los años 70, Kipi también relata cuentos y recita poemas, incluso canta en quechua.

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Por momentos, la pantalla que tiene en el centro de su cuerpo se ilumina para mostrar videos de la tabla periódica de los elementos, la generación de energía eléctrica y las partes del cuerpo humano.

Abel, alumno del colegio Santiago Antúnez de Mayolo, deja de hablar con Kipi para continuar con sus actividades del Kipilibro, un material educativo que se complementa con la robot. Luego de meses de escuchar clases en la radio y, por momentos, a través de un antiguo celular, hoy ha retornado -al menos por un momento- a su escuela.

“Con Kipi es bonito conversar. Me ayuda en los problemas difíciles [del libro]. Le puedo preguntar y me ayuda”, nos cuenta el niño de 10 años.

Abel vive en la con más quechuahablantes del país. Allí el 65% tiene esta lengua materna, además hablan español. Y para los niños aprender en su propio idioma le da más oportunidades de mejorar. Según destaca Unicef, las evaluaciones nacionales (ECE) en el Perú muestran que los estudiantes de habla quechua han mejorado su comprensión lectora en ambos idiomas cuando se les enseña en su propia lengua.

El profesor Walter Velásquez y dos de sus alumnos realizan clases al aire libre junto a Kipi. (Foto: Yerson Collave)
El profesor Walter Velásquez y dos de sus alumnos realizan clases al aire libre junto a Kipi. (Foto: Yerson Collave)

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Kipi fue creada durante las primeras semanas de la pandemia de COVID-19 en el laboratorio del profesor Walter Velásquez, un docente rural que ha recibido, entre otros reconocimientos, las Palmas Magisteriales del Ministerio de Educación. Doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional del Centro, hoy estudia Transformación Digital en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en EE.UU..

Sus alumnos, al igual que millones de escolares en el Perú y el mundo, tuvieron que quedarse en casa debido a la suspensión de clases por la crisis sanitaria. El gran problema, cuenta el docente, es que de los alumnos que tenía, muchos regresaron a sus comunidades alejadas, donde la señal de telefonía y radio no era buena, o las familias no tenían dinero para hacer recargas de datos móviles para sus celulares, y otras no tienen siquiera un dispositivo de este tipo en casa.

“Empezamos a visitar a algunos alumnos para alcanzarles materiales para que sigan estudiando. Una vez, en el camino, me encontré con una madre de familia que me pidió que la ayude, ya que ella no sabía leer ni escribir. Entonces, regresé al laboratorio y comencé a pensar en una idea. Tenía algunos materiales electrónicos y reciclados, y me pregunté: ¿por qué no hacer una robot? Y así empezó todo”, cuenta.

Así, un 20 de abril de 2020, surgió la primera Kipi. Solo tenía la capacidad de un celular y algunas opciones de respuesta, pero la idea del profesor Walter era que ayude principalmente en sus visitas a sus alumnos. La ventaja era que el material de estudio ya estaba en la robot.

Esa es la Kipi 1.0, como la llama el profesor Walter. Así, sin la necesidad de estar conectada a internet, Kipi ayudó a los niños en su proceso de aprendizaje, que era guiado por su creador.

“Técnicamente, mi padre es el profesor Walter Velásquez Godoy pero no es para tanto. Fui creada en Colcabamba, provincia de Tayacaja, Vraem”, dice Kipi cuando se le pregunta por su origen. Y es cierto, el lugar donde fue creada pertenece a los valles de lo ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), una zona de conflicto debido a los remanentes del terrorismo y la presencia del narcotráfico. Pero también un lugar lleno de niños que, antes de la pandemia, se movilizaban durante horas para ir al colegio o, incluso, se mudaban con sus padres a los pueblos más grandes para poder estudiar.

Walter Velásquez, docente de secundaria, ideó a Kipi en su laboratorio en el colegio Santiago Antúnez de Mayolo. (Foto: Yerson Collave)
Walter Velásquez, docente de secundaria, ideó a Kipi en su laboratorio en el colegio Santiago Antúnez de Mayolo. (Foto: Yerson Collave)

Kipi 2.0

Con opciones y recursos limitados todavía, el profesor comenzó a incluir fichas de aprendizaje que se complementaban con las funciones de la robot. En ese proceso, la compañía eléctrica Kallpa, operadora de la Central Hidroeléctrica Cerro del Águila, próxima a Colcabamba, se acercó al docente para sumarse a su proyecto, luego de que cada vez más personas comenzaron a conocer a Kipi.

Gracias a ello, ahora ya se cuenta con el Kipilibro, un texto complementario que sustituyó y mejoró a las fichas. Hay en este momento siete kipis con una capacidad de un procesador i5 de ocho núcleos, que les permite una respuesta más rápida e incluir múltiples capacidades en el tiempo. Tiene tanta capacidad como una pequeña computadora. Y cada mes el profesor le programa una actividad adicional, hoy puede ejecutar 18 tareas en total. La robot, además, tiene paneles solares que le permiten recargarse ante la ausencia de fluido eléctrico en algunas zonas. Con sus tres ruedas, puede moverse de manera independiente ante comandos de voz.

“No ha sido fácil. No existe software para desarrollar un sistema computarizado, menos de inteligencia artificial, en quechua. Es complicado. No existe, y eso es algo que te limita. Puedes programar en ruso, inglés, japonés… pero tampoco es imposible, se ha empezado a nucleizar ciertos componentes informáticos: poner texto, audio, etc. Eso ha permitido que la robot pueda responder en quechua. Eso es importante porque he notado que las nuevas generaciones están dejando de hablar poco a poco el quechua, y creo que es una situación de identidad no perder nuestros idiomas. Entonces, le dimos este aspecto de identidad y utilidad [a Kipi]”, explica Walter Velásquez, hijo de una bibliotecaria y un docente de matemáticas.

Kipi recibe mejoras constantes a su 'cerebro' robótico. (Foto: Yerson Collave)
Kipi recibe mejoras constantes a su 'cerebro' robótico. (Foto: Yerson Collave)

Pero el proyecto no solo es mejorar las capacidades de Kipi. Ahora se está desarrollando una aplicación para llegar a más alumnos y más lugares, ya que hay un número limitado de robots. En la app, los alumnos podrán chatear con ella y hacerle preguntas que se encuentran en el Kipilibro. La idea es que Kipi complemente las clases de más estudiantes.

Cada una de las robots ya disponibles serán repartidas a diferentes colegios de la zona, luego de una capacitación a los docentes que deseen sumarse al proyecto.

El lunes 30 de octubre el proyecto Kipi, cuyo libro ya ha sido avalado por la Ugel de Tayacaja, fue lanzado oficialmente. La robot fue presentada al ministro de Educación, Juan Cadillo, quien aseguró que “hay que masificar Kipi [en el país]”.

“Para nosotros es clave gestionar el conocimiento. Es decir, reconocer y sistematizar estas estrategias [como Kipi], de tal manera que se puedan compartir, y en función de ello acrecentarlas, compartirlas, validarlas, acompañarlas y hacerlas crecer”, nos dijo el titular del sector tras visitar el laboratorio del profesor Walter, que se encuentra en el colegio donde brinda clases de ciencia y tecnología.

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El profesor Walter, con Kipi en sus brazos, y sus alumnos retornar al colegio. (Foto: Yerson Collave)
El profesor Walter, con Kipi en sus brazos, y sus alumnos retornar al colegio. (Foto: Yerson Collave)

Es de tarde en Colcabamba. El profesor Walter carga a Kipi como si fuera una bebé y camina por una pequeña trocha junto con dos de sus alumnos rumbo a un lugar un poco apartado del pueblo. Luego de un rato, encuentran un lugar calmado y se sientan. Es cielo es azul y hay una gran nube blanca sobre ellos. Los rayos de sol iluminan todo lo que se alcanza a ver del valle. Entonces, ambos niños abren sus libros e inician de nuevo el proceso: le preguntan a la robot por los colores, por las partes del cuerpo, le hablan en quechua. El profesor les hace preguntas; ellos responden. Los cuatro conversan durante un rato. Pero ya es hora de volver a casa. Kipi también debe regresar al laboratorio.

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