FERNANDO VIVAS @arkadin1

Llamándolos malditos les damos un barniz literario a muchos sinvergüenzas que no se lo merecen. Si son hermosos, como Angie Jibaja y Jean Paul Santa María, el barniz brilla hasta confundirnos.

Por eso, quiero evitar esas concesiones con nuestro par de joyitas. Angie y Jean Paul no rompen esquemas como algunos malditos de novela, a lo más rompen vidrios y objetos domésticos cuando se bronquean. Y si lo cuentan en “El valor de la verdad” y en cualquier otro programa, es porque les pagan por hablar.

Tienen figura para el modelaje y talento suficiente para actuar o cantar; pero lo que más les rinde es prodigarse a los medios, convirtiendo su vida en un ‘reality show’ sin programación fija. Sus padres también entran en el juego rentable.

¿Quién tiene la razón? Angie, dirán, en alianza, machistas y feministas enterados de que hubo golpes de por medio y Jean Paul se desentiende de sus dos hijos.

Pero podría tenerla en parte Jean Paul, pues lo más probable es que los golpes hayan sido de ida y vuelta (¡Angie ha estado presa por pegarle a una mujer en una discoteca y no cumplir con las reglas de conducta que le impuso la sentencia en primera instancia!). Donde pierde cualquier simpatía es al admitir el cómodo abandono de su paternidad.

En el fondo, se trata de otra historia de aspirante a figuretti ligando con figuretti y peleando después. El treponismo mediático enerva y arruina todo. No veo mayor diferencia entre Jean Paul y Luisito Caycho o Andy V, ni entre Angie y Lucía de la Cruz o Susy Díaz.

¿Qué opinas de este duelo de verdades y mentiras?