FERNANDO VIVAS @arkadin1

Fue nuestro primer ‘cholo power’, en el mejor sentido que le puedo encontrar al término: cuando empecé a ver a Aristóteles en la tele, el cine y el teatro, me entusiasmó algo poderoso en él, como si con el personaje que le había tocado estuviera reivindicando a tantísimos mestizos excluidos de la blanqueada y segmentaria representación dramática del país.

Con Aristóteles descubrimos cuán atrasados estábamos en democratizar la pantalla. Y, claro, él lo había descubierto antes de hacérnoslo saber. Y creo que esa conciencia de su circunstancia actoral no afectó sus papeles, sino que los enriqueció. Aún cuando se relamía de insidia en su papel de Sinchi y termina arrojado al río, no pierde una residual dignidad. Tampoco cuando hizo de ridículo profesor de oratoria en “Amor serrano”. Por cierto, en ese par de papeles, brilló una especial cualidad de Aristóteles: su sabrosa dicción.

Como sus rasgos no eran de galán mestizo, cual Reynaldo Arenas o Hudson Valdivia, a Aristóteles le toco ser gran actor de composición, es decir, hacer suyos esos personajes que siendo secundarios eran especiales por ser villanos de carácter (el ya citado Sinchi), líderes de un grupo (el terruco en “La vida es una sola”) o personajes coloridos en varias telenovelas y piezas.

Hay que agradecer a directores como Eduardo Mendoza (en su película “El evangelio de la carne”) y Efraín Aguilar (en la pieza “Marat-Sade”) que le dieron papeles ajustados a sus limitaciones físicas y le permitieron prolongar su carrera hasta casi sus últimos días. Mis condolencias a sus familiares y amigos cercanos.