ENRIQUE PLANAS

Lo recuerda bien. Su primer día al aire en Panamericana fue el 13 de noviembre de 1983. Era el domingo de elecciones municipales en las que se impuso Alfonso Barrantes en Lima. “Era un mundo distinto, entonces había solo cuatro canales”, advierte Jaime Bayly al otro lado del teléfono, desde Miami. A 30 años de distancia, el periodista observa al muchacho “intoxicado de política” que ponía su rostro más serio frente a la cámara. “Me había memorizado mis líneas la noche anterior, estaba tenso, no había podido dormir. Entraba a laborar en una TV más casta, pudorosa y politizada”, dice.

Y menos cínica que la actual…Sí. Sabías cuál era la agenda de cada canal. Se respetaban formalidades que hoy se han perdido. Cuando veo imágenes de esos años de “Pulso” y “Panorama”, me impresiona el respeto por el televidente.

¿Sientes pudor al verte en esas imágenes de archivo?Es extraño. No te reconoces en esa persona. Yo veo a un joven revejido, intoxicado de política.

¿Tenías algún maestro influyente en Panamericana?Me marcó Enrique Chirinos Soto, quien ya había sido mi maestro en “La Prensa”. Al verme, pienso que estaba hablando igual que él. Fue mi modelo, más que Tealdo o Hildebrandt.

¿Qué recuerdas de la noche de tu entrevista con el candidato Alan García en 1985?Fue una semana antes de que él ganara. Su terapia de cura de sueño era la pregunta que todo el mundo quería formular. Recuerdo que dos compañeros en el panel, Guido Lombardi y Arturo Salazar Larraín, me decían que era un golpe bajo, que invadía la intimidad. Yo no quería que él ganara. Nunca he podido ser neutral y siempre termino atacando al que gana. Pensé que si le hacía esa pregunta lo iba a descolocar. No me funcionó, Alan ya estaba informado de que se la haría.

¿Había topos en el canal?Alguien me delató y él dio una respuesta perfecta. Esa pregunta cambió mi vida por los siguientes cinco años. Alan ganó y al poco tiempo me botaron del canal. Pero sigo pensando que cuando uno es candidato se justifica que la prensa investigue sobre tu salud. Es legítimo.

¿Qué programa recuerdas con más cariño?Hay una primera etapa, espesa y política, que va del 83 al 90, cuando pierde Vargas Llosa. Esos años los recuerdo con poco cariño. Pero, curiosamente, cuando perdió Vargas Llosa, me sentí liberado de la política. Entonces, el 91 y el 92 hice “Qué hay de nuevo”. Era un bufón, un payaso, como me llama Vargas Llosa últimamente. Y, la verdad, es que era bien farsesco el programa. ¡Pero nos divertíamos!

En esa época se advertía la influencia de Letterman…Ese programa lo copié de Letterman. Estaba absolutamente fascinado con él.

¿Cuándo encontraste tu estilo?Creo que cuando me mudé a Washington después del golpe de Fujimori. En el año 95 empecé con un programa en Miami, en Canal Sur, luego en CBS en Español. Esos cinco años me permitieron encontrar mi propio registro, al entrevistar a celebridades. Tuve el tino, que he perdido, de no meterme a opinar fogosamente de política. No sé cuándo el entrevistador se convirtió en predicador.

Eres el periodista de mayor influencia en resultados electorales. ¿Es un error mostrar una postura política tan evidente?Lo inteligente es, si tienes un programa influyente, no hacer campaña y tratar de dar una apariencia de neutralidad. Yo nunca he podido hacerlo. Además, hacer campaña por un candidato no sirve de nada.

LA CAMPAÑA CONTRA LOURDES FLORESEn el caso de Lourdes Flores, por ejemplo, tuviste mucho que ver en su última derrota.Sí, me ensañé mucho con ella. Siempre he cometido el error de confundir periodismo con política. Creo que lo más inteligente es lo que hace Federico Salazar, que entrevista a todo el mundo y no se mete en trincheras. A mí siempre me gana la pasión. Llevo 30 años haciendo TV y no creo que tenga arreglo.

¿Qué te motivó a atacarla así?Varias razones. Primero, Susana Villarán me parecía una candidata simpática, de izquierda liberal; en cambio, Lourdes me parecía una conservadora. En temas morales me identificaba más con Susana. Segundo, como soy un egomaníaco, me afectó mucho que en el PPC me dijeran que no se veía con buenos ojos que yo fuera candidato presidencial. Se me dijo que Lourdes no quería que yo entrara, que ya tenía su propio juego con Castañeda. Me quedé picón. Si en el PPC hubieran dicho: “¡Genial! Tú eres nuestro candidato”, seguramente la hubiera apoyado. Lo hice en dos elecciones presidenciales y pensaba que había hecho mis méritos para que me recibieran con un poquito de cariño.

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