Natalia Parodi: "El papá que merecemos"
Natalia Parodi: "El papá que merecemos"

La semana pasada se celebró el Día del Padre. Poco antes se había encendido la discusión sobre el aborto en caso de violación, a raíz de haber sido desaprobada la ley. Entre las distintas afirmaciones vertidas por todo tipo de personajes, llamaron la atención los disparates expresados por políticos desinformados e irresponsables. En ese contexto, el Día del Padre logró brillar, y sin querer, le bajó la temperatura a la discusión.

Yo tengo miles de cosas maravillosas que expresar sobre mi papá. Pero en ese momento me sentí extraña de hacer un paréntesis a este tema tan importante, tan urgente, para escribir un artículo en su honor y demostrarle públicamente en su día cuánto lo quiero. Lo conozco y para él cualquier momento en que se exprese el cariño es bueno. No necesita que yo intente quedar bien con él. Las cosas son lo que son, no lo que parecen. Eso lo aprendí de él y me lo deja en claro cada vez que puede. Por eso lo admiro. Por su coraje para mirar a la cara a las cosas y por su importante lucha en busca siempre de la verdad.

Unas de las preguntas que mi papá más me ha hecho desde chica es: «¿Y tú qué piensas?». La que luego solía complementar con: «¿Y por qué?». Siempre ha sido un hombre fuerte, de mente aguda y mirada profunda. Un señor serio, antes de barba y bigote, y todavía de voz grave y a la vez dulce. Un hombre fuerte y cálido a la vez. También tierno y juguetón, cuando la ocasión lo amerita. Y una de las cosas que más me gusta es que, como dicen los de su generación, ‘no entra en vainas’.

Cuando yo tenía 12 años, un día en el colegio se discutió sobre feminismo. No recuerdo bien por qué, pero yo dije que yo no era feminista porque mi papá no me daba permiso. Cuando llegué orgullosa a la casa a contarle cómo había mostrado que era obediente, él se desconcertó, y entre risas y seriedad, me dijo «¡Loquita! ¿Por qué has dicho eso?». Y me aclaró que él respetaba siempre mi opinión y que yo podía pensar lo que yo quisiera, y que yo debía saber por qué yo misma elegía una postura frente a las cosas.

Él me ha enseñado el valor de la verdad. Que puede doler pero no verla no significa que no esté ahí. Eso he aprendido. Y me ha costado mucho, pero me ha hecho entender lo importante que es pisar tierra, saber dónde uno está, conocerse, mirarse, entenderse. La importancia del diálogo interior. De trabajar en el mundo interno. De no engañarse. De amar y aceptar lo que uno es. Y de no caer en la tentación de ser atrapados por la seductora comodidad, que nos empoza en la mediocridad, en la conformidad y en una falsa y vacía felicidad.

Mi papá nunca me halaga gratuitamente. No me aplaude demasiado. Me expresa cuando le gusta sinceramente algo que he hecho, dicho o escrito. Si no está de acuerdo, no siente ninguna necesidad de decir lo contrario. Y yo lo acepto y lo valoro. Sé que su opinión es sólida. Tanto como su mente y su corazón. Además siempre que le nace y le provoca me llama para decirme que me quiere mucho. Y me quiere porque sí, no por lo que hago o dejo de hacer. Y yo lo siento y me llena el alma.

Por eso me permití salirme de la corriente el Día del Padre. Porque él hubiera hecho lo mismo. Atender lo urgente. No dejarse llevar por la corriente. No sentirse nunca forzado a nada. Ser libre y transmitir la importancia de que los demás lo sean. Tanto como las mujeres embarazadas a la fuerza merecen el derecho a decidir su destino y a elegir para sus hijos el papá que ellos merecen.

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