Natalia Parodi: "Nunca, siempre, nada, todo"
Natalia Parodi: "Nunca, siempre, nada, todo"
Natalia Parodi

Nunca me escuchas. Siempre me criticas. Nunca me ayudas en nada. Siempre haces lo que te da la gana. Todo lo tengo que hacer yo. Nada de lo que hago es suficiente para ti. Nunca me preguntas cómo estoy. Siempre dejas todo tirado, Jamás cumples lo que prometes. Nada se puede esperar de ti. Todo el tiempo es lo mismo contigo. ¿Alguna vez usaron frases como estas?

Estamos habituados a generalizar, especialmente en momentos de decepción, enfado y conflicto. Sobre todo cuando se trata de un problema que se repite. Reclamamos, exigimos, criticamos, expresamos al otro lo mal que nos sentimos nosotros. Y sin darnos cuenta recurrimos a palabras enormes como “nunca” o “siempre”, que transmiten la intensidad de nuestro gran malestar. Es entonces cuando comenzamos a hacer generalizaciones como los ejemplos mencionados al inicio, sin tomar en cuenta lo lapidantes que resultan.

El problema es que al hacer afirmaciones tan tajantes como esas, lo que logramos es acorralar al otro, ponerlo a la defensiva, ofenderlo, quitarle la motivación de esforzarse para estar bien con nosotros y conseguimos que enfoque su energía en salvarse él, y quizá que hasta comience a hartarse.

¿Recuerdan si tal vez de chicos les decían eso a ustedes? Quizá papá, mamá o alguna profesora que constantemente señalaba los errores que cometían, generalizando con “nada”, “todo”, “siempre” o “nunca”. ¿Y recuerdan la sensación que les dejaba?

Probablemente un poco de culpa, pero principalmente las ganas de que nos dejen tranquilos, el deseo de librarse de esa persona, de que termine de hablar rápido para irnos a jugar, sin ningún interés en escuchar el contenido de sus oraciones. ¿Por qué? Porque esas palabras extremas se usan para subrayar por enésima vez nuestras fallas y para restregar en la cara algo que ya se dijo antes. Es decir, resultan disco rayado. Y cuando uno escucha una y otra vez la misma crítica, llega un momento en el que ya no les presta atención y solo se desea que el tiempo pase veloz y que el sermón termine.

Es importante elegir la forma en que transmitimos el mensaje a nuestras parejas, a nuestros hijos, incluso a las personas que trabajan para nosotros. Es posible que estemos hartos de algunos de sus comportamientos, pero si queremos cambiarlo no será a punta de hacer sentir mal al otro. Además, es raro que algo sea tan absoluto.

Quizá ustedes no lo notan, pero puede haber intentos de parte de esa persona por ser más considerados, por hacer las cosas bien, por escuchar o ayudar más, por ser un poquito más ordenados, por preocuparse por nosotros.

Si se quiere lograr algo de ellos, la crítica dura, exagerada y melodramática no es el camino. Es posible que estés exhausto, decepcionado, resentido, y quizá con bastante razón. Pero prueba otra manera de decir las cosas que no sea aplastando al otro. No hay aquí un único consejo fácil que resuelva específicamente tu situación, pero prueba pidiendo lo que necesitas. Prueba explicando amablemente por qué lo necesitas, sin criticar. Intenta observar un poco más y tal vez descubrir que hay veces en que esa persona sí hace las cosas de forma más considerada o sensible hacia ti. Experimenta hacerle un reconocimiento bonito de las cosas que hace bien.

Si me dices que todo lo hago siempre mal, lo más probable es que yo ni siquiera intente hacerlo mejor. Si me pides por favor algo que tú necesitas, es mucho más probable que yo intente ayudarte -al fin y al cabo a todos nos gusta sentir que podemos alegrar a alguien-. Y aún mejor, si me dices lo bien que hago algo, lo más probable es que lo vuelva a hacer. Porque el reconocimiento nos hace sentir muy bien con nosotros mismos y nos motiva a repetir conductas que nos retribuirán con más reconocimiento.

Elegir las palabras adecuadas puede sorprenderte y darle a esas situaciones a las que no les tienes mucha fe, un giro inesperadamente positivo.

Contenido Sugerido

Contenido GEC