Natalia Parodi: "La soledad en la tercera edad"
Natalia Parodi: "La soledad en la tercera edad"
Redacción EC

Hace unos días salía del ascensor de un edificio y de pronto una hermosa mujer muy elegante, con pelo gris y ojos curiosos, me reconoció del programa de televisión que conduzco y se dirigió a mí. Me dijo algunas palabras amables sobre el programa y sobre mí y de pronto pidió: «hablen de la soledad en la tercera edad». En ese momento se le aguaron los ojos. Me dijo que no vaya a pensar mal, que sus hijos la visitaban, pero que su vida transcurría con mayor soledad que antes. La miré conmovida, le hice un gesto cariñoso y luego cada una siguió su camino.

No es la primera vez que mujeres mayores me hablan sobre esto. Otras me han escrito contando sus casos. Algunas se quejan de la ausencia de los hijos, otras se lamentan sobre la viudez, otras sienten la necesidad de estar más en contacto con sus amigas. Pero al final se trata de lo mismo: de cómo durante la vejez la soledad comienza a llenar sus vidas.

Me conmueve pensar en esas mujeres. Imagino que cuando tuvieron 20, 30 o 40 años vivían con intensidad su presente, sus amores, sus amistades, sus familias, hijos y trabajos, y no pensaban en lo que vendría, como seguramente es lo que me pasa a mí. Mucha de ellas me dicen ahora «disfruta a tu hija lo más que puedas, porque la vida se pasa volando» y yo lo sé, pero aún no lo siento tanto. Y al poco rato de oírlo, olvido su consejo y sigo con mi absorbente vida cotidiana.

¿Cómo seremos nosotras al llegar a la tercera edad? ¿Nos sentiremos solas? ¿Habremos cultivado nuestros vínculos de forma tal que no se olviden de nosotros? ¿Nos visitarán nuestros nietos tanto como nosotros visitamos a nuestros abuelos? ¿Los visitamos lo suficiente? ¿Seguiremos frecuentando a nuestros amigos? ¿O se habrán convertido en lejanos recuerdos?

Una vez leí una especie de cuento testimonial que circulaba por redes sociales, que decía: «Mantén a tus hermanas cerca. La vida pasa, los padres mueren, los hijos se van... pero tus hermanas siempre estarán ahí para acompañarte, apoyarte, sostenerte». Recuerdo esta frase y me quedo pensando… Tal vez, más allá de una cuestión de género, lo que nos transmite este mensaje es que debemos nutrir nuestros vínculos. No descuidarlos ni olvidarlos, sino acompañarnos mutuamente a lo largo del viaje de la vida. Hermanas o no, amigos, hijos, parientes o quien fuera. Personas con quienes disfrutamos y a quienes amamos.

Inevitablemente pienso también en lo ingratos que podemos ser. La vida continúa, estamos atareados, tenemos obligaciones: entregar el informe, recoger a los chicos del colegio, hacer las compras, ordenar la casa, ir al cumpleaños del amigo tal, no perdernos el estreno de esa comentada película. Y visitar a nuestros padres o abuelos se convierte en la última prioridad.

Quisiera planear mi vejez y lograr por adelantado que todos mis vínculos sean sólidos y que a mis hijos y nietos les provoque venir a verme porque les encanta estar conmigo y no por culpa ni obligación. ¿Pero cómo será realmente? ¿Es cuestión de voluntad o de suerte? ¿O de efecto  búmeran, donde recibiré de mayor lo mismo que entregué de joven? ¿Y se trata de combatir la soledad o de amistarnos con ella?

Regresa a mi mente el recuerdo de los ojitos de la señora del ascensor. Me pregunto cosas que no puedo responder, pero le deseo de todo corazón que logre sentirse mejor. Que no se aísle, que busque espacios de alegría, que tenga la suerte de que sus seres queridos se hagan más presentes, que ella encuentre compañía en un buen libro, que se reconecte con sus amigas, que se sienta libre de llamar a sus nietos para conversar unos minutos, que se atreva a contar chistes y se anime a tomar clases de taichí donde haya otros como ella buscándole la mirada. Que cuando eso suceda sienta conexión, compañía aunque sea por unos instantes. Y que esos ojitos vuelvan a brillar, pero ya no de pena sino con esperanza.

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