Natalia Parodi: ¿Cuándo ir a terapia de pareja?
Natalia Parodi: ¿Cuándo ir a terapia de pareja?

Daniel y Maribel están casados desde hace diez años y tienen tres lindos niños. Cuando nació su primera hija, Maribel se dedicó por completo a la niña y Daniel, aunque se sintió dejado de lado, la respetó y la apoyó. Al llegar los otros niños la crianza absorbió por completo a la pareja. Además los dos tenían que trabajar bastante para sol- ventar los gastos de una familia de cinco. Y, sin tomar conciencia de ello, se distanciaron. 

Después, ella intentó acercarse a él de nuevo pero no pudo reconectarse como antes. Intentó conversar con Daniel pero él estaba siempre ocupado y durante meses no tuvieron intimidad. Ella, preocupada, propuso ir a terapia de pareja. Él no le encontraba sentido. Decía que tenía mucho trabajo y que con el tiempo todo mejoraría. Le pidió a ella que no lo estresara más. Ella intentó respetar el pedido de él, aunque angustiada por dejar pasar el tiempo sin intentar soluciones. Y así pasaron meses y años, y todo siguió enfriándose hasta que un día se miraron a los ojos y se dieron cuenta de que se habían vuelto dos extraños viviendo juntos. 

Carla y Javier se casaron bastante jóvenes, porque a él lo becaron para una maestría en el extranjero, y logró hacer una carrera destacada como médico. Ella se dedicó a apoyarlo y se hizo cargo de la casa y de los niños. Al cabo de ocho años, ella empezó a sen- tirse deprimida sin saber por qué. Tenían una vida aparentemente linda, casa de playa, lindos hijos, una economía estable, una relación serena. Pero ella se sentía aburrida. Quiso estudiar actuación. A él no le gustó la idea. Ella necesitaba un cambio. Él propuso irse juntos de viaje. Y aunque la pasaron lindo, al volver el desánimo de ella tornó en depresión y las discusiones aumentaron. Ella resentía la falta de apoyo de él. A él le molestaba que ella cambie.

Luisa y Tato se casaron muy enamorados. Él, hombre de pocas palabras, era reservado, tímido y dulce. Ella extrovertida, espontánea y apasionada. Jugaban siempre con la idea de que los polos opuestos se atraen, convencidos de que eran una excelente combinación. Con el tiempo, sin embargo, cada vez que había un choque o discrepancia entre ambos, ella expresaba lo que pensaba y sentía, mientras él la escuchaba callado. Los largos monólogos de ella eran cerrados con su clásica frase de él: «tranquila, todo va a estar bien». Ella no llegaba a saber qué le ocurría a él y se desesperaba de su hermetismo. Luego de años de no lograr resolver nada, la relación colapsó. 


La idea de ir a terapia de pareja espanta a varios. «No necesitamos de un terapeuta, podemos (y tenemos que) arreglar las cosas nosotros mismos». Las parejas a menudo tienen la idea de que serán juzgados por el terapeuta y eso les causa desconfianza y rechazo. Y también temor de descubrir que algo falla. Por eso prefieren minimizar el problema: no sabrían qué hacer si un conflicto grave se develara. 

¿Cuándo una pareja podría beneficiarse de una terapia? Sí, cuando hay problemas. Pero también cuando algo deja de fluir. Puede ser muy positivo para alimentar el vínculo, la confianza y la comunicación. Es como hacerle mantenimiento a la relación.

Una terapia de pareja funciona no sólo para cuando hay problemas serios sino cuando ha habido alguna desconexión entre ambos, cuando se pelean mucho, o cuando han dejado de hablarse de sus sentimientos. Cuando lo que uno expresa el otro no lo entiende, o cuando alguno no expresa nada. 

El terapeuta es como el traductor, el que les recuerda que no es una batalla donde alguien gana y alguien pierde, sino que están ambos del mismo lado. El que vela por el vínculo más que por uno u otro. Como bien dice una frase que circula por estos días en Facebook, «no hace terapia quien tiene problemas. Problemas los tiene todo el mundo.

Hace terapia quien quiere resolverlos». Ir a terapia de pareja no refleja el fracaso de la pareja, por el contrario, la fortaleza de querer afrontar y resolver todo juntos. 

 

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