Natalia Parodi: "Ubícate"
Natalia Parodi: "Ubícate"

Daniela va con su bebe de 8 meses al supermercado a hacer compras. Un señor mayor la mira con el ceño fruncido y exclama “¡Espero que des de lactar a tu hijo!, si no se pone gordito”. Florencia acaba de sufrir una ruptura amorosa y está muy triste, pero va al lonche familiar ilusionada de encontrarse con sus primas después de mucho tiempo.

Una tía la reprende “¿Mamita, y tú cuándo te casas? ¡Se te va a pasar el tren! No seas tan selectiva”. Gabriela tiene 7 meses de embarazo. Ella y su esposo salen a comer con una pareja de amigos. De pronto el esposo de su amiga comenta durante la cena, conmovido, “Uuuy ¿supieron que la china perdió a su bebito? ¡Una pena! Estaba bien avanzado su embarazo”. Rafaela entra a la oficina de su jefa para dejarle el informe prometido. La jefa habla por celular, pero abandona su conversación y comenta, susurrando “¡Cariño! Qué apretado tu jean! Come menos panetón, ya viene el verano” y luego le da la espalda y continúa conversando por celular como si nada.

Yo no sé si es cultural o qué, pero la intromisión y el desatino no son raros en esta ciudad. Ojos mirones, muecas impertinentes, gestos desaprobatorios, palabras fuera de lugar. Opinólogos por todos lados y de todos los tipos. Gente que da consejos que no les piden. Comentarios impertinentes que se lanzan sin siquiera pensar si serán bien recibidos. Pasarse de la raya es el pan de cada día.  No hay filtro. Solo el impulso de decir lo primero que pasa por la cabeza y el orgullo de no tener pelos en la lengua.

Chismes, juicios, prejuicios. A veces datos falsos, o algunos ciertos, pero dichos en el momento, el lugar y la forma equivocados, y a la persona menos indicada. Una amiga me comentaba el otro día sobre la larga lista de ‘todavías’ con los que se nos puede asaltar: ¿Todavía no te casas? ¿Todavía no te mudas? ¿Todavía trabajas en el mismo lugar? ¿Todavía usas el mismo carro? ¿Todavía lacta tu hijo? ¿Todavía usa pañal? ¿Todavía no camina? ¿Todavía sigues deprimida? ¿Todavía no terminas tu libro?

A ti qué te importa. Es la respuesta más apropiada, en realidad. Pero casi nunca es la que sale de nuestra boca. Porque esos comentarios y cuestionamientos nos agarran desprevenidas, nos desconciertan, nos inhiben, nos paralizan. Y nos colocan de pronto en la absurda situación de dar explicaciones a gente que no solo no nos interesa tanto, sino que ni siquiera las merece.

¿Por qué nos metemos tanto en la vida ajena? ¿Qué nos mueve a opinar tan a la ligera sobre lo que hacen o dejan de hacer los demás? ¿Qué nos hace creer que nuestra mirada es la única correcta o que los demás deben hacernos caso? ¿Y por qué hacer comentarios negativos a quien no nos ha preguntado qué pensamos? ¿O asustar con información angustiosa a quien es obvio que no le viene bien oírla?

Mídete. Ubícate. Piensa en el otro. Decir lo primero que se te viene a la cabeza no es ser honesto. Es ser desatinado, impulsivo, inconsciente, nada empático, y a veces cruel. Detente. Observa. Pregunta: ¿Cómo estás? ¿qué necesitas? ¿qué sientes? ¿Puedo darte mi opinión? Y si te dicen que sí, significa que esa persona está dispuesta a oírte para que le digas algo útil, algo que no ha oído antes, algo constructivo. Haz honor a su confianza y procura que lo que le digas no le deje ni miedo, ni angustia, ni malestar hacia sí misma.

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