Verónica Linares: "Tengo por quién votar"
Verónica Linares: "Tengo por quién votar"
Verónica Linares

Hace poco un colega me preguntó por mi favorito para las elecciones del 10 de abril y al escucharme decir que una vez más viciaré mi voto cuestionó mi −a su entender− falta de responsabilidad. 

Sin que yo le preguntara, él me contó quién −y por qué− era su candidato. Con una sonrisa grande como de propaganda de pasta dental me dijo que su alternativa es el que más sabe del Perú y que por eso tiene su voto. Sin embargo sus argumentos no me parecieron suficientes. Es más, el personaje que a él le encanta está en la lista de los que yo jamás votaría. 

Cuál habrá sido la expresión de mi rostro que terminó su ‘speech’ diciendo que es muy facilista no tener candidato. Yo creo que es honesto. No estoy de acuerdo con que nos resignemos a votar por el menos malo, el menos corrupto, el menos mentiroso. No voy a las urnas a votar por el menos peligroso. Si la mayoría lo tiene claro, que la mayoría decida qué quiere. 

Tampoco voy a regalarle mi voto al que habla más bonito o al que ha leído más libros que yo. Menos aún creo que se merece mi voto el más nuevo, solo por la osadía de serlo. Ese cuento del ‘outsider’ funcionó en 1990, cuando aún teníamos una muy joven democracia. Hoy todos los candidatos tienen alguna relación o experiencia en la política. 

La ley solo me obliga a acudir a votar, pero no necesariamente a decidirme por alguien. Y ya vemos que a veces terminamos haciéndolo por cualquiera. No tener una opción es mi derecho. Estoy entre la mayoría de peruanos que preferiría que el voto sea facultativo. Creo incluso que eso haría que tuviéramos una campaña menos agresiva.
Si no tuviera que ir a votar, ¿lo haría? 

Entonces tal vez los candidatos ya no tendrían que convencernos −a como dé lugar− de que son la mejor alternativa. No tendrían que pararse de cabeza para llamar nuestra atención y quizá estarían más preocupados en debatir ideas. Tal vez sería una campaña con menos color, pero más tranquila. 

Además, en 18 años de carrera nunca me ha convencido ningún candidato y hasta me parece natural no tener preferencias. Creo que porque los miro no con ojos de elector, sino de periodista. 

Pero esta vez −como nunca antes− tengo a un amigo metido en política. Se trata en realidad del hermano de una de mis mejores amigas, pero lo conozco muy bien, a él y a su familia. Cuando su hermana y yo nos levantábamos resaquedas los sábados, él −aún en primaria− ya había terminado de leer los periódicos y comentaba con su papá la destitución de los tres magistrados del Tribunal Constitucional.

Tengo ganas de decirle a todo el mundo que el hermano de mi amiga sería un extraordinario congresista y que vale la pena votar por él. Pero hacerlo públicamente de algún modo sería como apoyar a su candidato a la Presidencia. 

No quiero ni imaginar estar en medio de una entrevista dura con algún político y que, para defenderse me enrostre haber apoyado a tal o cual candidato o, lo que es peor, ayudar a un amigo que ahora está metido en política. Abandonar mi imparcialidad se convertiría en mi talón de Aquiles. 

Pero lo cierto es que conozco los principios y valores que le inculcaron. Tenemos posiciones distintas sobre algunos temas, pero es un joven transparente y será de esos políticos que luchará por sus ideales hasta la muerte, como su abuelo. Cuando vi su foto en Facebook mostrando su número, me emocioné. Pero no por él y su carrera política. Mi reacción fue un poco más egoísta: me entusiasmé porque después de años votaré por alguien. Solo me queda desearle suerte y agradecerle que me haya devuelto la confianza en un político.   

 

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