Ingapirca, que en quechua significa muro o pared del Inca, es uno de los complejos arqueológicos mejor conservados de Ecuador, pero a veces, hasta las paredes y los muros se enferman.
Las ruinas incaicas se encuentran ubicadas en la provincia de Cañar, a 3.160 metros sobre el nivel del mar, y atraen a miles de turistas al año.
Ellos, sin saberlo, son parte responsable de que la superficie de algunas de las piedras esté resquebrajada.
Antes, en Ecuador y en el mundo, la premisa de hacer investigaciones arqueológicas era el turismo, entonces lo que se quería resaltar era la majestuosidad visual del sitio, no interesaba tanto la investigación sino la restauración, le dice a BBC Mundo María Catalina Tello, gerente del Proyecto Ingapirca.
Esa preocupación por lo visual explica, en el caso de estas ruinas, por qué en la década del 80 los musgos y líquenes que cubrían las piedras fueron extraídos con cepillos metálicos.
Esta microflora de vegetación había generado durante siglos un microclima en la roca, entonces al limpiarla dejaron a las piedras expuestas a las condiciones climáticas, afirma Tello.
Y las condiciones climáticas a las que está sometida Ingapirca no le hacen la vida más fácil a estas rocas: cambios de temperatura abruptos entre el día y la noche, fuertes vientos que erosionan la estructura y lluvia ácida producto de la contaminación.
TRATAMIENTO Esta piedra tiene poros bastante grandes, entonces capta mucha humedad, además del agua de lluvia. Por eso, sales solubles se quedan dentro de la roca, y al no evaporarse con la misma rapidez con la que son absorbidas, se cristalizan y hacen brincar la superficie lítica, resume Tello.
Para revertir este proceso y evitar que las piedras continúen degradándose por capas, los responsables del complejo planean una restauración ecológica: plantar vegetación que capte la humedad del ambiente y construir una malla vegetal formada por árboles para evitar la erosión eólica.
Pero esto no es suficiente. Además del deterioro natural, el complejo ha sufrido profundas intervenciones como la colocación de hormigón para apuntalar su estructura. Las rocas enfermas necesitan, además de medidas paliativas, un diagnóstico para determinar un prolongado tratamiento.
Debido a que la restauración lítica no existe como especialidad académica en Ecuador, un experto de la Universidad de Varsovia llegará al país en 2013 para diseñar un plan que luego sea ejecutado por científicos ecuatorianos.
Lo que está en juego no es solo la salud de las piedras del complejo arqueológico, sino parte de la identidad ecuatoriana.
UN POCO DE HISTORIA Antes de la invasión del Imperio Incaico en la segunda mitad del siglo XV, la región donde se ubica Ingapirca era habitada por los cañaris, fieros guerreros y hábiles comerciantes que trabajaban el metal, conocían de geografía y astronomía y eran excelentes orfebres y ceramistas.
Según el cronista del tiempo de la colonia, Inca Garcilaso de la Vega, el pueblo cañar tenía por principal dios a la Luna y secundariamente a los árboles grandes y las piedras que se diferenciaban de las corrientes, particularmente si eran jaspeadas.
Pero con la llegada de los incas, la luna fue reemplazada por el sol como principal objeto de adoración.
Aunque algunos estudiosos sostengan que Ingapirca fue una fortaleza, la mayoría de los que han investigado y escrito sobre este complejo arqueológico afirman que tenía una funcionalidad religiosa con el sol como protagonista.
Su templo principal, el Castillo, fue levantado por el inca Huayna-Cápac a fines del siglo XV. Este emperador inca no había nacido en Cusco sino en el actual territorio ecuatoriano.
Es por eso que, para el arqueólogo y estudioso de este complejo arqueológico, Napoleón Almeida, Ingapirca, en pocas palabras, es el sitio que sustenta gran parte de lo que buscamos actualmente los ecuatorianos: rasgos que nos identifiquen como nación.