Un extraño pueblo fantasma que permaneció un cuarto de siglo bajo el agua ha reaparecido nuevamente en las tierras de labranza al sudoeste de Buenos Aires.
Epecuén fue otrora una concurrida localidad turística junto a un lago, donde 1.500 residentes atendían a 20.000 turistas cada temporada. Durante la época de oro de Argentina, los mismos trenes que exportaban cereales a todo el mundo traían visitantes desde la capital a los balnearios de agua salada de este poblado.
El lago era especialmente atractivo porque tiene 10 veces más sal que el océano, lo que dota a los cuerpos de gran flotabilidad. Los turistas, especialmente gente de la copiosa comunidad judía de Buenos Aires, disfrutaban flotar en aguas que les recordaban al Mar Muerto de Israel.
Pero luego una tormenta de gran intensidad seguida por varios inviernos especialmente lluviosos en el hemisferio austral hizo que el lago se desbordara en noviembre de 1985. El agua superó el muro de contención e inundó las calles del pueblo. Las personas huyeron con los pocos enseres que pudieron salvar, y en pocos días sus casas quedaron sumergidas bajo casi 10 metros de agua salada.
EL RENACER DE EPECUÉN Ahora el agua se ha retirado casi en su totalidad, lo que ha dejado al descubierto un escenario que parece tomado de una película sobre el fin del mundo. La aldea no ha sido reconstruida, pero se ha transformado de nuevo en una atracción turística para la gente dispuesta a manejar por lo menos seis horas desde Buenos Aires por estrechos caminos rurales que recorren 550 kilómetros.
La gente acude a ver los restos oxidados de automóviles y muebles, casas derruidas y electrodomésticos ruinosos. Suben escaleras que no llevan a parte alguna y recorren el cementerio, donde muchas de las tumbas han quedado expuestas a los elementos.
Es un paisaje extraño y apocalíptico que captura un momento traumático para la posteridad.
EL HOMBRE QUE NUNCA SE FUE Un hombre se negó a partir. Pablo Novak, de 82 años, sigue viviendo en los límites del poblado, donde da la bienvenida a las personas que se adentran por las calles en ruinas.
Quienes pasan no dejan sin entrar acá cualquiera que llega por la zona viene a ver las ruinas, dijo Novak mientras mostraba los restos que aún quedan en pie a The Associated Press.
Muchos residentes de Epecuén huyeron al vecino pueblo de Carhue, también ubicado junto al lago, y construyeron nuevos hoteles y saunas para el tratamiento de la piel con barro y agua salada.
Con mucho potencial en lo que es destino turístico, ya que no solo tenemos a Epecuén con las ruinas y con su naturaleza, sino que también ofrecemos otra alternativas, dijo Javier Andrés, director de turismo local.