Nueva York, la ciudad que nunca duerme y siempre cambia, también ofrece placeres que saben a historia. Conoce aquí algunos de los puntos gastronómicos más tradicionales de este fabuloso destino turístico.
El pasado mayo, Katzs, el restaurante de pastrami carne roja en salmuera más famoso de Nueva York, cumplía 125 años orgulloso de haber sobrevivido a las fluctuaciones de las modas, la economía y la gastronomía. Pero no es el único, ni siquiera el más antiguo.
Y es que en tiempos en los que la última moda son las tiendas efímeras o pop up stores, abiertas solo durante un lapso de tiempo concreto, cuando cunde la pasión neófila por el último grito en cada categoría, Nueva York ofrece también una oferta añeja de lo más interesante.
En cuestión de restaurantes, Fraunces Tavern, en el distrito financiero, es el decano de la ciudad. Con su rincón para el whisky, su amplia variedad de cervezas, su chimenea y sus carpinterías es un viaje a 1762, el año en el que fue fundado, solo ocho años más tarde que, por ejemplo, la Universidad de Columbia.
Conscientes del tirón de lo antiguo, en esta taberna ofrecen la posibilidad de sentirse un estadounidense primigenio, casi un padre de la patria (en la época en la que Nueva York era la capital de Estados Unidos) en la Tallmadge Room, sala ajena a los avances contemporáneos.
Treinta años más tarde, en 1794 se creaba el Bridge Cafe, donde Martin Scorsese rodó algunas escenas de su filme sobre el nacimiento de la ciudad, Gangs of New York, y que desde su fundación en una sencilla casa de madera, ha servido como burdel, almacén y restaurante húngaro. Ahora, especializados en mariscos, son conocidos por sus cangrejos de caparazón blanco.
Un plato más sencillo, el hot dog, también puede tener un regusto a historia en Nathans Famous, en Coney Island (Brooklyn), donde la experiencia vintage de comerse un hot dog heredero de aquellos pioneros de 1916 es complementaria con su famoso parque de atracciones, lleno de encanto y cuya montaña rusa impresiona más por el chirriar de su estructuras de 1927 que por el vértigo en sí.
También en Coney Island se vivió en 2011 una historia que hizo enorgullecer a los neoyorquinos por representar su consabido cruce de culturas, cuando unos taxistas musulmanes compraron una de las pastelerías judías más antiguas de Nueva York, Bialys and Bagels, para evitar su cierre después de 91 años de servicio ininterrumpido.
Y otra comunidad de gran presencia en Nueva York, la italiana, sirvió su primera pizza en Lombardis, en 1905, y su primer capuccino en el Caffe Reggio, abierto en 1927.