Lisboa, capital de Portugal, gusta con la belleza de su imperfección y su aire bohemio.  (Foto: Shutterstock)
Lisboa, capital de Portugal, gusta con la belleza de su imperfección y su aire bohemio. (Foto: Shutterstock)
Redacción EC

La Nación, Argentina/ GDA. 

Melancólica como el fado, su género musical, la capital portuguesa recuerda constantemente su pasado de gloria. En los viejos azulejos desteñidos de sus fachadas, en las paredes descascaradas y en las calles de piedra transitadas por viejos tranvías. Nadie busca en esta ciudad grandes lujos ni tiendas europeas estandarizadas y repetidas. gusta con la belleza de su imperfección y su aire bohemio.

Portugal está de moda. El año pasado fue galardonada por segunda vez como Mejor Destino de Europa en los World Travel Awards (WTA), premios de la industria turística mundial. Y Lisboa resultó ser la Mejor Ciudad de Europa y el Mejor Puerto de Cruceros.

En la desembocadura del río Tajo, de cara al Atlántico, la capital de Portugal se recuesta sobre siete colinas, igual que Roma. Lisboa fue rica y poderosa, dominante y aventurera. Conquistó mares y tierras lejanas. Fue capital de un gran imperio y lo perdió todo, hasta sus desmedidas ambiciones cuando en 1755 un sismo, hoy se cree que escala 9, seguido por un tsunami, se tragó el puerto y la zona del centro. Murió más de un tercio de la población, unos 90.000 habitantes, de 275.000. Bestial.


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Los incendios que se propagaron hicieron que la ciudad tuviese que ser reconstruida por completo. Las pérdidas fueron cuantiosas. El Palacio Real y el Teatro Real do Paço da Ribeira, donde hoy se encuentra el Terreiro do Paço, junto al río, quedaron destruidos, obras de arte de Rubens, Tiziano, Correggio; una gran biblioteca, los expedientes reales que narraban las exploraciones por el océano de sus navegantes más importantes, como Vasco da Gama y cartas sobre el descubrimiento de Brasil. Todo perdido.

Pessoa y Saramago

Hoy, el Terreiro de Paço también conocido como Plaça do Comércio, con su monumental arco, es la plaza principal de la ciudad, desde donde se tiene una excepcional vista al río Tajo. Allí, distribuidos tras las arcadas, se encuentran los ministerios y locales históricos, con mesas al aire libre, en los que vale la pena sentarse a tomar un café.

Martinho da Arcada es uno de ellos (Plaça do Comércio 3), inaugurado en 1778. Es el más café-restaurante más antiguo de la ciudad, que solía ser frecuentado por políticos, intelectuales y escritores. Uno de sus clientes asiduos fue Fernando de Pessoa (1888-1935), cuyo último retrato en el lugar se alza sobre su mesa. José Saramago (1922-2010) también visitaba el lugar con frecuencia.

Desde este punto neurálgico de la ciudad, los viajeros parten con distinto rumbo, siempre asomándose al río, donde espera un modernizado puerto, provisto de un puñado de bares y restaurantes de moda y músicos callejeros que animan las postales. Desde el bar de Martinho se puede emprender la caminata hacia Alfama. Son apenas mil metros, aunque cuesta arriba, por la rúa de Alfândenga.

Alfama es un barrio medieval, cuna del género musical fado y donde vivieron en los últimos tiempos los pescadores. Muy visitado por el encanto de sus encumbradas callecitas, laberintos salpicados de locales con sencillez de barrio, balcones con ropa tendida y veredas para ser disfrutadas con mesas y sillas.

A 200 metros, sobre la paralela, rúa de los Bacalhoeiros, la calle que era destinada a los comerciantes del bacalao, pescado favorito de los portugueses, se llega a Casa dos Bicos, actual sede de la Fundación José Saramago. En la parte baja de Alfama, este palacete del siglo XVI fue construido bajo la orden de Brás de Albuquerque (hijo del virrey de la India, Alfonso de Albuquerque) después de un viaje a Italia, que tuvo como modelo el Palacio de los Diamantes, en Ferrara. Por eso la forma en relieve de su fachada.

Casa dos Bicos dedica una exposición permanente sobre la vida y la obra del premio Nobel de Literatura, llamada La simiente y los frutos. Reúne numerosos manuscritos, documentos, primeras ediciones y traducciones en más de 40 lenguas, del primer Nobel de Literatura (1998) portugués. Además, incluye audiovisuales que invitan a sumergirse en su mundo.

"Nuestra gran tarea consiste en convertirnos en más humanos", son las palabras de Saramago que invitan a la exhibición. El escritor portugués murió en 2010 en su casa de Lanzarote. Sus cenizas descansan bajo un olivo frente a esta fundación.

Trepando por la rúa de São Jõao da Praça se aglutinan numerosos restaurantes y casas de fado para disfrutar de una cena con música en vivo. Alfama es el lugar ideal para adentrarse en este género popular de 200 años de historia, marcado por las penas cotidianas de la gente de estos antiguos barrios de pescadores. El fado es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. No habrá que perder la oportunidad entonces de visitar el Museo del Fado, que está a metros del Castillo San Jorge. Allí se podrá escuchar a las estrellas del género del ayer, como Amália Rodríguez, y de la actualidad, ya que siempre se programan conciertos. Se exhiben instrumentos musicales, como la guitarra portuguesa, carteles publicitarios, fotos, vestuario. Para entrar en clima cuando todavía no es posible viajar, vale la pena visitar su archivo musical online, en arquivosonoro.museudofado.pt.

Si la idea es cenar en un restaurante para escuchar fado, la oferta es amplia y muy enfocada al turismo. Hay que reservar con tiempo y tener referencias del lugar para garantizarse una buena comida. Un lugar con excelente reputación es Sr. Fado. Se trata de un local pequeño de atmósfera íntima, familiar, donde se sirve comida casera (rúa dos Remedios 176). Lo atienden sus dueños, que cocinan y cantan. También se puede vivir una experiencia diferente en Parreirinha de Alfama (Beco do Espirito Santo 1).

A la mesa

La cocina portuguesa tiene mucho para enseñar, especialmente sobre las maneras de comer bacalao. Son los principales consumidores de este pescado a nivel mundial. El hábito comenzó en 1353 tras un acuerdo de pesca de 50 años que permitía a los pescadores de Lisboa y Porto capturar bacalaos en la costa inglesa. La gran ventaja de este producto es que una vez salado, resistía hasta tres meses antes de llegar a la mesa. Hoy se consume salado, seco o fresco, y proviene de Noruega, Islandia y Rusia.

El ingrediente estrella hay que probarlo en varias recetas deliciosas. El bacalhau á bras o bacalao dorado (un revuelto con papas, huevos y aceitunas), el pastel de bacalao (buñuelo con corazón de queso derretido), caldeirada de pescado (cazuela de pescado con papas, tomates, cebolla, pimientos, arvejas). También se debe probar otro clásico, las sardinas a la parrilla. Hay que entrar a todos los locales de latas de sardinas, porque son muy creativos en cuanto a la decoración. Toda una curiosidad.

No es menos importante la cultura del dulce. En las confiterías se venden los famosos brigadeiros de chocolate, tan comunes en los cumpleaños brasileños. Para comer una delicia al paso, imperdibles los pasteles de Belém, crujientes, rellenos de crema pastelera. Un clásico. La repostería lusa tiene larga tradición. De manera que hay que reservarse para los postres.

Pasión por los azulejos

Quien se entregue a las caminatas a la deriva por el barrio de Alfama, un placer único, resulta imposible no enamorarse de la decoración de azulejos que imprimen de personalidad a cada casa. Se descubrirán graffitis muy creativos, pero seguramente sorprenderán los murales de azulejos surrealistas, como el de Alfama Fox, realizado por surrealejos.com.

Para los amantes de esta manifestación artística tan característica de Portugal, las tiendas de recuerdos pueden convertirse en una obsesión, porque las estampas de azulejos, en diferentes colores y dibujos, visten todo: bandejas, tazas, bijou, manteles y más. Además de llevarse recuerdos de Lisboa, bien merece una visita el Museo Nacional del Azulejo, entre el barrio de Alfama y Parque de las Naciones, que guarda una magnífica colección del siglo XV hasta la actualidad, que lo convierte en uno de los mejores en su género. Contiene 7000 piezas, de estilo árabe, portugués y de otros lugares de Europa. Destacan los murales, con escenas de época, un panel de 23 metros que muestra cómo era Lisboa antes del terremoto de 1755, y fundamentalmente, la Iglesia, con sus paredes de azulejos. El museo está en la Rua da Madre de Deus 4, convento Madre de Deus, fundado por la viuda del rey Juan II, la reina Doña Leonor, en el siglo XVI, para dar cobijo a la orden de las franciscanas descalzas.

Si queda más tiempo en Alfama, vale la pena animarse a ir cuesta arriba hasta el barrio Graça, donde hay varios miradores para terminar de enamorarse de la ciudad.

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