MARÍA HELENA TORD

Juli sorprende a cada paso. Este pequeño poblado que se encuentra a 83 kilómetros de la ciudad de Puno tiene nada menos que cuatro monumentales iglesias virreinales que son un reflejo del antiguo esplendor que tuvo este pueblo durante el virreinato.

FRENTE AL TITICACA El templo mayor, el de San Pedro Mártir, se ubica en la plaza principal, está asentado sobre un montículo y el ingreso a través de sus altas graderías de piedra son parte de una entrada triunfal hacia los tesoros que esconde. En las capillas cuelgan magníficos lienzos, incluso una de las pinturas de las vírgenes se le atribuye al maestro italiano Bernardo Bitti. Cuando los visitantes preguntan por la famosa pieza, el celoso guardián del templo se niega a señalar cuál es. Ya que dice que si queremos verlo tendremos que reconocerlo. Esto también se debe al miedo a los robos que sufren desde hace años las iglesias aisladas de la sierra que están casi sin protección.

Muy cerca está otro templo que por fuera muestra una modestia apariencia que no deja ni sospechar los tesoros que esconde. Se trata de la iglesia de San Juan Bautista, que conserva uno de los mejores ejemplos de labrado en piedra en sus elaborados arcos y en las soberbias tallas en los pilares y altares. Acá hay una singular colección de retratos de los caciques que contribuyeron a su construcción.

Un aire de nostalgia nos envuelve tras cruzar las polvorientas calles de Juli y observar cómo sus monumentales tallas en piedra nos recuerdan a cada paso el gran pasado de estas tierras que miran al Titicaca.

La iglesia de Santa Cruz, derruida luego del sismo de 1741 y reconstruida en 1753, fue la más imponente de Juli y ahora solo muestra un juego de tallas que han sobrevivido en el tiempo. De la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción solo quedan los restos de sus altares y el polvoriento retablo con pinturas de Bitti.

A unos 30 km más, por el camino que llega a Bolivia, está Pomata que también conserva un espectacular legado colonial. El templo de Pomata fue construido por el mismo arquitecto que proyectó el de Santo Domingo en el Cusco y destaca por su fino labrado en piedra y su corte barroco. Los aymaras desde la época prehispánica han sido famosos por sus trabajos en piedra. Lo podemos ver en estos pueblos del sur y en Tiahuanaco.