IÑIGO MANEIRO

Durante los 80, la inglesa Merial Larken trabajaba en proyectos de investigación sobre las andenerías del Cusco. Su bisabuelo, dueño de los astilleros Yarrows, le contó la historia de unos barcos ingleses que llegaron al Titicaca en el siglo XIX. Merial asoció, erróneamente, que estas naves fueron construidas por el bisabuelo y fue en su búsqueda. ¿Cómo comenzó esta historia?

En 1861, Ramón Castilla solicita la construcción de dos barcos de guerra para el lago Titicaca, el Yavarí y el Yapura, al astillero James Watt Foundry de Birmingham, en Inglaterra. La orden venía con una cláusula: las piezas llegarían al Perú en cajas de madera de un máximo de 200 kilos, la cantidad tope que puede cargar una mula. El precio por los barcos fue 8 mil libras, más 500 libras en repuestos y ocho ingenieros ingleses que se encargarían de su reconstrucción.

CARBÓN POR BOÑIGAS El 15 de octubre de 1862, luego de tres meses y medio de navegación, el barco Mayola llega al puerto de Arica. El cargamento viaja en tren hasta Tacna, donde comienza el periplo hacia el Altiplano. La carga tarda seis años en llegar al Titicaca: terremotos, sublevaciones, porteadores que botan piezas pesadas en el camino, partes que llegan al Cusco… confirman el desastre logístico de llevar un barco al techo del mundo.

Los ingenieros, mientras tanto, llevan varios años esperando en Puno, donde construyen un astillero. Se pierden los planos, dos ingenieros se van de viaje y el único que sabe cómo construir los barcos se muere. Finalmente, el 25 de diciembre de 1870 a las 3 p.m. se bota el Yavarí al lago. Ocho meses después se hace lo mismo con el Yarupa. Los barcos, que funcionaban como transporte de pasajeros, lana de ovino, tejidos y minerales cubrían la ruta que conectaba el Perú con Bolivia y Argentina.

En 1890, el Estado, en plena crisis económica, los entrega en concesión a la Peruvian Corporation, que los tiene en propiedad hasta la nacionalización de Juan Velasco Alvarado, quien, finalmente, los deja en abandono y los pone a la venta como chatarra.

Merial Larken, después de encontrarse con el marino y ver el Yavarí abandonado, decide comprarlo por cinco mil dólares. Funda la Asociación Yavarí y durante varios años restaura el barco. Hoy, 150 años después y con muchas de sus piezas originales a cuestas, se ubica frente al hotel Sonesta, bajo la dirección de su capitán Giselle Guldentops. En él se ofrecen actividades turísticas, almuerzos, alojamiento y un museo que, junto a donaciones de fundaciones y visitantes, permiten con esfuerzo que el Yavarí pueda seguir recordándonos su fabulosa historia de viaje. Ojalá no se pierda nunca.