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Carolina Cano
romina herrán

Lloraba y gritaba: “¡Al teatro no, al teatro no!” Su mamá, la actriz Patricia Frayssinet, y su papá, el actor Carlos Cano, interpretaban a “Los Picapiedras” sobre el escenario. Ellos tenían función cada fin de semana y llevaban a su hija , de dos años y un amor por el arte que (claramente) aún no se manifestaba. Para ella, entonces, solo era un sinónimo de aburrimiento.

Su debut fue a los siete años en la obra “Pluf, el fantasmita” y a los 18 en la novela “Besos robados”. Sin embargo, tras un par de películas y un rol principal en la serie “Esta sociedad”, Carolina se cuestionó todo. “Sentí que la actuación era una carrera ingrata e inestable. Vas a los castings y puede no salirte nada, y yo quería estabilidad, estructura y orden”, cuenta. Dudar vale más que estar seguro, decía el filósofo francés Voltaire, y Carolina –aunque su familia no lo entendió– se alejó de la actuación.

Pero los genes hicieron su efecto. Luego de una distancia de tres años, volvió a un set. “Me llamaron para el rol antagónico en “Ana Cristina”. Había perdido confianza, cancha y sentí miedo todo el primer mes. Pero algo se despertó en mí, decidí disfrutarlo y me enamoré completamente de mi profesión”

Saliendo del colegio estudiaste Comunicación Audiovisual, no Artes Escénicas, ¿por qué?
Tenía 17 años. En ese momento sentía que igual sería actriz, que era algo que formaba parte de mi familia y que se daría naturalmente. Quería estudiar una carrera que complementara la actuación y sentí que la comunicación audiovisual era cercana, que era el detrás de cámara. Aunque dejé algunos ciclos por dedicarme a “Besos robados” y “Esta sociedad”, lo retomé y terminé. Fue una buena elección.

Gran parte de tu carrera actoral ha sido en la televisión. El año pasado te vimos en “De vuelta al barrio”.
Hay actores que no quieren hacer televisión comercial, y está bien. Para mí, realizar televisión sana, aquella que aporta, que tiene un mensaje positivo y quiere entretener y divertir a la familia, es increíble. Me han escrito para decirme: “me alegraste el día” y sí, esa es mi intención. Ser parte de un proyecto que genere risas es maravilloso.

El 24 de enero se estrena la película “Hotel Paraíso”, en la que participas.
Sí, interpretaré a Gisella, una chica que vive en su mundo, pero que protege y ayuda a los suyos. Además, en febrero voy a dictar un taller de actuación para mayores de 18 años en el Centro Cultural PUCP. Vamos a compartir experiencias sobre esta pasión. Cada proyecto nuevo me ilusiona mucho, me hace volar.

Vienes de una familia de actrices y actores. Para ti, ¿qué significa el arte?
El arte comunica, enriquece y alimenta. El arte te cambia, te permite viajar y dejarte llevar. Nos hace sentir. Desbloquea nuestras emociones, nos abre. Soy feliz actuando.

Como actriz, ¿sientes presión por cumplir con los estándares de belleza?
Tengo 33 años y sí, soy flaca, no tengo curvas, no soy voluptuosa. Me acepto como soy y no me voy a hacer ninguna cirugía para ponerme trasero o busto. Hago deporte, sobre todo, para sacar mis demonios y dosificar la energía que tengo. Algunas personas meditan, otras escuchan música, yo necesito el ejercicio. Después de hacerlo soy más feliz, me siento en paz y empiezo mi día con una actitud positiva. El deporte es mi cable a tierra, es una herramienta para conectar conmigo misma. Es cierto que al trabajar en televisión, cine y teatro estoy expuesta a la mirada del público, así que también quiero sentirme cómoda con mi propio cuerpo para reflejarlo. En mi caso, quiero tener menos celulitis. Sé que la mayoría de mujeres la tenemos y que es normal. Si no te molesta, no pasa nada, pero si lo hace, como me pasa a mí, el deporte ayuda.

En esta industria, ¿te has enfrentado al machismo?
Sí, hay castings en los que te piden de arranque ir en minifalda, sin siquiera haberte visto actuar, y me he negado a hacerlo. Primero que vean cómo actúo y, luego, si el personaje lo requiere, puedo regresar con la vestimenta. Me pasó cuando era chica. Pero el machismo no se vive solo allí. Se vive en tu hogar, en la calle, en todos lados.

Seguimos luchando por la igualdad entre hombres y mujeres…
Me gusta pensar en la igualdad, pero creo que nos falta muchísimo y el camino será largo y difícil. La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie explica en el libro “Todos deberíamos ser feministas” cómo cambiar lo establecido. El machismo forma parte de nuestra crianza y está presente en nuestro día a día. ¿Por qué el mozo le da la cuenta al hombre cuando yo soy la que tiene la tarjeta en la mano?, ¿por qué tú esperas que sea el hombre el que siempre pague la cuenta?, ¿por qué los padres tienen una licencia de paternidad tan reducida? Por supuesto que tenemos que luchar por lograr la igualdad, pero ¿qué estás haciendo tú para vivirla? Para generar cambios, hay que empezar por una. El feminismo se tiene que vivir desde el hogar. Debemos investigar, leer y vivirlo con conciencia.

El feminismo plantea la maternidad como una elección, ¿deseas ser mamá?
La sociedad te hace pensar y sentir que tienes que casarte, que tienes que ser madre. No es así, no es una obligación. Aún no se respeta que las mujeres tomemos nuestras propias decisiones. En mi caso, sí tengo la ilusión. Sé que es una responsabilidad enorme, porque quiero formar un ser humano bueno, con valores. Mi motivación va por el lado del amor, quiero darlo y sentirlo dentro de mí. Imagino que pasará en algún momento porque tengo el deseo y siento que lo haría incluso sola.

¿Cómo enfrentaste la pérdida de tu padre?
Nos dijeron que viviría tres meses y vivió tres años. Teníamos una relación, pero era algo distante. Él no estaba con mi mamá, tenía otra familia. Cuando se enfermó, él y yo nos unimos mucho y los cuatro hermanos nos volvimos inseparables. Él le agradecía al cáncer por eso. Empezamos a tener otra comunicación, a decirnos te quiero y viajamos con él a Disney, su lugar favorito. La enfermedad nos dio oportunidades. Ese tiempo me enseñó a no juzgarlo. Cuando sabes que la persona que amas se morirá, lo único que importa es el amor que se tienen. Además, vi lo valiente que era mi padre y lo apasionado que estaba por su carrera. Iba a su quimioterapia y de ahí a su ensayo o grabación. Él se fue hace tres años en armonía, en perdón, en paz.

¿Ha cambiado tu concepción de la vida y de la muerte?
Mi papá vivía en un limbo entre la vida y la muerte, y nosotros también. Aprendí a disfrutar la vida, a valorar lo que tengo, a soltar y a no juzgar, y en eso sigo trabajando. Quiero que me acepten como soy. Entonces, tengo que aceptar a los otros, sobre todo a los que más quiero, como ellos son. No se dónde está mi papá, pero somos energía y siento la suya, mi conexión con él existe, es real. Lo tengo muy presente, quizá más que antes. Su muerte también me ha hecho pensar en la eternidad y me doy cuenta de que nada es eterno. Si la vida no lo es, nada lo es.

¿Ni el amor?
La ruptura con Joaquín (de Orbegoso) se dio un año después de la muerte de mi padre. Después de ambas pérdidas, me tocó aprender a vivir en el hoy y el ahora, a disfrutar el presente. Estuvimos cinco años y medio, fue una relación hermosa, nos portamos bien el uno con el otro, pero sí, creo que nada es eterno. La relación que tuve con él la quiero y valoro, fue mi compañero y el mejor en su momento. Nuestra relación duró lo que debía durar, y que no haya sido eterna no le quita amor ni valor ni verdad. Ahora, si una pareja está junta hasta viejita, genial. La vida es lo que una quiere hacer de ella, la construyes. Cada mañana es una oportunidad para empezar de cero. Vivir en el hoy y el ahora es maravilloso, y lucho por hacerlo.

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