Natalia Parodi: "Mi tribu de amigas"
Natalia Parodi: "Mi tribu de amigas"
Redacción EC

A Mariana

Imaginar mi vida sin la alegría, la entrega y la complicidad de ellas es imposible. ¿Con quién hicimos nuestras primeras travesuras? ¿Con quién pasamos horas en el teléfono compartiendo dramas de amor en la adolescencia? ¿Quién nos soporta cuando nadie más lo hace? ¿A quién, hasta hoy, le guardamos con mucho cuidado sus más íntimos secretos?

Sin embargo, el tiempo pasa y sucede que el la pareja o la familia nos absorben por completo. Y aunque sabemos que el vínculo con nuestras amigas es único, íntimo y sensible, terminamos descuidándolo. Entonces ellas, tan queridas y comprensivas, terminan en segundo lugar. Y así pueden pasar años, postergándolas a ellas y olvidándonos de lo bien que nos hace a nosotras mismas.

Mis amigas y yo no estamos todas siempre juntas. A veces he faltado yo, a veces alguna otra. Por eso nos emociona si coincidimos todas. Cuando eso sucede resulta ser exactamente lo que cada una necesitaba y siempre terminamos preguntándonos: « ¿por qué no nos vemos más?». Entonces juramos volver a vernos pronto. Luego, la vida cotidiana nos hace olvidar la conexión que sentimos en ese momento y la rutina nos traga completas.

Hay un vínculo especial y poderoso en el encuentro entre . Es una cosa medio mágica. Pero no es la magia de cuentos de hadas, sino la energía de las cualidades femeninas al fluir: comprensión, contención, intuición, apoyo, creatividad. Y eso, está comprobado, nos hace bien. Incluso hay estudios científicos que observan que las mujeres que tienen amigas cercanas viven más.

Louann Brizendine, una neuropsiquiatra estadounidense que estudia el cerebro femenino, explica que la sensibilidad particular de las mujeres tiene un correlato neuronal que hace que seamos –entre otras cosas– dos veces más propensas a la depresión que los hombres. Eso explica que al rodearnos de otras mujeres nos sintamos identificadas con una sensibilidad como la nuestra, generando una empatía que instintivamente nos hace reconocer que existe un sostén mutuo entre nosotras, y que lo podemos activar apenas alguna lo necesite.

Mis amigas son divertidas, buenas y lúcidas. Son mi tribu. A veces tienen la agudeza de decir algo duro, pero útil. Otras veces se guardan sus discrepancias respetuosamente, y nos dejan ser. Hemos hecho grandes y pequeñas cosas la una por la otra. Desde prestar dinero en momentos difíciles o ir inmediatamente a la casa de alguna si se siente fatal y necesita consuelo, hasta compartir vestidos, aretes y perfumes para una cita emocionante.

También nos hemos fallado y a veces no hemos estado cuando se nos necesitaba. Pero hemos tenido siempre la capacidad de volver y comprender que a veces una simplemente no podía dar nada.

Me conmueve ser testigo de la vida de mis amigas. Acompañarlas en sus batallas y golpes, verlas caer, ayudarlas a levantarse, aprender de sus salidas creativas, apoyarnos cuando nos sentimos perdidas.  Me asombra su capacidad para volver a empezar, para sostenerme si no doy más, para cuestionarme, darme y pedirme, para desahogarnos, para escucharnos, para reírnos a carcajadas, para intercambiar historias y hacernos compañía. O para, desde una distancia prudente, hacernos saber que están ahí.

No olvidemos a las mujeres con quienes hemos logrado un vínculo íntimo y fraterno: la energía femenina es poderosa. Si las tienes cerca, enhorabuena. Y si no, llámalas ahora mismo y queden en reunirse. Nunca es tarde. Vale la pena: combate la soledad, alegra y alarga la vida.

Puedes leer la columna de y más notas interesantes todos tus domingos con

Contenido Sugerido

Contenido GEC