MDN
Morella Petrozzi
Jorge Chávez Noriega

Cuando uno escribe su nombre en Google, aparece información sobre su trayectoria profesional y su rol como jurado del programa “El Gran Show”. No hay rastro de ella en las redes sociales. Y es que Morella no tiene Facebook, Twitter o Instagram.

A diferencia de otros artistas, no publica selfies, fotos de sus últimas vacaciones o mensajes con connotación política. Antes de dejarse llevar por la vorágine del mundo virtual, prefiere conectarse consigo misma a través de la meditación.

“No tengo presencia en redes porque, simplemente, no me gustan. No hago lo que no me nace y opto por lo mínimo indispensable para comunicarme. No es que me mantenga al margen de lo que sucede en el país. Me informo para formarme una opinión. Pero no creo que estemos obligados a decir lo que pensamos”, señala mientras sostiene una humeante taza de anís en Tutú Café. Este espacio es parte de Danza Viva, la escuela que su madre, Ducelia Woll, fundó hace 40 años en Camacho y que, hoy, ambas dirigen.

En 1993, luego de una década de estudiar danza en la Western Michigan University y en el prestigioso Sarah Lawrence College de Nueva York, Morella volvió al Perú con la idea de compartir sus conocimientos. Ese es, afirma, su principal aporte a nuestra sociedad. “Solar Plexus”, su último espectáculo, se basó en el legado de la creadora de la danza moderna, Isadora Duncan, una feminista adelantada a su tiempo.

“El baile es capaz de remover los sentimientos más profundos del ser humano. Una coreografía puede inspirarse en temas actuales que nos conciernen, como la igualdad entre hombres y mujeres”, reflexiona en tono pausado.

A los 28 años, cuando integró Danza Viva, implementó el departamento de danza contemporánea, pues solo existía el de ballet clásico. Por otro lado, escribió “56 días en la vida de un frik”, su primera novela, con pinceladas de autoficción. En la conservadora Lima de los 90, ese libro y su look (pelo engominado muy corto, tatuajes, botines militares y casaca de cuero) llamaron la atención. “Había absorbido la cultura de un país avanzado y moderno [Estados Unidos]. No era contestataria, solo una chica que estaba a la moda”, explica.

¿Qué te enseñó el radicar fuera del Perú?
Que debemos valernos por nosotros mismos y ser autosuficientes para subsistir. Además, descubrí las injusticias del universo patriarcal, como el que un hombre gane el doble que una mujer por el mismo trabajo. Ese tipo de hechos y escritoras como Gloria Steinem y Gerda Lerner, me hicieron entender y adoptar el feminismo.

La danza exige ser disciplinada y, a la vez, flexible. ¿Así eres en tu día a día?
El arte es un oficio que hay que cultivar a diario. Aparte de las características que mencionas, diría que soy sensible, metódica y apasionada. El bailarín es un atleta que tiene que tonificar su cuerpo, y comer y dormir bien. Lo que soy se lo debo al baile. Y a mis padres, que desde niña me inculcaron a poner empeño en lo que hiciera.

¿Qué haces cuando no bailas?
Bailar. Desde que me levanto hasta que me acuesto pienso en eso. En mi mente voy creando las coreografías que enseñaré en la escuela. En la danza contemporánea, a diferencia del ballet clásico, los pasos no son codificados. Una hora de clases puede tomarme diez horas de investigación; un montaje, nueve meses. Mi vida gira en torno al baile.

¿Qué asuntos te interesan abordar con la danza?
Si preparara un nuevo proyecto, sería sobre la naturaleza. No lo haría en un teatro tradicional, sino al aire libre, en un valle, un desierto o un bosque. Siento que nos estamos alejando cada vez de lo natural. Que perdemos conciencia del cuidado del medio ambiente.

Tu propuesta artística es vanguardista. ¿Esto ha causado prejuicios?
Aunque cada vez menos, prejuicios e ideas cavernícolas siempre habrá. Para generar un cambio, necesitamos nuevas plataformas de discusión. Por medio de la danza, y sin imponerme, intento establecerlas. Una persona educada, inteligente y demócrata debe tener la mente abierta.

¿En qué momento de tu vida te encuentras?
Estoy tomando un tiempo para mí. Durante muchos años traté a mi cuerpo como a una máquina. Para sacar adelante una producción, me encargaba de la investigación, la concepción y los ensayos, entre otras coordinaciones. Sin embargo, comprendí que era un ser humano de tejidos blandos. Para alcanzar el éxito, es importante conocernos y dedicarnos a nosotros. Hay que abrir las puertas hacia dentro.

¿Cómo haces eso?
Procuro ser feliz todos los días. A pesar de que vivimos en un país corrupto y de que estamos en un buque a la deriva, veo la vida con optimismo. Me hace feliz, por ejemplo, la serenidad. Estar tirada en un jardín contemplando un árbol o la flor más pequeña. También, la calma que me brinda la lectura. Por eso, siempre llevo un libro bajo el brazo. Acabo de terminar “La bailarina de Auschwitz”, de Edith Eger. Es así como me conecto conmigo misma y con lo que me rodea.

¿Cuál es la importancia del amor?
Estoy en una relación desde hace trece años, por lo que ese aspecto está satisfecho. No obstante, no considero que una relación estable te va a dar armonía. Eso depende de cada uno. El amor se puede vivir de muchas formas. Solo hay que encontrar la que te haga más feliz.

Contenido Sugerido

Contenido GEC