Verónica Linares: "La inutilidad de calcular su edad"
Verónica Linares: "La inutilidad de calcular su edad"
Redacción EC

La noche que lo conocí calculé que tenía 28 años. Yo tenía 33, estaba divorciada y sin intenciones de empezar ninguna relación, menos aun con alguien que –supuse– tenía cinco años menos que yo. Pensé que aquel sábado de discoteca sería la última vez que lo vería. Pero al despedirnos quiso que le diera mi celular. Mi primera reacción fue preguntarme: ¿para qué? Pero accedí cuando me pidió que lo dijera lento para memorizarlo: se le había perdido su celular y no podía incluirme a sus contactos. Sonaba a mentira, ¿no? Yo imaginé eso. Creía que se trataba de algún truco de seducción para que me dejara llevar por el momento alucinando que sus intenciones eran ‘serias’. ¡Ay chibolo – pensé– qué iluso! Le di mi número a la volada y entre risas. Años más tarde, comprobé no solo que aquella vez había perdido su celular, sino que tiene una facilidad impresionante para olvidarse de las cosas en todas partes. En eso somos iguales.

Entonces, ya en la madrugada del domingo, cuando estaba metida en mi cama a punto de dormir, sonó mi celular. Contesté y era el famoso chico. «¿Y este teléfono?», le pregunté. Me explicó que un taxista se lo había prestado para confirmar que le había dado correctamente mi número y de paso quedaba registrado hasta que encontrara papel y lapicero. Me dio ataque de risa. Al final quedamos en vernos al día siguiente; según yo, mi único interés era conocer con detalle la divertida historia del taxista alcahuete. ¡Qué será ahora de él!

Nos encontramos y hablamos por horas. Por esas rarezas del destino conocíamos a mucha gente en común, pero nunca nos habíamos visto. Me contó, entre otras cosas, que tenía 32 y no 28 como yo pensaba. Hasta ahí que fuera un año y medio menor que yo no me pareció  intrascendente, es más, resultaba excitante: divorciada sale con uno más joven que ella. Pero el tema tomó notoriedad al cabo de tres meses ininterrumpidos de vernos. Supe que no era una vacilón. Me asusté.

Siempre he criticado a las mujeres que están con chicos menores. Me dejé llevar por eso de que los hombres sí pueden estar con chicas menores – aplausos incluidos–, pero nosotras no.

La diferencia entre él y yo es mínima pero a mí no me gustaba. Reflexionaba: si los hombres tardan en madurar, ¿cómo será uno que tiene un año y medio menos que yo? Y si la relación sigue durante años, yo cumpliría 40 antes que él. ¡Me quería morir! Hoy me río de lo histérica que fui.

Debo admitir que en algunos casos la diferencia de edades podría tener riesgos. No digo que hay que ser tajante, pero es bueno tener las cosas claras. Ahora es más cotidiano ver a mujeres de 40 con jóvenes de 30. Con las dietas, los tratamientos, los ejercicios y el botox no sabes quién es mayor. Pero, ¿qué pasa después?

Shakira, por ejemplo es 10 años mayor que Piqué. La colombiana tiene las caderas más deseadas del planeta, pero en 20 años ya no existirán. El futbolista, en cambio, estará en plena madurez: a punto. Sin mencionar que las mujeres envejecemos más rápido que los hombres. Eso en el lado superficial, si puedes vivir con eso, excelente. Pero también están los intereses que cambian cada década. A los 20 quieres divertirte y por muy maduro que seas, estás empezando la vida. A los 30 ya sabes más o menos qué planeas hacer, a los 40 aprendiste lo que quieres y a los 50 confirmas si elegiste bien. Más allá no me permito especular.

Si sumas lo físico con lo emocional podrían surgir las inseguridades, o sea los celos. ‘¿La pasará mejor con su colega del trabajo que conmigo?’

Si existen mujeres que celan a sus parejas aun mucho más viejos que ellas, les revisan sus  celulares, se averiguan sus claves del Facebook, etc., imagina tener a tu lado a un jovenzuelo que cada vez que mete gol celebra con una fiesta. Mucho estrés. ¿No tienes acaso miles de cosas por resolver, tanto personales como laborales como para crearte un problemas más?

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