(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Archivo  El Comercio

Alguna vez confesó que un ingrediente principal en sus investigaciones fue la cocina. Gracias a su buena sazón, algo que pueden dar fe sus familiares y amigos más cercanos, María Rostworowski consiguió mucha información para sus investigaciones, al menos así fue al principio. Como anécdota recordó entre risas los platos franceses que le preparaba a Porras: “Luego de la cena, él estaba de muy buen humor y me comentaba los libros que me faltaban revisar para completar mi investigación” comentó en una entrevista pasada.

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Gracias al historiador también pudo asistir a las clases que impartía, a las 7 de la mañana, Julio C. Tello en la Universidad San Marcos. Recuerda que para ella era todo un sacrificio asistir tan temprano a las cátedras, del padre de la arqueología peruana, pues tenía que lidiar con las obligaciones de madre y esposa. Sin embargo, siempre se las ingenió para continuar con sus investigaciones, aunque eso implicara llevar trabajo a casa y recortar varias horas de sueño.

Nunca se amilanó y siguió adelante, hasta cuando le tocó afrontar una de las pruebas más difíciles: la muerte de su segundo esposo Alejandro Diez Canseco, el peruano que la empujó a investigar el pasado andino, y cuyas nupcias escandalizaron a la sociedad limeña de aquellos años que veía mal a una divorciada volviendo a casarse. La pareja fue feliz hasta 1961, cuando en tan solo 10 minutos Alejandro murió de un infarto. Se quedó sola al mando de una ladrillera y con su única hija Krysia, nacida de su primer matrimonio con un noble polaco. A pesar de lo sucedido ese mismo año publicó “Curacas y sucesiones; Costa Norte”

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Los años siguientes estuvo al frente del negocio y tuvo que lidiar con todo, desde el desconocimiento del manejo de la empresa hasta con clientes que no le pagaban por el simple hecho de ser mujer. Fueron dos años de lucha hasta que finalmente todo lo vendió y decidió dedicarse a lo que le apasionaba: la investigación.

En 1964 voló a Madrid como agregada cultural, donde ayudó a muchos compatriotas pero sobretodo aprovechó su estancia para refugiarse en los archivos españoles. Desde mucho tiempo atrás María sabía que era imprescindible visitar los archivos para sus investigaciones, para ello tuvo que estudiar paleografía, era la única forma de lograr entender la información que guardaban los escritos históricos del siglo XVI. Además supo complementar su trabajo de archivo con el de campo. En entrevistas pasadas siempre rememora sus viajes con sus nietos, mientras ella contrastaba información, los pequeños brincaban de alegría en algún lugar de nuestra costa.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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La historiadora siempre quiso escribir sobre Cusco, desde la primera vez que lo visitó en 1936; sin embargo, era un sueño imposible y es así como surge las investigaciones en la costa. Tanto cariño le tomó a esta parte del Perú que hasta se ganó el título de descubridora de la costa prehispánica. En 1978 publicó “Los señoríos indígenas de Lima y Canta” uno de los libros que más aprecia, según sus propias palabras, por la gran cantidad que recopiló y que lamentablemente no se pudo publicar.

Su obra máxima llegaría en 1988 con la publicación de “Historia del Tahuantinsuyo”. Detrás de ese gran libro está un gran intelectual: el antropólogo José Matos Mar, a quien conoció un año antes que se fundara el Instituto de Estudios Peruanos en 1964; él la invitó a formar parte del equipo de investigadores y cuando estaba a punto de partir, Matos la detuvo y le dijo: “Quédate y escribe una historia del Tahuantinsuyo”. Así nació su gran obra donde develó el secreto del Tahuantinsuyo y no dudó en ir contra Garcilaso de la Vega y sus “mitos” de la historia incaica, que por mucho tiempo constituyeron la versión más difundida sobre aquella época.

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