Daguerrotipo del libertador Ramón Castilla, en 1956. Dos años había declarado la liberación de los esclavos.
Daguerrotipo del libertador Ramón Castilla, en 1956. Dos años había declarado la liberación de los esclavos.
/ Archivo El Comercio

Cuando se calculan fríamente y en la calma de la razón las tristes consecuencias de las pasiones políticas, parece que los pueblos americanos estuvieran condenados a perecer en brazos de la inacción, ya que no a retrogradar sin término en las vías del aniquilamiento. Ni las tradiciones de medio siglo, ni la historia de los estados coterráneos, ni los hechos elocuentes de que han sido teatro pueblos constantemente trabajados por la revolución, bastan ni han bastado a ilustrarnos ni nos ilustrarán más tarde en la marcha política que debemos seguir, si de buena fe no aspiramos al mejoramiento social.

Gozaba el país de un paz conquistada durante nueve años con todo género de sacrificios: comenzaban a palparse los síntomas del bienestar público, único término de todas las aspiraciones, tendencia única de todas las voluntades; la ley tenía su imperio donde reinaron antes los caprichos, la República, en fin, reconquistaba sus fuerzas abatidas en la lucha de largos años; pero una revolución forjada por viles cálculos en la cabeza de un especulador sin conciencia, y sostenida por un soldado a quien su honor le prohibía defenderla, ha venido a destruir tantos bienes, a esterilizar tantos sacrificios y a hacer infecunda la fe en la ley y las esperanzas en el sistema republicano.

¡Pérfidos! Preparaban su plan de muerte a la legalidad, herían y calumniaban al Gobierno cuando lo veían multiplicando sus esfuerzos para salvar los derechos y el honor nacional.

Entonces le lanzaron terribles acusaciones: vinieron tras de las acusaciones los insultos y las amenazas, y de allí las escenas sangrientas que mantienen en consternación a la República entera.

Entonces se llamó el Gobierno tirano, porque pidió una ley para contener los desórdenes: se le acusó de inerte y de retrógrado, porque no concedió la libertad a los esclavos: se le llamó inmoral, se le dijo prostituido: se conjuraron contra él los dicterios de toda clase y las denuncias de toda especie, mientras se disponían en secreto los medios de ataque y de general perturbación.

El principio de igualdad

¡Y véase lo que son las pasiones políticas! Hoy a ese mismo Gobierno se le llama débil porque reprime el crimen y castiga a los sediciosos: se le llama tirano, porque da la libertad a los esclavos y sanciona con tan justa medida la realización del principio de igualdad, que tanta sangre y tantos esfuerzos ha costado a la generación que expira.

La abolición de la esclavitud ¿no supone una conquista de elevada significación en el orden político, moral y económico? Espíritus apocados, almas mezquinas en quienes el interés material ahoga fácilmente los generosos sentimientos y los nobles deseos, no comprenden sin duda cuanto significa en la historia de un pueblo la abolición de la esclavitud. Se hace el bien, se realza tan importante reforma tiempo ha reclamada por nuestras condiciones de bienestar económico, por nuestra civilización y nuestras leyes; y porque esta reforma y este bien mal se concilian con los intereses del partido que representa la bandera del general Castilla, y con la exaltación de sus pasiones, se acusa el Gobierno y se pretende enrostrarle lo que acaso esclarece más su renombre humanitario y generoso.

“Los que viven del sudor de los esclavos, a quienes tratan como manadas de bestias [...] son sin duda los que pueden lamentar muy sinceramente la abolición de la esclavatura”

Cuando la Nueva Granada, el Ecuador y otros pueblos de América extinguieron la esclavitud, tanto como se prodigaron las alabanzas a los ilustrados gobiernos que por entonces los regían, se descargaron contra el del general Echenique los dicterios y los reproches. Han corrido los días y los mal intencionados, pero vivamente decididos a traer por tierra las instituciones liberales, no tienen escrúpulo en traicionar sus creencias cuando se trata de afrontar al mandatario lo que pasa en su concepto por una medida desacordada.

¿Pero de qué se acusa nos decimos, cuando meditamos en calma, de qué se acusa al Gobierno? ¿Ha hecho mal acaso en abolir la esclavatura?

Los que viven del sudor de los infelices esclavos a quienes tratan como a manadas de bestias, para quienes no hay ni goces, ni esperanzas; los que se alimentan de sus lágrimas, mientras entregan a la disipación las ingentes sumas que por medio de ellos lucran, son sin duda los que pueden lamentar muy sinceramente la abolición de la esclavatura, mucho más si extraños a las innovaciones y reformas resisten a los ensayos y a los inmensos bienes de la inmigración extranjera que puede fácilmente reemplazarla. Hacen bien en servir de apoyo a tan retrógradas opiniones esos extranjeros que a caza de aventuras y mal avenidos con el poder donde quiera que deje sentir su acción, se hacen el eco de vagas declaraciones, esforzadas más por deseo de medrar que por un espíritu desinteresado y sincero de mostrar el bien.

No quieren, repetimos, la abolición de la esclavatura los hacendados cuya crueldad no encontrará en adelante nuevos objetos en que satisfacerse: acostumbrados a prodigar castigos y a servirse de dóciles instrumentos prontos a obedecer sus palabras como la única ley del universo, su señorío se hace efímero desde el momento que destrozando el yugo que pesa sobre la frente del esclavo se le eleva y se le pone a la altura donde la naturaleza ha colocado al hombre. De hoy más serán menos frecuentes a nuestros ojos esos hechos de torpe inhumanidad con que los amos han enriquecido en el país la historia de las más abominables crueldades. Ya serán hombres los que antes solo eran miserables bestias.

¿Y los que se llaman liberales y amigos de las reformas saludables son los que acusan al Gobierno de haberla extinguido? ¡Ah! ¡Bien se conoce cuan de lejos han visto el infortunio y las amarguras del esclavo!

¿De qué se acusa pues al Gobierno? ¿De haberlos alistado en las filas de los defensores de la ley? ¡Extraña acusación!

Donde debiera verse una medida bien calculada que concilia exigencias de alto interés para la nación, se ve un error del mandatario. Cuando así se piensa es inútil oponer razones a los desahogos y combatir con argumentos declamaciones arrancadas al despecho y al rencor.

¿Y los que se llaman liberales y amigos de las lecturas saludables son los que acusan al Gobierno de haberla extinguido? !Ah! !Bien se conoce cuan de lejos el infortunio y las amarguras del esclavo!

El Gobierno legítimo no puede sin violar las leyes, sin contrariar los estímulos de su propio honor, sin preparar a la República hondos males y días de luctuosos recuerdos, desatender su conservación y la conservación del orden público: para ello ha podido legalmente emplear todos los medios necesarios a fin de robustecer el ejército con un fuerte número de plazas. Por otra parte, desde mucho tiempo atrás, tenía el noble proyecto de conceder la libertad a los esclavos, y ningún medio ni ocasión alguna más favorable podía ofrecérsele para satisfacer estas dos grandes exigencias: el aumento de fuerzas y la abolición de la esclavatura.

Ni se diga, como pretenden algunos, que el Gobierno ha atacado la propiedad individual. ¿Quién la ha concedido al hombre sobre el hombre? Iguales en derecho todos somos iguales en el orden moral; y sin grave violación de la moral y del derecho nosotros, a menos que degrademos la dignidad humana, no podemos tener bajo nuestro dominio a los que Dios formó a su semejanza, igual ante su justicia y unió a todos los demás con los vínculos de la fraternidad y el amor.

Si se nos quiere hablar de patronato, nosotros lo desconocemos también desde el momento en que apareciendo, a tenor de la ley, como un verdadero contrato de servicios recíprocos entre los siervos y los amos, estos han faltado a las obligaciones a que por su parte quedaron sujetos, al paso que aquellos más que por deber, por la cruel exigencia de sus amos, las han cumplido con exagerada religiosidad. ¿Dónde y cómo se manifiesta, cómo se prueba la educación que según la misma ley debieron dar a sus libertos lo mismo que el socorro de un peso semanal en el campo y la mitad del salario corriente a los domésticos en las poblaciones? Violados pues los deberes por parte de los amos, disuelto ha quedado el contrato ante la justicia y ante la sociedad.

¿Con qué derecho se intentó todavía conservar en la esclavitud a los desgraciados, que bajo su peso han gemido tantos años? No: la codicia, los sentimientos bastardos del hombre no son ni pueden ser superiores a las leyes de la humanidad. Dios ha hecho libres a todos los hombres: libres ante él todos somos iguales ante el mundo. Proclamar la libertad humana es venerar según esto las leyes del cielo y realizar en el mundo el sublime pensamiento de la inteligencia sublime.

“El paso está dado, y la sociedad entera como iluminada por un destello divino aplaudirá a su despecho con himnos de bendición”

Dar a esta idea la debida realización y hacerla positiva entre nosotros ha sido la mente del Gobierno al expedir el decreto: clamen enhorabuena con él los esclaveros, los hombres del yugo: los sibaritas que en medios de los festines disipan el fruto del sudor y las fatigas del africano desvalido: pongan en el cielo ese grito de maldición los propietarios que explotan la miseria del esclavo… El paso está dado, y la sociedad entera como iluminada por un destello divino aplaudirá a su despecho con himnos de bendición.

Si: a despecho de los amos y de los extranjeros que les sirven de eco, el decreto del Gobierno continuará ofreciendo las bien calculadas y saludables ventajas que hasta aquí ha producido. Sí, a él se debe tener hoy en esta capital un cuerpo de más de 400 libertos y haberse presentado más de mil de ellos a las autoridades locales de los pueblos del departamento, es lícito esperar que sus efectos correspondan muy pronto a la benéfica intención y noble espíritu que lo han dictado.

Ya no hay pues esclavos en el Perú, ni los habrá en adelante, porque si desgraciadamente y contra los intereses del país o contra el orden natural de las cosas, triunfase el general Castilla, los que una vez han sido libres no podrán dejar de serlo: así está escrito en las leyes de la humanidad y en todos los códigos del mundo.

Los libres

Contenido sugerido

Contenido GEC