El presidente Luis M. Sánchez Cerro fue asesinado en mayo de 1933, mientras supervisaba a las tropas en el hipódromo de Santa Beatriz. Foto: BNP
El presidente Luis M. Sánchez Cerro fue asesinado en mayo de 1933, mientras supervisaba a las tropas en el hipódromo de Santa Beatriz. Foto: BNP
/ Biblioteca Nac
Redacción EC

El asesinato del presidente de la República, General Luis M. Sánchez Cerro, ha conmovido hondamente a la ciudadanía. Ha muerto el jefe del Gobierno a manos de los malhechores políticos que han surgido en el Perú después de la caída de la dictadura y que no combaten contra sus adversarios con armas hidalgas y nobles, sino que emplean en la lucha la pistola homicida como instrumento criminal de sus malvadas pasiones.

Desde que el General Sánchez Cerro libertó al Perú del despotismo en que lo tenía sumido el Gobierno del oncenio, aparecieron los primeros síntomas de la odiosa política de sus adversarios. Y pronto se tornó una secta de hombres cuya finalidad era capturar el poder a todo trance sin reparar en medios para lograrlo. Sus ideas disociadoras procuran socavar los principios tradicionales sobre los que descansan la Patria y el orden en las democracias y han dado aliento a una organización peligrosa por sus tendencias y sus métodos. El 6 de marzo de 1932, se atentaba, por primera vez, en la Iglesia de Miraflores contra el General Sánchez Cerro. La pistola homicida la disparó un sectario del aprismo, después de que otros hubieron preparado el crimen en las tinieblas. Quiso el destino que el Presidente de la República, mal herido entonces, salvara la vida y un acto de generoso perdón suyo salvó la de sus victimarios.

Esta vez los criminales han logrado el fin protervo que perseguían. Sus balas asesinas hicieron blanco en el corazón del General Sánchez Cerro, quien halló la muerte alevosa y trágica cuando daba realce y estímulo con su presencia a una hermosa fiesta de patriótico civismo.

Solo hombres para quienes la Patria, la religión y todos los más nobles y delicados sentimientos humanos carecen de valor y de significado, pueden urdir sus crímenes para consumarlos, ya en el sagrado recinto de un templo, ya en circunstancias en que se exalta el amor a la República en un acto cívico como el de ayer.

El General Sánchez Cerro ha caído víctima de esta clase de hombres, sin Patria y sin religión. Le tocó ser el abanderado de nuestra nacionalidad en la lucha encarnizada que contra ella libran hoy en el Perú esos elementos perniciosos. Ha sucumbido en un puesto de honor, sacrificando su vida a la noble misión que los acontecimientos le impusieron.

Y el crimen execrable que lo lleva, prematuramente, a la tumba, es más indigno y más horrendo, aún, si se considera que sus autores han elegido para consumarlo estos difíciles momentos por los cuales atraviesa internacionalmente la República, en que tanto se requiere de la unión, del patriotismo y de la solidaridad de todos los peruanos.

El país no puede ser responsable, naturalmente, de que un grupo de malvados recurra al asesinato en su ansia proterva de poder. Este crimen será repudiado, con horror por la inmensa mayoría de los peruanos. Y la autoridad moral del Perú no habrá de sufrir en el extranjero cuando se vea que los criminales han hallado la acerba condenación de la ciudadanía y que los hombres que tienen la responsabilidad del Gobierno han procedido, con serena entereza a consolidar el orden público y la organización constitucional del Estado.

La memoria del general Sánchez Cerro merece el respeto de sus contemporáneos y habrá de ocupar página honrosa en la historia de la República. Soldado valiente y patriota, fulminó en Arequipa a la dictadura despótica que hasta el 22 de agosto de 1930 sojuzgaba al país combatido, sin tregua, por sus enemigos que no escatimaron arma para herirlo, hasta la que le cortó ayer la vida, dedicó sus esfuerzos a la reorganización nacional, actuando con acrisolada honradez y decidida voluntad. El Congreso Constituyente al declarar ayer que ha merecido bien de la Patria, le ha hecho justicia.

Desaparecido el general Sánchez Cerro la obra del nacionalismo debe proseguir, serenamente, sin desmayos, sin interrupciones. Cuantos en el Perú repudien los métodos y las tendencias criminales de los que han recurrido al asesinato como arma innoble de violencia política, están en el sagrado deber de unirse, resueltamente, para defender las instituciones de la República y nuestra propia nacionalidad contra las asechanzas criminales a que se hallan expuestas.

Tenemos fe en que habrá de ser así. El Gobierno queda constitucionalmente organizado con la elección del general Óscar R. Benavides que ayer mismo realizó el Congreso Constituyente, para que de acuerdo con los mandatos de nuestra carta política termine el periodo que le correspondía al general Sánchez Cerro.

En estos momentos, la elección del general Benavides constituye un acto patriótico del Parlamento, porque pone el gobierno en manos de un ciudadano de autoridad moral en el país y de honrosos antecedentes militares y políticos y después de las demostraciones cívicas de repudio habidas ayer por el execrable crimen del Hipódromo y de las fervorosas demostraciones de inquietud nacional provocadas por la dolorosa tragedia, seguramente, se solidariza la ciudadanía para defender, de manera resuelta, el honor de la nación en la frontera y la paz en la República.

Profunda sensación ha producido la noticia del trágico fin del presidente de la república, general Luis M. Sánchez Cerro, ocurrido ayer, en momentos en que el jefe de Estado abandonaba en su automóvil el local del Hipódromo donde momentos antes se había realizado un gran desfile cívico.

El criminal atentado, producto de la ambición desmedida de quienes no vacilan ante nada para lograr el logro de sus personales apetitos, ha provocado la indignada censura de los hombres de bien, amantes de la patria, que en momentos difíciles de su historia internacional recibe artero golpe.

En nuestras dos ediciones extraordinarias de ayer, informamos con amplitud como se habían producido los criminales sucesos. Dichas ediciones fueron leídas con avidez.

Damos en seguida nuevos interesantes datos sobre el crimen del Hipódromo que tan profunda consternación han causado en la República.

El presidente sale del hipódromo

Después de cuarenta y cinco minutos, más o menos, el presidente demoró en el cocktail con que fue agasajado en el bar de la tribuna oficial del Hipódromo, el toque de la Marcha de Banderas, ejecutada por la banda de músicos de un regimiento de artillería, anunció la salida del jefe del Estado, general Sánchez Cerro. Los ocho batidores del escuadrón Escolta se situaron delante del auto hispano suiza en que se dirigió al desfile militar el mandatario asesinado. Un oficial del mismo cuerpo, a caballo, se acercó al estribo izquierdo del carro, para la compañía acostumbrada que le tocaba hacer, al lado del vehículo presidencial.

Poco más o menos doscientas personas, entre hombres y mujeres, estaban situadas a un costado de la parte posterior de la tribuna oficial de la cancha de carreras, con el deseo de presenciar el viaje de regreso que hacía el general Sánchez Cerro.

Al aparecer el mandatario en las gradas del edificio lo aplaudieron y él saludó militarmente, mientras se tocaba la marcha presidencial ejecutada por la banda. Fue el primero en ascender al automóvil que estaba completamente descubierto. En seguida, el presidente del Gabinete y ministro de Relaciones Exteriores, doctor José Matías Manzanilla, tomó asiento a la izquierda del gobernante. En los asientos delanteros, se situaron, al lado derecho el jefe de la Casa Militar, coronel don Antonio Rodríguez, y al izquierdo el edecán mayor don Eleazar Atencio.

En el automóvil que iba detrás se instalaron los demás miembros de la Casa Militar presidencial.

Al tiempo de partir la comitiva, el general Sánchez Cerro hizo con la mano una señal de cordial despedida, con franca sonrisa, a las personas que lo acompañaron hasta el carro. Entre otras, a varios miembros del cuerpo diplomático, quienes a su vez, contestaron la afectuosa despedida.

La parte ya reducida del público que, como dejamos indicado, presenciaba el regreso del presidente, aplaudió sobre todo el elemento femenino. El general, con satisfacción en el semblante, agradecía con la mano derecha, y sonriente, la demostración de que se le hacía objeto. Y, como esta actitud del público era continua, el mandatario no cesaba de mantener su actitud de agradecimiento y seguía muy sonriente. Es de advertir que varias mujeres y hombres iban a paso ligero, casi lanzándose encima del carro presidencial, aplaudiendo al General Sánchez Cerro, lo que obligó al chofer, sea por propia determinación o por orden que se le hubiera impartido, a disminuir el andar del vehículo. Así es que, lenta como era la marcha de la comitiva, le fue fácil al asesino asaltar el carro y cometer el crimen horrendo que el país todo execra.

Datos biográficos del general Luis M. Sánchez Cerro

El General Luis M. Sánchez Cerro nació en la ciudad de Piura el 12 de agosto de 1889, en donde permaneció hasta la edad de diecisiete años, época en que terminó sus estudios secundarios

En 1906 ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos, en donde permaneció hasta 1910, año que egresó con el grado de subteniente de la división superior. Desde entonces sirvió en diferentes cuerpos del Ejército, fue enviado a Sullana a incorporarse a un regimiento que guardaba la frontera del norte, luego a Sicuani como oficial del regimiento número 15 de Infantería.

En 1912 regresa a Lima y asciende a teniente, siendo transferido al Batallón de Ingenieros hasta el 4 de febrero de 1914 en que fue suprimido dicho batallón. Tomó parte activa en la revolución que derrocó al gobierno de Billinghurst, resultando con cinco heridas, por lo que fue hospitalizado. Ascendió al grado de capitán, es designado como adjunto militar en Washington y permanece en Estados Unidos hasta 1916. Regresa al arma de la Infantería y ocupa la jefatura provincial de Carabaya.

En 1917 forma parte del regimiento de Infantería número 11 en Arequipa, en donde reside cerca de un año. Es trasladado al lejano departamento de Loreto, cuya guarnición resguardaba las fronteras del nororiente peruano. En 1918 es ascendido al grado de sargento mayor.

Trasladado a Arequipa en 1920 se incorpora nuevamente en el regimiento número 11 de Infantería y permanece enviado allí hasta el año 1921, año que es enviado a Sicuani al regimiento número 15. En 1922 es nombrado juez silitar sustituto en el Cusco. El 21 de agosto de 1922 en esta ciudad se pronuncia contra el presidente Leguía, pronunciamiento militar que fue debelado, debido a que Sánchez Cerro fue gravemente herido. Hecho prisionero fue enviado a la solitaria isla de Taquile en el Lago Titicaca a pesar de la gravedad de sus heridas.

En octubre de ese año se le comisiona para que organice y conduzca desde el lejano departamento de Madre de Dios al de Cuzco el Batallón de Colonización número 4 que se hallaba desorganizado. No solo cumple su labor de reorganizarlo, sino que logra hacer fuertes ahorros en los fondos del regimiento, por una suma superior a diez mil soles, lo que pone a disposición del Estado Mayor General del Ejército valiéndole esta acción una citación en la orden general del ejército.

Poco después, Sánchez Cerro es enviado al extranjero, dirigiéndose a España, donde se alista en el ejército de ese país y participa en la Guerra de Marruecos, en la campaña del Riff, por espacio de catorce meses. También visitó Italia y Francia, haciendo estudios en diferentes academias.

El 15 de enero de 1929 regresa al Perú, es ascendido al grado de teniente coronel y se le nombra comandante del Batallón de Zapadores número 3 de la Guarnición en Arequipa. Fue en esta ciudad el 22 de agosto de 1930 [donde] se pronunció contra el régimen de Leguía, derrocándolo. Llegado a Lima tres días después de la caída del gobierno del oncenio, organiza inmediatamente una Junta de Gobierno. El primero de marzo de 1931 el Gobierno convoca una Junta de Notables en Palacio y ante ella Sánchez Cerro depone el poder y abandona la casa Presidencia para dirigirse a Europa. Pocos meses después, regresa del Viejo Continente, su ingreso al país es impedido por la Junta de Gobierno presidida por Samanez Ocampo, teniendo que permanecer en Panamá por algún tiempo. Vuelto a la Patria se inició la lucha eleccionaria por la presidencia de la República. El entonces comandante Sánchez Cerro va a las urnas a la cabeza del Partido Unión Revolucionaria triunfando abrumadoramente en los sufragios del 11 de octubre de 1931 y asumiendo la presidencia el 8 de diciembre del mismo año.


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