Pertenece Camilo Blas a la escuela peruana de pintura cuyo primer y principal propugnador es José Sabogal de reconocido prestigio. Pintores uno y otro, unidos en el designio o quizás mejor en el destino que les cupo y que fue el de imprimir un sello peruano a su arte, fieles a ese destino le dedican su vida por entero. El aporte de Camilo Blas a ese noble movimiento peruanista ha sido bastante encarecido con motivo de sus exposiciones pictóricas y su nombre ya está incorporado a los de los representativos peruanos.
Nacido en Cajamarca y deslumbrado por el paisaje nativo, se afirmó en su vocación. En busca de lo nuestro ha recorrido el territorio nacional y ha participado en importantes certámenes internacionales en lo que ha merecido singulares distinciones. Cuadros suyos han sido adquiridos por diversas galerías e instituciones nacionales y extranjeras, entre estas el Museo de Arte de Nueva York.
Con un sentido personal y una aguda observación cumple su sino de pintor. Se le ha llamado un humorista de la pintura, porque tipos y costumbres tienen en él su intérprete retozón y fino. Capta su pincel, precisamente, ese aspecto lleno de gracia y buen humor de nuestros usos y costumbres, sin ánimo avieso, sino más bien con amor claro y noble por lo propio.
Cuando le solicitamos un reportaje nos opuso dudas. “¿Qué puedo hablar —nos dijo— ni lo que debo o puedo decir lo tengo dicho y lo sigo diciendo en mis cuadros? Ellos hablan por mi”. Pero, a insistencia nuestra, nos dejó escuchar su misma palabra viva, en el retiro de su taller, en los altos de una casa de la Plaza Dos de mayo. Nos asomó a su intimidad, nos narró algo de sus afanes, nos confesó con palabra sobria sus pensamientos sobre arte. He aquí, recogido nuestro diálogo con el gran pintor peruano.
—¿Cómo se manifestó su vocación artística?
Se manifestó decidida desde muy niño. Sin embargo, a requerimiento familiar cursé estudios de Letras y Derecho hasta graduarme. En Trujillo, donde me inicié, gané el primer concurso pictórico promovido con ocasión del centenario trujillano. El contacto con la generación brillante de aquella época, de gran inquietud y fervor artístico, condicionó fuertemente mi formación espiritual. Era la época en que brillaban en el firmamento literario Vallejo, Valdelomar, Percy Gibson, Eguren, etc. En pintura, después de las prédicas peruanistas de Teófilo Castillo, acababa de hacer su gallarda irrupción José Sabogal, pintor peruanizador, quien me alentó y ayudó mucho. Era la eclosión de una generación que buscaba exaltar los valores propios. Recuerdo, particularmente, por mi vinculación familiar e íntima, a José Eulogio Garrido —gran alentador de mis primeros empeños— a Francisco Sandoval, a César Vallejo …
—¿Cuál es su concepto de pintura moderna?
Todos conocemos las características del arte de nuestros días: la máxima simplificación; la desintegración del edificio tradicional y académico; la anarquía de tendencias; el sensacionalismo, y por consiguiente, el prurito de novedad a todo trance: las modas estéticas. Lo que hoy es actual puede ser mañana ya fiambre. Por eso, decía Wilde: “No se debe ser demasiado moderno, porque se corre el peligro de pasar de moda”. Y es curioso anotar como en arte los extremos se tocan. Nada hay más moderno que el arte de las cavernas y todo el arte primitivo. En todas las escuelas e ‘ismos’ hay una incursión —cuando no una conquista— hacia nuevos recursos expresivos. Todas y cada una nos pueden dar una luz, un derrotero, una sugerencia. Lo que conviene es asimilarlos para la propia expresión. No repetirlos servilmente.
—¿Cuál es su orientación en la pintura?
Quiero a mi país y trato, en la medida de mis alcances, de expresarlo. Creo que, en arte, la sinceridad, antes que las teorías y conceptos, es lo que cuenta; y lo elemental y lógico para un artista es expresar el mundo que siente y vive, esto es, su mundo circundante. En este sentido, mi orientación es francamente peruanista sin proponérmelo. Nuestro país, sabemos, es venero [sic] plástico maravilloso. Lo que se requiere es conocerlo para aquilatarlo en su multifacética grandiosidad. ¡Cuán pocos son los peruanos que lo conocen! Además, somos un pueblo con tradición y ancestro plástico por excelencia: una tela de Paracas nos da la mejor muestra de abstraccionismo pictórico; un huaco mochica es modelo de síntesis escultórica; lo más acabado y ultramoderno que puede darse. Pero no solamente lo antiguo sino el arte vivo y actual, el arte propulsor de las diversas regiones nos está marcando una dirección y una pauta que encuadran dentro de las puras y modernas corrientes del arte de nuestros días. Díganlo si no las admirables muestras de composición, estilización y armonía de color que nos dan los mates, los retablos, la textilería, la orfebrería y las mil manifestaciones de un pueblo singularmente dotado para la plástica y el color. Esto, naturalmente, no implica que propugnemos rechazo de las modernas corrientes y técnicas del arte del Viejo Mundo. Todo lo contrario, ya que nuestra formación en orden a las técnicas de la pintura tiene que ser deficiente. Pero, como ya dije, debemos, asimilándolas, buscar nuestra propia expresión. El ejemplo a este respecto en América nos lo da México. La pintura mexicana acaba de obtener un ruidoso triunfo en la reciente bienal de Venecia, es decir, en el centro mismo de la pintura europea moderna.
A este respecto son edificantes los conceptos que ha merecido de lo más calificado de la crítica. Dice [Jean] Bouret de la revista Arte: “Ciertamente, si nos esperábamos un arte violento tanto en color como en la forma, estábamos muy lejos de pensar que México había alcanzado hasta tal punto el sentido de la grandeza y de la nobleza plástica”. Otros como [Gino] Severini demuestran su asombro de que con concepciones no solo diferentes sino antiestéticas (de los pintores modernos de Europa) haya podido producir la pintura que mayor conmoción causó en la exposición referida. Y otros: Nosotros consideramos definitivamente terminado el uso de los temas sociales y políticos en el arte y los mexicanos dan obras de plástica extraordinariamente poderosa con temas sociales y políticos. Para nosotros el claroscuro ya está excluido de la pintura y los mexicanos presentan obras extraordinarias con claroscuro. Nosotros habíamos suprimido las figuras escorzadas y los mexicanos con el escorzo nos dan obras de gran potencia. Nosotros habíamos adoptado los colores planos y los mexicanos nos entregan obras particularmente valiosas con colores compuestos hasta el infinito. Nosotros habíamos expulsado de la pintura los aspectos psicológicos y ellos hacen obra esencialmente psicológica que es, precisamente, la que más estremecimiento nos produjo en el conjunto de centenares de obras ajenas a la psicología. Nosotros consideramos, definitivamente, muerto el realismo en la pintura y es el caso que los mexicanos nos presentan a criaturas nuevas y saludables del nuevo realismo.
—¿Cuál es su concepto sobre una escuela peruana de pintura?
Una escuela de pintura peruana entendida como hay en la historia del Arte, una escuela francesa, flamenca o española, por ejemplo, no es sino el resultado en el tiempo de una impronta artística nacional, la que no puede darse a priori sino a posteriori. No hay pues, que yo sepa, ni puede haber el absurdo empeño de crear o formar por designio propio y previo la escuela de pintura peruana, porque no se puede crear un estilo proponiéndose crearlo. Lo que sí hay es la actitud lógica, como ya dije, de ver lo nuestro, evitando el colonialismo, el esnobismo y la repetición de lo foráneo por moda y por complejo de inferioridad. La exaltación de nuestro paisaje, de nuestros tipos y valores por medio del arte, no es sino la actitud sana y consecuente, y sobre todo sincera, de quienes no viven de espaldas a su realidad local, regional o nacional. Es, también, a priori y falso el afán de universalismo y trascendentalidad en arte, utilizando temas más o menos generales y abstractos. La universidad es calidad y, en consecuencia, también resultado. Porque a través de lo íntimo y lo próximo se llega a las esencias universales. La historia del Arte nos muestra mil ejemplos a este respecto. ¿Quiénes más localistas, anecdóticos y pintoresquistas en cuanto a los asuntos, que Brueguel o Goya y, actualmente, toda la pintura mexicana? ¿Y Renoir, Van Gogh, Manet, etc. no pintaban las escenas costumbristas anecdóticas de su país y de su época? Lo anecdótico, lo pintoresco barato, lo nacionalista xenófobo e intrascendente, o las categorías artísticas de profundidad y universalidad, lo dan, pues, única y exclusivamente, la calidad e intensidad de la obra y del artista que la crea. Esta digresión es pertinente respecto a cierto criterio peyorativo que prospera en ciertos círculos artísticos respecto a la orientación que seguimos el grupo de pintores peruanistas llamados impropiamente ‘indigenistas’, ya que nuestro motivo central no es solo el indio y lo indígena sino el Perú integral.
—¿Qué recuerdos tiene Ud. de sus viajes?
Muchos y muy amables. Cuando con Sabogal viajé a Cusco y Bolivia, Cusco fue para mí la eclosión, el deslumbramiento ante una representatividad integral del país, ya que allí se dan, por extraño consorcio, todos los aspectos del Perú. Viví allí dos años exultantes de febril producción y de compenetración plena del ambiente. Desde entonces mis afanes constantes y sistemáticos por alcanzar nuevos paisajes y ámbitos del país cristalizan y afirman mi empeño de conocerlo y expresarlo.
A través de la ventana que en el taller del pintor se abre a la lejanía asistimos al crepúsculo vespertino. La suavidad del ocaso se extiende lenta en la distancia y toca con sus delicadas tintas las montañas próximas. El pintor que mira con nosotros, se abstrae y contempla. Le dejamos: acaso ha sentido el llamado de tanta belleza que pide quedar aprehendida en un lienzo por obra y gracia de su pincel maestro.