Estudiantes universitarios. (Foto: GEC)
Estudiantes universitarios. (Foto: GEC)
/ DAVID VEXELMAN

Por José Luis Bustamante y Rivero

SÍ – en afán de síntesis – tuviera que expresarme en dos palabras mi impresión sobre el caso de la juventud peruana actual, diría que el suyo, es, ante todo, un problema de desorientación. Nuestra juventud está desorientada por muchos motivos: por la duda que infiltra en el espíritu la variedad alucinante de nuestros y contrapuestos sistemas ideológicos; por el deprimente panorama de un mundo que si bien lleno de grandiosas posibilidades, no parece, sin embargo, mirar otra solución que la de su propio aniquilamiento; por el estupor que produce ver cómo la política oficial de los Estados se aparta de la definida voluntad pacifista de los pueblos; por una crisis de la disciplina que arranca de la quiebra del respeto a los principios jerárquicos; por el grosero impacto de la dictadura sobre los ideales democráticos juveniles; por la perplejidad moral que provoca el espectáculo de corrupción y venalidad generalizado a la sombra de la función pública; por la nociva prédica de odios políticos dentro de la comunidad nacional; por el estado de postración del magisterio nacional, en cuyas escalas todas confluyen factores de angustia económica, de agobio, de tiempo, de esfuerzo físico exagerado, no pocas veces de apego a la rutina y frecuentemente de falta de libertad intelectual que hacen sacrificada y sin estímulos la alta tarea de maestro. Hechos son estos, que perturban de honda manera la mente del joven y crean en él un dañino complejo de desorientado escepticismo.

Claro es que los remedios para esta crisis de la juventud deben ser múltiples; restablecimiento de la verdad democrática, ejercicio ejemplar de la moralidad en los funcionarios del Estado, defensa de la libertad de cátedra con amplia controversia de doctrinas, dignificación de la carrera del magisterio en sus aspectos económico y profesional, cultivo de la libre disciplina de la conducta por móviles racionales y no por influjos de fuerza, etc. Pero, profundizando en el problema, creo que lo que más falta hace es procurar a nuestra juventud un interés viviente y activo por su país, prepararle un contacto directo con la realidad peruana, con sus necesidades, sus dolores y sus promesas; inculcarle un sentido de cooperación social que la constituya en coautora de la reforma nacional.

Mucho enseñan, por cierto, los libros, pero la asimilación de sus enseñanzas depende del momento en que son leídos. Es corriente la frase “los muchachos de hoy no estudian”; y acaso la afirmación no sea injusta. La preparación que se saca de la educación secundaria es deficientísima. Y por la universidad suele pasarse como sobre ascuas: solo para obtener un título. Aparte que la adolescencia tuvo siempre —y hoy en mayor escala— sus fueros propios y sus propios alegres trajines. Paradojalmente, resulta, pues, que acaso la época menos adecuada para el estudio de los libros sea la época de estudiante. En esa edad, el mejor libro es la naturaleza; y las páginas más instructivas son las que ofrece, en episodios variadísimos, la convivencia de los hombres. Lo que entonces capta los sentidos no se olvida nunca. Lo que asimila entonces la memoria y la inteligencia perdura indeleblemente en el sujeto. Y en ninguna edad como en esa la curiosidad intelectual penetra más agudamente los problemas circundantes y trata de inquirir por sus causas y remedios. Es ese el momento en que el muchacho comienza a necesitar el libro y a hacerse autodidacta cuando la realidad le ha planteado hechos concretos, incógnitas oscuras, injusticias quemantes, callejones sin salida, a los cuales el espíritu juvenil generoso e inquieto quisiera hallarle soluciones. Y como las soluciones no están en la mente del joven angustiado, hay que buscar el libro y al maestro por si otros hallaron ya en sus experiencias los caminos del hombre. Y entonces sí que la lectura cobrará formas animadas, y sus lecciones tendrán sabor humano, y latido vital, y fecundidad de semilla. Y solo en ese minuto el estudiante habrá vencido su carrera para dar paso al ciudadano.

(Párrafos de “Mensaje al Perú”)


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