16 DE MARZO DEL 2000
EN LA IMAGEN: PADRE JESUITA JUAN JULIO WICHT ROSSEL. EL PADRE VOLUNTARIAMENTE DECIDIO QUEDARSE COMO REHEN, JUNTO A 71 PERSONAS, EN LA RESIDENCIA DE LA EMBAJADA DE JAPON, TOMADA POR UN GRUPO DE TERRORISTAS DEL MRTA. 
FOTO: NANCY CHAPPELL
16 DE MARZO DEL 2000 EN LA IMAGEN: PADRE JESUITA JUAN JULIO WICHT ROSSEL. EL PADRE VOLUNTARIAMENTE DECIDIO QUEDARSE COMO REHEN, JUNTO A 71 PERSONAS, EN LA RESIDENCIA DE LA EMBAJADA DE JAPON, TOMADA POR UN GRUPO DE TERRORISTAS DEL MRTA. FOTO: NANCY CHAPPELL
/ NANCY CHAPPELL
Mario Campos

La actitud suya de quedarse en la toma de la residencia de la Embajada de Japón descubrió a los peruanos que contábamos con un sacerdote ejemplar, algo que muchísimas personas sabían ya. En esta intensa conversación, el padre Wicht confía tramos absolutamente desconocidos de su personalidad: los tiempos de su infancia en Pisco y de las inmensas tortugas de mar, los tiempos en que cantaba boleros, en que fue un muchacho enamorado y jugador de fútbol en la polvorienta hacienda de Lobatón y los tiempos en que se enamoró, sacerdote ya, tan intensamente como el ser humano que es, que sigue siendo. El padre Wicht habla de lo que nunca antes habló: de Monseñor Cipriani y las dudas que él deberá resolver. Aquí tienen a un Wicht que no imaginaban, tan real como las hostias y el vino, como el pan y el amor.

—¿Qué origen tiene el apellido Wicht?

Austríaco. Mi abuelo, el papá de mi papá, era un austríaco que se vino a Arequipa muy jovencito, y se casó en Arequipa. Desde entonces mi padre y todos en mi familia hablaron sólo el castellano.

—¿Wicht y qué más?

Rossel. Del norte del Perú. Y Puga, de origen cajamarquino. Yo nací en el Puerto de Salaverry, al lado de Trujillo. No recuerdo nada de Salaverry, porque estaba muy bebe, pero estuvimos en otros puertos del Perú. Mi padre trabajaba como administrador de aduanas. Estuvo en Salaverry, estuvo en Tacna, estuvo en Pisco...

—¿Y cuándo empiezan sus recuerdos?

Mis recuerdos empiezan en Tacna, pero son muy borrosos. Recuerdo mucho más de Pisco. Le hablo de la década de los 30.

—Tener los primeros recuerdos vinculados al mar debe ser algo muy bello, algo que acompaña.

A mí me gusta mucho el mar. Nosotros vivimos en Pisco Playa y Pisco Pueblo. Mirábamos el mar en Pisco Playa.

—Y era amigo de los pescadores.

Sí, y también recuerdo unas tortugas muy grandes, unas tortugas de mar inmensas.

—Y usted sentándose encima...

Yo me sentaba encima de las tortugas y las tortugas seguían caminando como si nada, y eso me hacía feliz como ir en carrito.

—¿Hasta qué edad estuvo en Pisco?

Hasta los seis años. A mí me gustaba mucho el mar, siempre el mar, pero me trajeron a Lima a los seis años, a la avenida Petit Thouars.

—¿Y fue un niño como todos, jugaba el fútbol?

En el colegio no destaqué mucho en deportes, pero jugaba el fútbol.

—Y jugaba en la calle...

Después, en los años siguientes, jugué mucho en la hacienda Lobatón que todavía existía.

—¡Lince y Lobatón!

Sí, donde ahora han hecho la avenida Hipólito Unánue. Yo jugaba fútbol ahí, sobre la tierra, porque no había cancha, todo era tierra. Así jugaba yo.

—¿Y solo el fútbol?

Yo estudiaba en La Inmaculada, en la Colmena, en el local de ladrillos de La Colmena, y luego en segundo, tercero de media empezó a gustarme la música.

—¿Y formó un grupo? ¿Qué cantaba?

Los grandes boleros de la época. Los boleros de Pedro Vargas, Leo Marini, Gregorio Barrios...

—¿Y recuerda uno?

Yo cantaba “Nosotros”, ése que dice: “No es falta de cariño, te quiero con el alma...”

Y seguro que también “Vereda tropical...”

Claro: “por qué se fue...tú la dejaste ir, vereda tropical”.

—¿Y conoció al padre Mojica? El fue un gran tenor, cantaba y grabó muchos grandes boleros.

Años después yo conocí a Mojica en Arequipa. Fue en la década del 50, y cantamos a dúo, fue algo muy hermoso.

—¿Se ha enamorado alguna vez?

Sí, varias veces, amores propios de adolescente.

—Pero maravillosos.

Claro, el amor es siempre maravilloso. Sobre todo en la adolescencia.

—Perdóneme, padre, pero yo creo que el amor es maravilloso durante toda la vida. ¿Recuerda su primer amor?

¿Quiere que le diga nombre y apellido?... Son respetables abuelitas ahora.

—Nombre, nada más.

No, porque el mundo es muy chico.

—Bueno, les cantaba, les llevaba serenatas, las enamoraba así.

No tanto, más bien las enamoraba bailando, porque me gustaba mucho bailar. Bailaba boleros, valses y el swing. Eran cosas muy bonitas de grandes orquestas.

—¿Y cuándo es que usted decide ser sacerdote?

Fue un don de Dios que recibí al final del quinto de media.

—¿Ese don lo vino a salvar de un mal de amor?

¿Un mal de amor? No, en absoluto. Al contrario, yo tenía mucho éxito con las muchachas.

—¿Entonces por qué ganó Dios?

Porque Dios me hizo ver un día —y esa es la vocación— que yo podía ser sacerdote, y me dio la voluntad de serlo. Eso es vocación: poder y querer.

—Padre, ¿y siendo sacerdote lo volvió a tentar el amor? ¿Se enamoró?

Sí, me enamoré a lo largo de los años y las décadas, sí.

—¿Y por el amor estuvo a punto de dejar los hábitos?

Felizmente sí.

—¿Felizmente sí?

Digo felizmente, porque eso significa que soy un ser humano, y uno no debe nunca dejar de ser humano. Si yo fuera un pedazo de mármol, o de gelatina... Pero soy un ser humano, y por eso viví esa tentación del amor.

—¿El celibato es un sacrificio muy grande, padre?

Es, en efecto, un sacrificio muy grande que uno acepta voluntariamente y mantiene, pero con sentido de fe. Y la fe nunca es evidencia. Es motivo fuerte, profundo. Uno acepta su vocación y con la ayuda de Dios sale adelante.

—Supongo que su fe se habrá impuesto a otras tentaciones...

Yo he estudiado economía en muy buenas universidades. En San Marcos. Y luego en Francia, con beca del gobierno francés, y después en Harvard. Y después me llovían oportunidades de trabajo en el extranjero muy bien remuneradas. Pero no sabían que yo era sacerdote.

—Lo tentaban.

Bancos, instituciones me ofrecían grandes puestos con unos sueldos impresionantes. Los emisarios me decían que yo era la persona idónea, porque hablaba varios idiomas y no tenía personas dependientes. Yo les decía “no, gracias”, y ellos insistían, “cuánto quiere usted ganar”, y yo respondía invariablemente “soy sacerdote”.

—Le habrán llovido también, supongo, ofertas matrimoniales.

Bueno, tanto como propuestas matrimoniales, no. El matrimonio es una cosa muy seria, y para llegar a él hay que tener un buen noviazgo, y yo he procurado alejarme siempre de ese peligro, de ese tipo de situaciones.

—Padre Wicht, han transcurrido cuatro meses desde la liberación de los rehenes. Usted y Monseñor Cipriani han producido dos consensos opuestos, diametralmente opuestos...

Respecto a Monseñor Cipriani, todos los rehenes y yo, personalmente, conservo un respeto, un reconocimiento muy grande por sus esfuerzos, y también una gran gratitud, porque él se empeñó en encontrar una solución pacífica. El es una personalidad muy particular.

—Y muy discutida.

Por su manera de ser.

—Y por ser del Opus Dei.

No creo que sea por eso, porque hay otros miembros del Opus Dei que no tienen esas características. Lo que sí es verdad, y hay que decirlo sinceramente, es que su actuación, desde el comienzo hasta el final, planteaba y plantea muchos interrogantes, que espero él algún día pueda aclarar.

—Como que hayan ingresado micrófonos en crucifijos o imágenes religiosas.

No existe ninguna evidencia de esto, y no creo que él lo hiciera conscientemente, si es que algo de esto sucedió. Hay otras interrogantes que me parecen más importantes.

—¿Como cuáles?

¿Cómo empezó él y por qué su actuación en todo este asunto?

—Porque es muy amigo de Fujimori... o era.

Esto es algo que él deberá aclarar algún día. Pero hay otra. Cipriani tuvo verdadera representación oficial de la Santa Sede, ¿o no?

—¿Fue utilizado por Fujimori o no?

Esa es también otra interrogante que se plantea la gente. Cuando las negociaciones no avanzaban, y cuando se supo de la construcción de los túneles, Cipriani seguía en estrecho contacto con las autoridades y las Fuerzas Armadas, él pudo haber captado que se preparaba un operativo militar.

—Cipriani tuvo que haberlo sabido, pero ha dicho que lo sorprendieron... Bueno, del perfil altísimo que tenía antes al de ahora...

No creo que su perfil actual sea muy bajo, ni que el de antes hubiera sido altísimo, pero hay pues puntos que quedan en duda y que, lamentablemente, se prestan a este tipo de reacciones de la opinión pública, dentro y fuera del Perú.

—Dentro y fuera de la Iglesia.

Dentro y fuera de la Iglesia, es cierto.

—¿Cómo recuerda el cautiverio ahora?

Todavía me parece que es como un sueño estar libre. Un sueño que teníamos todos los rehenes casi todas las noches, cuando soñábamos que ya estábamos libres, que volvíamos a vivir. Yo conservo un recuerdo muy grato de todos los rehenes en esa larga prueba.

—¿Y del comportamiento de los emerretistas?

Se portaron con nosotros respetuosamente, en el sentido de que no nos maltrataron físicamente.

—Fueron respetuosos con usted.

Conmigo especialmente fueron respetuosos, pero nos privaron de nuestra libertad, y nos crearon una sensación de angustia, y que causó mucho sufrimiento a las familias y a todo el país.

—¿Qué es lo que más le impresiona viendo las cosas hacia atrás?

Qué gran error cometió Cerpa y sus compañeros, qué increíble error cometieron al pretender lograr sus objetivos con violencia injusta a los rehenes, con violencia al país y al gobierno. De hecho, ellos se condenaron a muerte.

—Ellos se condenaron a muerte, pero ¿era inevitable que los mataran?

En la medida que ellos no retiraban sus demandas inaceptables, sobre todo la liberación de sus presos en las cárceles, en la medida en que forzaban ese pedido, apuntándonos a nosotros, en la medida que eso se daba así, el gobierno no podía aceptar eso y poner ese antecedente, porque a los 15 días hubieran podido tomar una escuela con 150 niños y hubieran dicho: “Matamos a los niños si el gobierno no hace esto y esto otro”. Entonces, si ellos no retiraban sus demandas, el gobierno iba a reaccionar tarde o temprano de manera armada si las negociaciones no conducían a ninguna parte. Ellos nos decían: “Si hay un ataque armado, morimos todos. Nadie sale vivo”.

—Pero ninguno de ustedes murió en manos de ellos, cuando ellos los pudieron matar...

Así es, solamente mi amigo el Dr. Giusti. Y esto es algo que hay que reconocer. Lo que usted dice es cierto.

—Y vaya que pudieron hacerlo.

Pudieron hacerlo. Tal vez seis u ocho no pudieron, porque murieron en las primeras explosiones en la planta baja.

—Hubo un emerretista que se desanimó de matar...

Hubo tres, o tal vez cuatro en el piso superior que no murieron con las primeras explosiones.

—Que pudieron matarlos a ustedes.

Claro, que pudieron hacer estallar sus granadas.

—Que les habían dicho que nadie salía vivo.

Así nos dijeron.

—¿Qué pasó? ¿Por qué cree que no los mataron a ustedes?

Ellos pudieron haber hecho eso, a pesar de que los comandos entraron inmediatamente. Pero ellos, en cuestión de segundos, pudieron haber disparado sus armas contra nosotros y hacer estallar sus explosivos.

—No lo hicieron. Insisto: ¿por qué no lo hicieron?

Seguramente que a lo largo del cautiverio llegaron a apreciar a todas las personas.

—No eran entonces irrecuperables.

No eran irrecuperables en ese sentido.

—Y no debieron ajusticiarlos.

Era una operación comando. Y cuando entran los comandos, como tienen que entrar, disparan y son disparados ellos mismos, porque los que quedaron sí dispararon contra los comandos, los comandos no estaban ocupando un local que había sido tomado en forma pacifica, ellos estaban en un operativo militar. A mí no me sorprende la muerte de los 14 miembros del MRTA, aunque lo lamento mucho.

—No le sorprende la muerte de los emerretistas...

Porque se trataba de un operativo militar...

—Usted, padre Wicht, primero reconoce que los emerretistas los pudieron matar a ustedes, pero no lo hicieron, y dice también que ellos tal vez no los mataron porque se identificaron con ustedes.

No sé si se identificaron.

—Eso es lo que me han dicho.

Pero no en el sentido de que haya llegado a haber una amistad.

—Pero hubo un respeto.

Hubo sí, hubo un respeto.

—A partir del cual no los mataron a ustedes.

...así es.

—Finalmente lo admite.

Sí. El que hubieran podido matarnos el 22 de abril y no quisieran hacerlo, es un punto a favor de ellos, que yo agradezco y reconozco.

—Finalmente, padre Wicht, ¿qué le gustaría decirle a Dios?

Pedirle que haya justicia y paz en el Perú.

—¿Y con respecto a usted mismo?

Algún día podré decirle al Señor: “Señor, no he hecho grandes cosas en la vida, no he publicado grandes libros, no he hecho ninguna maravilla en especial, pero he renunciado voluntariamente a formar mi propio hogar. Y eso me ha servido para poderme entregar a los demás. Y por eso te agradezco, Señor”.


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