Con las horas, el número de fallecidos aumentó a 27. Hasta el momento, no existe una sino cinco versiones sobre cómo se inició el siniestro en la discoteca. La falta de señalización fue fatal.
La labor periodística se va al tacho cuando en una lista negra aparece un nombre conocido. A Silvia de la Flor Icochea la vimos bailar, sonreír y disfrutar de una rica paella un par de semanas atrás. Qué íbamos a imaginar que volveríamos a saber de ella de esta manera. Estaba muerta.
La mayoría de las versiones coincide en que a las tres de la madrugada la fiesta se convirtió en un infierno. Utopía —la discoteca donde el fuego y el humo acabaron ayer con la vida de 27 muchachos y dejaron heridas a decenas de personas— está ubicada a unos 20 metros de los cines del Jockey Plaza. Paradójicamente, el incendio se desató al costado de una heladería.
Danza rota
La casualidad quiso que un par de colegas de esta casa caminara ayer cerca del mentado centro de baile. El concierto de Los Prisioneros, realizado en las inmediaciones del Jockey Plaza, había terminado y, cuando iban en busca de la camioneta de un colega, pasaron por Utopía.
Muchos jóvenes ingresaban al exclusivo recinto. No habían dado las dos de la madrugada. Silvia ya debía estar ahí. La fiesta corría por cuenta de una conocida marca de whisky. En el interior, un caballo, una mona, un león y un tigre enjaulados servían de escenografía.
La hora del merengue había terminado. Los cuerpos sudorosos habían comenzado a entregarse a los contoneos a los que obliga el trance cuando el disc jockey —el responsable de la marea musical—comenzó a jugar con fuego.
Era poco más de las siete de la mañana y Moisés Gordillo, un joven que llegó a escapar de la muerte, contó a los periodistas lo que había visto. Todavía no comprendía cómo era que había logrado rescatar a su novia. Recordó que cayeron al piso más de una vez en su desesperado afán por llegar hasta la puerta.
Ultraviolento
Gordillo vio al disc jockey prender fuego dentro de la cabina, desde donde se lanzaba las mezclas musicales. Pero eso no debe sorprender a nadie, es práctica común en este tipo de citas. Claro, siempre y cuando la instalación cuente con las medidas de seguridad necesarias.
Gordillo vio que el fuego alcanzó el techo de la cabina, cogió la mano de su novia y, ante la ausencia de salidas de emergencia, optó por dirigirse a la puerta de ingreso. Cuando llegó, se dio con la sorpresa de que estaba cerrada.
El muchacho narró que golpeó con fuerza hasta que logró abrirla. Los que lograron salir comenzaron a vivir un nuevo drama: buscar entre la multitud despavorida a sus amigos, familiares o parejas.
Tomaron sus celulares, comenzaron a indagar por ellos. Una camarera de Utopía vio a un muchacho semidesnudo abrirse paso entre quienes impedían al público volver a entrar. Quería ir en busca de su novia. Entró. La camarera no lo volvió a ver salir.
Para cuando llegaron los bomberos y el escuadrón de Emergencias de la PNP, personal de seguridad de la discoteca sacaba en brazos a los asistentes. Hubo que recurrir a un camión-cisterna de la Municipalidad de Surco para arrojar agua dentro del local. Las ambulancias no se daban abasto para trasladar a los desmayados y asfixiados.
Un grupo de policías llegó hasta la plataforma superior del local e intentó abrir los ductos de ventilación, una especie de enormes tapas de alcantarilla. Estaban tapiados con cemento.
Hubo que usar combas y barretas para abrirlos. Recién entonces, la situación comenzó a ser controlada. La labor de los periodistas no fue sencilla. Descontrolados muchachos pretendieron impedirles que cumplieran con su labor, que los filmaran, que los fotografiaran.
Ni el tigre ni el león lograron sobrevivir. En el estacionamiento del Jockey Plaza, empleados del circo Hermanos Fuentes Gasca, a cargo de los animales prestados para la ocasión, lloraban la pérdida.
Palabras, palabras
Con el paso de las horas, más versiones salieron a flote. Un barman que hizo de tragafuegos provocó que una de las cortinas próximas a la cabina del disc jockey se prendiera, dijo uno. Para otro, fue la pareja de malabaristas argentinos la que accidentalmente causó el siniestro.
Raúl Tola, periodista de Canal N, quien estuvo en Utopía y sobrevivió a la tragedia, descartó estas versiones. Más bien cree que la bencina que había en los ceniceros con el propósito de crear efectos lúdicos provocó que el fuego llegara hasta el techo y se propagase.
Llegada la noche, se conoció la versión de Percy North, gerente general de Utopía, quien de acuerdo con las versiones que maneja, culpó del inicio de la tragedia a un empleado del circo Hermanos Fuentes Gasca que ingresó a la cabina del disc jockey cuando este no estaba y manipuló el aerosol con que aquel ejecuta sus maromas con fuego.
A estas alturas, sin embargo, más allá de conocer cómo comenzó el fuego, el hecho es que hay decenas de muertos y que la falta de prevención y seguridad fue el común denominador.
Las invitaciones llegaron de luto
La convocatoria para esta noche llegó vestida de luto. La invitación para la exclusiva fiesta Zoo había sido enviada, desde inicios de esta semana a los socios de Utopía, en un sobre color negro. La convocatoria era simple y directa. Solo se recordaba que los asistentes no deberían llevar ropa deportiva y que el ingreso estaba sujeto a la capacidad del local.
Esta era la tercera fiesta especial a la que convocaba Utopía desde que fue inaugurada hace dos meses. Para ello había bombardeado de correos electrónicos a los jóvenes que comúnmente acuden a este tipo de discotecas.
En dicha invitación se instaba a los jóvenes a hacerse socios con el pago de diez dólares y llenar una ficha de inscripción en la que debía figurar el centro de estudios, la marca, el año y el modelo del carro que tenía, los clubes a los que pertenecía, los ingresos y las tarjetas de crédito que manejaba. El carnet lo mandan por correo y listo. El nuevo socio se hacía acreedor a un descuento especial para que pudiera ingresar con sus amigos, además de whisky, vodka, ron o cerveza gratis.
Las fiestas en Utopía siempre tenían un atractivo especial, al punto de que cada reunión era bautizada con un nombre distinto. Así, antes de Zoo, habían sido las fiestas Crystal y Sensual.
Para cada noche la atracción principal, como toda discoteca de música trance, era el disc jockey. “Es como un Dios. Siempre está arriba, sobre el público. Es el dueño de la música y sus mezclas y estilo son el motivo de nuestra diversión. Es la estrella de la noche”. Así describe Silvia, una joven de 25 años que ayer no llegó a Utopía porque imaginó que estaría llena de gente.
Para Zoo, el estrellato de la noche había sido separado para el disc jockey ‘Pulpo’, Alfredo Cabrera, quien aparentemente salió ileso del incendio.
Así, la noche del viernes en Utopía todo apuntaba a que se iban a cumplir las promesas de los organizadores: “Lo que ponemos es para que te diviertas sin interrupciones, ni límites”. Y efectivamente, todo apunta a que los límites no existieron.
Enfoque
En el incendio de la discoteca Utopía murieron 29 jóvenes. Hubo 57 heridos. La fiscalía probó que el local no contaba con medidas básicas contra incendios —no había un solo extintor— y funcionaba sin licencia municipal. En el 2004 se condenó a prisión al barman Roberto Ferreyros y al administrador Percy North, por homicidio culposo y doloso, respectivamente. El primero salió en libertad en 2005 y el segundo en 2015. Los familiares de las víctimas iniciaron un largo proceso judicial en busca de justicia contra los accionistas del negocio Alan Azizollahoff Gate y Édgar Paz Ravines, quienes fugaron al extranjero. Paz Ravines fue extraditado de México en setiembre de 2020 y Azizollahoff continúa prófugo.