En una pequeña “guerra relámpago” las tropas iraquíes, apoyadas por tanques, entraron al emirato de Kuwait. Tras ocho años de un enconado conflicto contra Irán (1980-1988) Saddam Hussein se sentía lo suficientemente poderoso para pisar a su vecino. Ese 2 de agosto de 1990, la resistencia local fue tenaz, pero breve.
El descubrimiento de petróleo en el yacimiento de Burgan, en 1938, había transformado a Kuwait en uno de los países más ricos de la península Arábiga. Un día antes del ataque, las conversaciones entre ambos países, que se realizaban en Arabia Saudí, habían culminado sin éxito. En pocas horas, de las palabras se pasaron a las armas.
El mundo reaccionó con rapidez. Estados Unidos impuso sanciones económicas y desde Moscú se suspendió el envío de armamentos a los iraquíes.
En simultáneo, el precio del crudo se disparó en un 15%, pues por el Golfo Pérsico circulaba el 80% del petróleo que abastecía a Occidente.
Una de los pretextos del régimen de Bagdad para la arremetida militar fue una antigua disputa que mantenían ambas naciones sobre el campo petrolífero de Rouma.
Durante la ofensiva, que costó 200 vidas kuwaitíes, el ejército de Saddam Hussein ocupó tres bases militares del emirato, cuyo territorio tiene las dimensiones de Tacna. El emir fue evacuado en helicóptero hacia Arabia Saudí y salvó la vida.
El presidente de Estados Unidos, George Bush, calificó el ataque como “totalmente injustificado” y dispuso el congelamiento de los bienes iraquíes en su país.
Horas después, Saddam Hussein prometió que retiraría sus tropas gradualmente. Pero nunca lo hizo.
La Liga Árabe reunida en El Cairo pidió el repliegue de las fuerzas ocupantes. Desde Moscú, el secretario de Estado de los Estados Unidos, James Baker, y el canciller soviético Edward Shevardnadze instaron a la ONU a condenar la agresión.
Ante la amenaza de que las tropas iraquíes avanzaran más al sur sobre Arabia Saudí, otro gran abastecedor de petróleo de Estados Unidos, Washington empezó a analizar opciones militares para neutralizar los apetitos de Hussein.
A los pocos días Francia, Inglaterra y Estados Unidos dispusieron el envío de escuadras navales y aéreas hacía el Golfo Pérsico, y empezaron a conversar sobre la posibilidad de un despliegue militar aliado sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.
Perú y el conflicto en el Golfo Pérsico
En 1990 Perú estrenaba apenas un nuevo gobierno y su economía arrastraba la pesada herencia del quinquenio aprista. En esas circunstancias grises para los peruanos llegó la noticia del zarpazo iraquí.
El mismo día de la ocupación, el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú expresó su protesta ante la invasión de Kuwait, según publicó en sus páginas El Comercio.
“El Perú formula su enérgica condena por cuanto la acción consumada constituye una violación del principio internacional, que prohíbe el uso de la fuerza en las relaciones internacionales”, decía el texto diplomático.
El comunicado expresaba además que el Gobierno Peruano hacía un llamado para que las fuerzas militares iraquíes se retiren de inmediato del territorio kuwaití.
Perú, importador afectado
Nuestro país había estado pagando entre 18 y 20 dólares por cada barril de petróleo; sin embargo en el lapso de unos pocos días, el precio internacional se incrementó a 25 dólares, golpeando aún más la ya alicaída economía nacional.
Irak y Kuwait eran en esos momentos dos de los países con mayor actividad petrolera en el mundo.
El incremento se produjo por la incertidumbre y la “guerra de nervios” que se apoderó de los integrantes de la OPEP, Organización de Países Exportadores de Petróleo.
Javier Pérez de Cuéllar en Lima
Por esos días el secretario general de las Naciones Unidas, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, llegó a Lima.
El más alto representante de las Naciones Unidas dijo en nuestro país que mientras el Consejo de Seguridad que dirige no apruebe el envío de fuerzas de paz “toda intervención de cualquier país que fuere no estaría de acuerdo con el texto y espíritu de la Carta de la ONU”.
Pérez de Cuéllar puso luz roja a las naciones occidentales y árabes involucradas en la crisis que habían adelantado acciones y desplazamientos militares tras la invasión.
En enero de 1991, luego que el Consejo de Seguridad autorizó el uso de la fuerza, una coalición de 34 países empujaría al ejército iraquí fuera de Kuwait.