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El sábado 26 de enero de 1963, por la tarde, una lancha-automóvil partió del puerto del Callao con dirección a Pucusana, al sur de Lima. Lo ocupaban eran tres hombres: Germán Rodríguez Kirwood, José Gamero Dulanto y Óscar Izaga Salazar. Pocas personas sabían que los tres jóvenes habían decidido ir de paseo con esa lancha hacia el mar abierto de Lima.
La lancha tenía nombre de texto escolar, se llamaba ‘Coquito III’, una pequeña embarcación que era propiedad del señor Manuel José Gamero, cuyo hijo la tomó para irse a Pucusana con sus dos amigos, esa tarde de sábado.
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Ya en alta mar, frente al kilómetro 40 de la Carretera Panamericana Sur, ‘Coquito III’ empezó a tener dificultades en el motor. Quizás lo sobre esforzaron, la cuestión fue que este se paró y luego hubo un incendio. El fuego provocó que los tres ocupantes se arrojaran al mar.
Por el testimonio posterior del único sobreviviente, la policía supo que tanto José Gamero como Óscar Izaga reaccionaron frente a la situación y ayudaron a su amigo Germán Rodríguez que no sabía nadar. Trataron de llegar a nado a un islote: el ‘Pachas’, a dos km. de la playa; sin embargo, cuando les faltaba pocos metros para llegar la marejada los empujó hacia los peñascos.
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Tras el tremendo golpe, Gamero y luego Rodríguez desaparecieron de la vista de quien sobrevivió a esa trágica aventura: Óscar Izaga, el único que pudo asirse del islote sin ser golpeado y allí esperó pacientemente, sin desesperarse, a que lo rescataran. Fueron casi 24 horas de agónica espera. Izaga se encomendó no solo a Dios sino especialmente al santo peruano San Martín de Porres, de quien era férreo creyente, según confesó luego. Izaga recién pudo ver una luz de esperanza en la tarde del domingo 27 de enero de 1963.
Ese domingo una lancha del Yacht Club de Pucusana peinaba la zona del accidente y en un momento determinado su tripulación vio a Oscar Izaga recostado en la ribera de uno de los islotes que había en la zona.
Izaga estaba deshidratado y apenas pudo sostenerse en pie. Lo trasladaron a Pucusana donde recibió los primeros auxilios, y a donde llegaron sus parientes para verlo y confirmar luego el milagro de verlo con vida. Ellos se lo llevaron a Ancón, a la casa de sus padres, balneario donde se iría recuperando del shock con el paso de los días.
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La búsqueda había sido general y fue coordinada por la policía y la FAP. Las investigaciones estuvieron dirigidas personalmente por el Teniente Coronel de la Guardia Civil (GC), Demetrio Oré Tovar, primer jefe de la 21ª. Comandancia. Las pesquisas por tierra y mar no se detuvieron ni un solo minuto durante toda la semana. Cada playa fue revisada al milímetro sin resultados, luego del rescate de Izaga. Nada de Gamero ni Rodríguez.
La policía de Lurín asumió el compromiso de ubicar a los dos desaparecidos, para ello contaron con el apoyo de un helicóptero de la FAP. Cuadrillas de agentes de la GC recorrieron a pie o en botes las playas y los alrededores de los islotes; con el paso de los días, ya sabían que solo estaban tratando de ubicar unos cuerpos sin vida.
Al día siguiente del hallazgo de Izaga, los rescatistas siguieron con su trabajo intensamente. Ese lunes 28 de enero, los cuerpos de Germán Rodríguez y José Gamero siguieron perdidos. La policía, por su parte, proseguía en su labor investigadora para determinar la causa del “incendio y hundimiento” de la lancha-automóvil.
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Testigos de lo ocurrido señalaron a los agentes que esa tarde sabatina vieron desde la playa que ardía una embarcación. Pensaron en un inicio que se trataba de una bolichera, pero al acercarse vieron que había sido una lancha. Ya no vieron a ningún ocupante. Tal situación les hizo pensar que estos se habían salvado con los botes que seguramente llevaban consigo, y que se habrían dirigido de regreso al Callao.
Sin embargo, sabrían luego que no había sido así. La policía les contó de la desaparición de los tres amigos. Las cuadrillas de agentes policiales continuaron su trabajo de búsqueda el martes 29, el miércoles 30, jueves 31 y viernes 1, peinando las playas entre los kilómetros 20 y 60 de la Panamericana Sur y con el apoyo de un helicóptero de la FAP. Lamentablemente, sin éxito alguno.
El único sobreviviente hasta ese momento, Óscar Izaga, no recibía visitas en su casa de Ancón, por prescripción médica. Estaba medicado con pastillas e inyectables. Pero debía dar sus declaraciones durante la semana. Lo hizo recién el miércoles 30 de enero.
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Luego de hablar con la policía, Izaga dio una entrevista exclusiva a El Comercio. Todavía profundamente conmovido, el sobreviviente de la lancha ‘Coquito III’ contó que ese día casi completo que estuvo aferrado a la vida en un islote, sobrevivió de puro milagro.
Contó que fue picado por las arañas de mar y que permaneció rodeado de lobos marinos que no lo miraban con afecto; luego aseguró que se salvó de morir “por un milagro de San Martín de Porres”, cuya imagen siempre lleva consigo. La popularidad del santo de la escoba estaba en su máximo esplendor, puesto que había sido canonizado hacía menos de un año, el 6 de mayo de 1962 por el papa Juan XXIII.
Izaga dijo no saber cómo se había iniciado el incendio en la lancha; y también negó que haya habido una explosión del motor; él solo sintió “un ruido sordo” y en cuestión de segundos el fuego cubrió el motor. Esa tarde, los amigos habían estado más precavidos que en otras ocasiones.
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“Para prevenir el hambre y la sed en caso que fallara el motor, adquirimos provisiones: una caja de gaseosas y 24 emparedados”, narró el único sobreviviente, aun insolado y visiblemente magullado. Estaba sereno, pero muy afectado aun por la tragedia. Igual Izaga contó algunos detalles de los preparativos realizaron aquel sábado 26 de enero de 1963.
La idea era solo pasarla bien el fin de semana, como hacía cualquier grupo de jóvenes de clase media de esa época. Con la lancha lista, decidieron llevarla en un tráiler a la avenida La Marina para ponerle combustible: llenaron el tanque con 20 galones de gasolina, y se aprovisionaron con un bidón más en el que transportaron otros 15 galones. En ese momento, el empleado del grifo les advirtió de un agujero en el tanque. Le dijeron que lo reparara y, sin más, se fueron al Callao para desde allí partir al sur de Lima.
En el puerto chalaco tuvieron otro problema: el motor no arrancaba, la batería estaba baja. Tuvieron que regresar a Lima para conseguir una nueva batería. Ya con todo listo, dijo Izaga, partieron a eso de las 3 y 40 de la tarde.
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Como señalamos, el grupo se aprovisionó de líquidos y comida por si el motor les fallaba. No se imaginaron un incendio, sino un motor detenido, a lo sumo, contó el sobreviviente. “El destino algo nos decía, pero nosotros nos encaprichamos. Partimos contra viento y marea”, confesó Izaga.
Entonces, el joven dio un detalle más: “No fue precisamente una explosión sino un ruido sordo el que antecedió al incendio de la lancha… Después nos lanzamos al mar”, relató levantando los brazos, aún nervioso solo con el recuerdo.
Los jóvenes bromearon en el trayecto y se burlaron de Gamero porque este se había quedado varado tres días en otra lancha, varios meses antes. El que estaba algo nervioso era Rodríguez, puesto que no sabía nadar. Era la primera vez que hacían un viaje tan largo, admitió Izaga.
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Fue alrededor de las 6 de la tarde que se escuchó el ruido en el motor, dijo el testigo. Estaban cerca de los islotes, frente a las playas de Lurín. Ante el incendio, Gamero trató de apagarlo, pero todo fue infructuoso. “Al acercarse, el fuego se prendió en sus pantalones y él se tiró al mar”, detalló el joven.
Izaga contó que al llevar combustible en el tanque y en el bidón, no lo dudó y saltó al agua también. Allí Gamero y él convencieron a Rodríguez de lanzarse, pero este tenía miedo por no saber nadar. Finalmente, se lanzó y los amigos lo ayudaron: le quitaron los zapatos y el pantalón para que no se hundiera.
Avanzaron junto a Rodríguez que se aferraba hasta hacerlos hundir; para evitar eso se turnaron para arrastrarlo hasta que, en algún momento, el amigo no salió a la superficie. Lo perdieron. Añadió que por allí pasó un helicóptero ocasional que sin duda vio la lancha incendiada, pero solo se fue.
Gamero y él trataron de tranquilizarse haciéndose el “muertito”, agarrados de las manos, y luego nadaron. Se acercaron así al islote casi al anochecer. Pero la marejada era fuerte y los atraía y alejaba del islote. Ya completamente de noche, Izaga no volvió a escuchar a Gamero. “Grité su nombre, pero no me contestó. La resaca era violenta. Pudo haberse estrellado contra el peñón o haber sido arrastrado por la corriente. No lo sé”, confesó Izaga.
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Una marejada alta lo levantó y pudo sostenerse al fin de un lado del peñasco. Para él, volvía a decirlo, fue un milagro su supervivencia ese día. Luchó contra las arañas de mar que se le lanzaban para morderlo. Fue la noche más larga, angustiante y solitaria de su vida. Los lobos marinos, sumamente territoriales, lo empujaban al mar, enfurecidos por su extraña presencia. No durmió ni un minuto. “Dormir era morir”, dijo Izaga.
Al día siguiente, domingo 27, nadó hacia otro islote un poco más grande. Allí, exhausto, se quedó dormido en una especie de playa, donde por la tarde lo avistaron desde unas lanchas de búsqueda.
El ‘Coquito III’ incendiado frente a las playas sureñas de Lima dejaba un pesar en dos familias: Gamero y Rodríguez. Las esperanzas de hallarlos con vida eran escasas. La idea de recuperar sus cuerpos se convirtió poco a poco en el objetivo principal.
El jueves 31 de enero de 1963 podía verse a varios autos ir y venir por las arenas de esas playas. Eran los familiares de los desaparecidos que no se daban por vencidos. Incluso se llegó a saber que la madre de Gamero se había opuesto a esa peligrosa excursión marina.
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Durante esos días, las solitarias playas del sur de Lima se cubrieron de bolicheras, helicópteros y avionetas que solidariamente acompañaron a las familias en su búsqueda. Hasta el viernes 1 de febrero de 1963, las diligencias eran intensas, menos que en los primeros días, pero igual de dramáticas. La familia Rodríguez Kirwood hasta contrató seis lanchas exclusivamente para hallar el cuerpo de su hijo. Pero toda búsqueda tiene un final, y en algún momento se dan los resultados esperados. Y así fue en este caso, sin duda.
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