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El nazi de tres nombres escondido en el Perú, que acosó a una mujer y se cortó un dedo
El alemán, ex miembro de la Gestapo, había acuñado tres identidades falsas desde que llegó al Perú en 1948, en los comienzos del ‘ochenio’ del dictador Manuel A. Odría.
El 10 de marzo de 1962, el diario El Comercio dio a conocer a sus lectores una historia verdaderamente escalofriante: un nazi escondido en el Perú usó hasta tres identidades falsas, no solo para trabajar y relacionarse con la comunidad sino también para acosar a una mujer hasta hacerla abandonar el país. Fue una obsesión que se convirtió en un tortuoso, posesivo y desquiciante acoso. Una muestra terrible de violencia de género a inicios de la década de 1960.
En los últimos meses del segundo gobierno de Manuel Prado (1956-1962), las relaciones del Perú y Alemania Occidental (Federal) estaban ya estables, luego de haber pasado 17 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Incluso, tres días después de haberse revelado la atemorizante historia del alemán, el diario decano anunció la visita, por primera vez tras la etapa bélica, de “dos buques de la Marina de Guerra de la República Federal de Alemania”.
Eran dos buques-escuela, el ‘Graf Von Spee’ y el ‘Hidder’, que habían partido del puerto de Kiel, del estado federado de Schleswig-Holstein, hacía una semana. Se esperaba que llegaran en abril de ese año. La embajada alemana estaba muy satisfecha con esa visita oficial que incluía a varios países sudamericanos. Así, Alemania estaba reestableciendo sus relaciones bilaterales con los países del mundo.
Sin embargo, el pasado reciente de la Segunda Guerra y sus nefastos protagonistas aún les perturbaba la conciencia; más aún si sus acciones demostraban graves perturbaciones en su personalidad, como fue el caso del ex miembro de la Gestapo, camuflado en el Perú. En esos primeros días de marzo del 62, aquel oprobioso pasado tuvo un solo rostro y tres nombres.
EL EX MIEMBRO DE LA GESTAPO
El sujeto podía llamarse un tiempo Werner Raúl Reich Bohing; en otro momento Frank Müller con seguridad; y en las últimas instancias de su vida pública, Paul Werner. Utilizar tres nombres no era un juego para él. Era su manera de sobrevivir y huir del castigo, de la justicia, de la ley.
Aquel ciudadano alemán tenía que ocultar su verdadera identidad. ¿Cuál era esta? Según los datos de El Comercio de esos años, se trataba de un ex miembro de la Gestapo, quien habría entrado clandestinamente al Perú en 1948, en esa turbulenta época del golpe de estado del dictador Manuel A. Odría (1948-1956). En ese tiempo el nazi tenía solo 31 años. Para marzo de 1962, en el momento de su enloquecido amor, el enigmático alemán contaba con 45 años de edad.
Con la ayuda de gente en el país, compatriotas suyos o nacionales, no se sabe, Paul Werner (el último nombre que usó, al menos públicamente) había burlado con relativa y sospechosa facilidad a las autoridades policiales, en plena dictadura odriísta. La impunidad que parecía darle el nuevo régimen militar le permitió establecerse en Lima y lograr abrir “una agencia de publicidad y vincularse con las empresas pesqueras”, informó El Comercio (10/03/1962).
Justamente, cuando trabajaba en una empresa pesquera, Werner conoció a una mujer. Se le asignó una secretaria y el nazi se obsesionó desesperadamente con ella. Le pidió matrimonio más de una vez, siendo rechazado constantemente.
La policía mantendría en reserva el nombre de la mujer acosada; pero ella igual debió dejar el trabajo en la empresa pesquera y buscar otro empleo en el campo aeronáutico: se dedicó al servicio aéreo, como aeromoza.
Según relató la policía a los medios de prensa, el individuo de los “tres nombres”, como le decían los investigadores, insistió con ella y llegó a amenazarla de muerte en su propia casa, en Miraflores, si no accedía a su pedido matrimonial. Al parecer, la historia que recién se revelaba ese 10 de marzo de 1962 venía desde un tiempo atrás.
Ya para entonces, la joven se había casado con un empresario y se había ido a vivir a México. El caso pasó a las portadas de los diarios porque Paul Werner (antes Frank Müller y mucho antes Werner Raúl Reich Bohing) hizo una completa locura: se cercenó “la falange del dedo índice de la mano izquierda”. (EC, 10/03/1962)
El ex miembro de la policía secreta del dictador Adolf Hitler (Gestapo), completamente perturbado no solo se cortó el dedo, sino también, en un claro acto de manipulación perniciosa, colocó su dedo rebanado en una caja de fósforos, para luego enviársela a los familiares de la mujer que decía amar. Según el desquiciado alemán, su gesto era “una prueba de amor” y un “aviso de suicidio”, pues él estaba dispuesta a todo.
Aseguraba el alemán de la ex Gestapo que si se negaban a darle información de ella, se cortaría los dedos de cada mano. Werner se había cortado el dedo en una habitación de pensión que había alquilado en Lince. Él quería saber a como diera lugar la dirección exacta de su “amada” en México, pero la familia se la negó siempre. No le importaba saber que ya se había casado, mandó hasta “seis cartas amenazadoras y haciéndoles ver que por haber sido miembro de una organización de policía secreta alemana, era capaz de todo por saber la dirección de la muchacha”. (EC, 10/03/1962).
Pese a ello, los familiares de la víctima decidieron denunciarlo ante la policía de investigaciones. Y aun así les siguieron llegando cartas desopilantes. La propia policía y los diarios también recibieron cartas explicando “su difícil situación amorosa”. Las autoridades no solo corroboraron estos hechos y la historia misma, sino además los antecedentes y otros datos de la situación ilegal de Werner en el Perú.
Paul Werner, como se le conocía entonces, comenzó a ser buscado arduamente por la “Sección de Extranjería” de la policía. Los agentes llegaron a su cuarto de pensión en Lince, pero ya había fugado, presumiblemente al norte del país para cruzar la frontera.
Años después, en 1971, llegaría al Perú por un corto periodo otro nazi, aún más famoso, el ex jefe de la ‘Gestapo de Lyon’, Klaus Barbie, quien quiso pasar aquí como Klaus Altmann. Barbie, un genocida buscado en todo el mundo, venía de Bolivia donde estuvo ligado a empresas como la “Transmarítima” y dio una entrevista a El Comercio. Luego de ello, su verdadera identidad se fue revelando, y en el Perú hasta fue vinculado con la muerte del empresario pesquero Luis Banchero Rossi.
Personajes oscuros, de origen nazi, como Paul Werner pululaban por Sudamérica, a donde habían llegado entre fines de los años 40 y durante los años 50, por un sistema de ratline, es decir, rutas de escape organizadas tras la Segunda Guerra para que criminales de guerra pudieran huir de los juicios por sus crímenes contra la humanidad.
Sobre Paul Werner no se supo más. Siempre quedó la duda de si había conseguido fugar del país o, peor, si había llegado a México para proseguir con su abusiva y enfermiza obsesión.
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