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Alfredo Bryce Echenique y la historia completa de su audaz regreso definitivo al Perú en 1999: “Volver a Lima ha sido un terremoto”
A inicios de 1999, la vida del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique era un caos literario. Y por eso mismo, un caos que gozaba y sufría a su manera. Andaba por ese tiempo por presentar su libro de 14 cuentos, “Guía triste de París”, y también en pleno plan de regreso al Perú. Todo ello coincidió con sus 60 años.
Alfredo Bryce Echenique, nacido en Lima en 1939, ya iba sintiendo en las venas la idea de regresar al Perú cuando recibió el Premio Nacional de Narrativa por su novela “Reo de Nocturnidad”, una distinción que recibió por haber escrito la mejor obra publicada en España en 1997. Pero, tras presentar su siguiente novela, “La amigdalitis de Tarzán” en 1998, la cuestión del retorno al Perú parecía que ya estaba decidida. En ese tema, no había vuelta atrás.
No sabemos si fue la melancolía, la saudade de finales de siglo; la reflexión obligada para un hombre de 60 años (Bryce los cumpliría el 19 de febrero de 1999) o la tristeza de no ver el mar peruano, la comida y los amigos, o todo eso junto, pero la cosa era que Alfredo Bryce llegaba al Perú. Costase lo que costase.
Por supuesto, la intuición nos podía llevar a pensar que era lo último la causa esencial, es decir, los recuerdos, la memoria de “su” Lima. La misma novela que acababa de presentar, “La amigdalitis de Tarzán” abordaba epistolarmente los temas de la amistad y la lealtad. Lo suyo sería, pues, un regreso por todo lo alto y con la seguridad de hacerlo en el momento oportuno.
En una nota de El Comercio, del 31 de enero de 1999, la periodista y corresponsal del diario en Madrid, Yolanda Vaccaro, reprodujo algunas declaraciones de Bryce. A la pregunta más recurrente que le hacían por esos días, de si volvía al Perú “porque el país está mejor”, el escritor respondió: “El que regresa eres tú, el país no regresa. Regresas a los amigos, al paisaje, a la familia. No regresas a todos los miles de kilómetros cuadrados del Perú sino a tu casa, a tu gente”. Y concluyó: “Si esperara a que el Perú mejorase, no volvería jamás”.
En la nota de Vaccaro estaba claro que Bryce quería volver sin condiciones al Perú, a Lima, a su casa que estaba acabando de construir en el distrito limeño de Santiago de Surco, y que lo esperaba a él y a su pareja Ana Chávez Montoya. También quedaba claro que lo que más odiaba Bryce eran los trámites burocráticos, la “pesadilla kafkiana”, decía, la cual lo tenía estresado, más que las decenas de entrevistas que debía dar ese invierno europeo de 1999.
En verdad, solo le faltaba decir que extrañaba la inolvidable magia de la oralidad peruana, esa forma de hablar a borbotones que nos caracteriza a los peruanos y que él convirtió en buena literatura.
BRYCE: LOS PLANES DEL ESCRITOR EN EL PERÚ
Ese 31 de enero de 1999, estaba a solo 17 días de regresar definitivamente a su país de nacimiento. Había ido y venido de España al Perú. De hecho, radicaba en Madrid desde 1984, pero no dejaba de volver a Lima, aunque siempre con pasaje de ida y vuelta. Esa vez era solo con pasaje de ida. Bryce tenía pensado volver a la capital española a fines de mayo de ese año, solo para dar alguna charla y presentar su libro “Guía triste de París, 14 cuentos sobre peruanos en la Ciudad Luz”.
En Lima, tenía dos tareas inmediatas: primero, acomodarse en una residencia provisional, pues su nueva casa de Casuarinas, en Surco, aún faltaba terminar de acondicionarla; y segundo, presentar su nuevo libro de cuentos “Guía triste de París”. Tenía entre sus planes, además, preparar o terminar de preparar el volumen II de Antimemorias, para lo cual ya tenía listo algunos capítulos, entre ellos “Domesticando el sueño” y “Mi vida en inglés”.
Antes de aterrizar en el aeropuerto internacional Jorge Chávez de Lima, el miércoles 17 de febrero de 1999, Bryce vendió su casa madrileña, le hicieron varias despedidas elefantiásicas, con harta comida y bebida y con harto deseo de que regresara, e hizo sus numerosas maletas. Volvía a una Lima distinta a la que dejó en 1964 (eso lo comprobaría luego), y donde buscaría acomodarse y aislarse para escribir lo necesario.
Bryce quería escribir y dar algunas clases en alguna universidad. Le interesaba tener contacto con los jóvenes. Sus últimas palabras en Madrid, antes de partir, hablaban de una persona con doble nacionalidad (peruana y española), pero también de alguien que nunca “creía poder ser otra cosa que un escritor peruano… Lo vivo con ilusión, porque tengo ganas, porque me toca volver a mi país y disfrutarlo antes de que sea tarde y sacarle el jugo a esa nueva vida que tendré que empezar allá”, dijo, con una extraña certeza.
En pocas palabras, Alfredo Bryce Echenique volvía porque quería seguir viviendo para contarla, y estar lúcido para grabar en su memoria las vivencias que pensaba afrontar en ese Perú que cerraba el siglo XX.
BRYCE: EL PRIMER ENCUENTRO OFICIAL CON LA PRENSA PERUANA
A mediados de marzo de 1999, tras unas semanas de descanso, Bryce dialogó con la prensa nacional, a propósito de la presentación de su libro de cuentos, “Guía triste de París”, en una coedición de Peisa y Alfaguara. Fue una conferencia-desayuno, por la hora y por lo que había en la mesa. Y allí Bryce habló de sus 14 historias de peruanos “parisinos”.
Por momentos, el escritor peruano quedaba callado o distraído. De pronto, con la mirada levemente perdida parecía recordar algo o alguien: “Hubo un peruano que al llegar a París se enfermó de nostalgia y se echó en la cama, hasta que hubo que repatriarlo”, dijo. Parecía que Bryce recobraba el humor suave de siempre, pero algo se vislumbraba en sus palabras: era la sorpresa y el cuidado de quien contaba algo personal de alguien.
Esa mañana, la mirada limeña de Alfredo Bryce alcanzaba para ironizar a costa de los propios franceses y su afán de ser o sentirse únicos, incomprendidos y brillantes. El narrador peruano contó que había muchos franceses que ensalzaban hasta el delirio los libros del poeta Arthur Rimbaud. “Rimbaud sigue siendo un poeta joven rebelde para ellos”, dijo. (EC, 21/03/1999).
Con una chispa acicateada en el medio limeño, el autor de “Un mundo para Julius” (1970) dio crédito a una frase del general Charles de Gaulle: “Es muy difícil ser presidente de un país en el que hay 367 tipos distintos de quesos”, contó, entre las sonrisas de los reporteros. (EC, 21/03/1999).
Pero, sin duda, los peruanos en París, que eran amigos de Bryce, tuvieron mucha suerte, ya que ellos pudieron llamarlo a las 4 de la madrugada para pedirle asilo una noche, cuando sus esposas los botaban de sus casas, vaya a saber uno por qué. “Dos meses después, sin embargo, el amigo seguía viviendo en mi casa”, relató Bryce, aún anonadado.
En abril de ese año 99, la revista internacional “Ronda”, de la compañía aérea Iberia, publicó una breve crónica de Alfredo Bryce, centralmente enfocada en las primeras horas de su regreso al Perú. Se titulaba “Lima, volver a empezar” y era el artículo central de esa edición mensual.
Se trataba del relato de un hijo pródigo. Volvía para radicar aquí luego de 35 años. Fue 1964 el año en que Bryce había decidido quedarse en Europa. El inicio de la crónica es su llegada al Jorge Chávez, lugar emblemático de alegrías y tristezas de los migrantes peruanos, pero en su caso era una mezcla de sentimientos, entre anonadamiento y sorpresa por todo. Porque todo parecía ser nuevo. Era como si la conciencia de que se quedaría definitivamente hubiera agudizado sus sentidos.
Alfredo Bryce contó sus primeras impresiones y, sobre todo, describió las calles completamente desconocidas que debió cruzar en el Callao y San Miguel, hasta llegar a su residencia provisional. Él y su pareja -luego tercera esposa- Ana Chávez decidieron esperar tranquilos unas semanas, hasta que por fin pudieron dirigirse a su nueva casa en Surco, Casuarinas, a la que llegaban luego de recorrer un sendero ascendente hacia los cerros, por eso Bryce la llamó ‘Hillside Drive’. Allí viviría hasta el 2002.
La nota de la revista de Iberia, entre crónica personal y promocional, estaba acompañada de una veintena de fotografías de Lima, más una breve reseña histórica de la ciudad y, claro, la guía con toda la información indispensable para el turista. Bryce estaba en todas y todo el mundo ya estaba enterado de que había vuelto a casa.
BRYCE: EL REGRESO A MADRID PARA SEGUIR HABLANDO DEL PERÚ Y LAS ‘PERUANADAS’
El escritor peruano cumplió su palabra de volver a Madrid en mayo de 1999, para dictar alguna charla y luego presentar su nuevo libro “Guía triste de París”. En ese regreso temporal, Bryce se sintió más libre de hablar sobre el Perú que en el Perú mismo. Por eso hizo notar un problema que vio desde los primeros días de su regreso a Lima: la impunidad que tenía la piratería editorial.
En una de esas charlas, reveló que la piratería editorial se realizaba en el Perú “con una indiferencia total de las autoridades. Allí mismo, por las calles de Lima, los vendedores ambulantes me ofrecen mis libros sin saber que soy yo, mi obra completa a precios irrisorios”, contó, impotente. (EC, 31/05/1999)
La rapidez de la piratería era de Fórmula 1. Bryce narró con un humor algo incómodo que en marzo de ese año, en que había presentado en Lima “Guía triste de París”, apenas salió de la presentación ya estaba a la venta el libro pirata.
Y reconoció algo que solo en Lima podía vivir: “Cuando me despierto cada día todo lo que me toca por hacer no tiene nada que ver con la literatura, como buscar una nevera o hablar con el carpintero. Por ahora trato de actuar lo menos ‘escritormente’ posible”, refirió entre la comprensión del público madrileño.
En la presentación de “Guía triste de París”, Bryce continuó reflexionando sobre el ser peruano, sobre los peruanos fuera y dentro del país. Aquel 1 de junio de 1999, señaló que los peruanos, “somos nostálgicos ejercientes porque vivimos en momentos siempre terribles con ilusiones que en el instante mismo en que se gestan, se destruyen. Me encanta oír los partidos de fútbol peruanos cuando se dice (a voz en cuello) ‘avanza Perú... gol de Brasil’. Cosas terribles”, indicó.
Algo que no contó públicamente en el Perú, pero sí lo dijo en España, fue el shock emocional que vivió cuando recorrió la avenida donde estaban ubicadas las antiguas casas de su vida, una de ellas donde había nacido el 19 de febrero de 1939: la avenida Alfonso Ugarte, en el centro de Lima. Volvía de la aduana del Callao, para desentrampar la salida de sus muebles que llegaban por barco, cuando pasó lo imprevisto.
No sabe ni cómo llegó por esa zona, seguramente el taxi tomó la ruta de la avenida colonial desde el Callao, pero ya allí contó lo que sintió: “Maldita la hora en que pasé por la avenida Alfonso Ugarte, donde están las casas en que nací, la casa de mi abuelo, la de la hermana de mi madre y una cuarta que mi abuelo construyó para familias hidalgas venidas a menos que mi abuelo mantenía. Todo eso estaba tan tugurizado que es probable que algún día parta de esa visión horrorosa para escribir lo que quería escribir sobre ese mundo o simplemente me refugie en la arqueología de un mundo pasado. Fue un atisbo atroz de una realidad que llegará en algún momento. Por ahora no puedo escribir con la cabeza”.
Luego de esa fuerte experiencia, Alfredo Bryce Echenique recién podía decir que conocía de nuevo la ciudad donde había nacido y a la que había vuelto contra viento y marea. Meses después, el autor de “La vida exagerada de Martín Romaña” (1981) resumiría toda su vivencia de regreso a Lima con una sola frase: “Volver a Lima ha sido un terremoto”.
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