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La historia de la diva del cine mexicano que llegó al Perú y encontró el amor
La estrella del baile y canto, de origen cubano, Amalia Aguilar llegó al Perú en 1951. Fue aclamada, admirada e incluso enamorada en esta tierra que la acogió con cariño y simpatía, a pesar de que ciertos sectores la criticaron por difundir la danza del mambo.
En Matanzas, Cuba, nació en julio de 1924 esta mujer de singular talento artístico. Su familia la motivó al baile y al canto, junto a su hermana Cecilia. Las dos formaron un dúo: “Las hermanitas Aguilar”. Aguilar era el segundo apellido de su padre, Óscar Rodríguez Aguilar. Ella, la futura diva del cine mexicano se llamaba Amalia Isabel Rodríguez Carriera, famosa por su nombre artístico: Amalia Aguilar.
Como cubana de nacimiento llevaba el ritmo y la gracia en sus venas; era alguien que disfrutaba de la vida a través del baile y el canto, del mundo del arte y del despliegue en el escenario. Con esa ilusión una joven Amalia Aguilar viajó a México, junto con sus padres, en 1945. En el país azteca hallaría el verdadero reconocimiento a su poderoso talento.
Amalia Aguilar actuó al lado de grandes estrellas del cine mexicano de comedia como ‘Tin Tan’, ‘Resortes’ y con el galán dramático Pedro Infante, entre otras figuras de su época; pero también al lado de su compatriota Dámaso Pérez Prado, el rey del mambo, para quien bailó numerosas veces en los principales centros nocturnos de la Ciudad de México.
Luego vinieron los numerosos filmes donde la estrella cubana intervino en escenas musicales, y actuó buenamente en comedias. También incursionó brevemente en el mundo hollywoodense (participó en el filme “A Night in the Follies” de 1947), pero sin ningún gran efecto en su carrera que brilló en México, la meca del cine latinoamericano de su época (años 40 y 50).
Algunas de las películas que la hicieron popular fueron: “Pervertida” de 1945, “Calabacitas tiernas” de 1948, “Novia a la medida” de 1949, “Ritmos del Caribe” y “Al son del mambo” de 1950; “Amor perdido” de 1951, “Las tres alegres comadres” de 1952, donde brilló en un divertido papel; y “Las cariñosas” y “Mis tres viudas alegres” de 1953. Su última cinta, donde actuó y danzó con irresistible carisma, fue “Las viudas del Cha, Cha, Cha” de 1955.
Del cine y el estrellato a la búsqueda de la felicidad familiar
Amalia Aguilar privilegió a su familia y dejó de lado las cámaras de filmación, aunque esporádicamente intervendría años después en alguna producción. Tenía un profundo apego a su propia familia; esta era todo para ella y la empezó a construir precisamente en el Perú, a comienzos de la década de 1950, cuando llegó aquí por primera vez y conoció a quien sería su futuro esposo.
En esa jornada en la que el Perú le dio la bienvenida, Amalia Aguilar dio una breve entrevista a El Comercio. Era la mañana del martes 20 de marzo de 1951. La artista aún cubana (estaba a punto de nacionalizarse mexicana) venía de Guayaquil (Ecuador), donde, como lo haría en Lima, había realizado una serie de presentaciones en radios y teatros de la ciudad.
En el Perú era muy conocida, ya que no había película suya que no se proyectara en todas las salas de cine. La gente la admiraba y aclamaba. Junto a su padre, que siempre la acompañaba, a pesar de los 26 años con los que ya contaba la artista, se hospedó en el Gran Hotel Bolívar, frente a la hermosa plaza San Martín.
El diario decano la describía así: “Es joven, guapa, pelirroja, ojos castaños, llena de simpatía. Nos recibe en compañía de su padre, el señor Oscar Aguilar, con quien viaja”. Y enseguida, la breve conversación que transcribimos.
Amalia Aguilar: entrevista con El Comercio
“Vengo ahora del Ecuador. Estaré en Lima dos semanas, aproximadamente. Actuaré en algunos teatros y, posiblemente, en boites limeñas. Estoy encantada de la ciudad.
-¿Qué género de interpretación prefiere usted?
Por igual me gustan el drama y la comedia, como que en ambas he actuado; pero, sobre todo, mi pasión es por el baile. Le tuve afición desde muy niña. Cuando solo contaba 8 años aprendí ballet.
-¿Mexicana?
No. Cubana. Cubano-mexicana, diré mejor. Quiero a mi Cuba, pero quiero también a México, mi segunda patria. A México se lo debo todo.
-¿Predilecciones?
La música clásica y la poesía afrocubana.
-¿El mejor actor del momento en su concepto?
No me ponga en apuros…
-¿Proyectos para el futuro?
Planes, diré mejor. A mi regreso a México, en abril, empezaré la filmación de “Los huéspedes de doña Carlota”, en la que tengo un papel importante que será producido por Gustavo de León, a quien debo el estrellato.
-¿Le gusta Lima?
Creo haberles dicho que por lo poco que he visto, estoy feliz de encontrarme aquí. Lindas son sus plazas y paseos. En la primera salida que haga quiero visitar las iglesias. Soy una buena católica, como lo es toda mi familia.
-¿Soltera?
Sí señores, soltera.
-¿Primera vez que viene al Perú?
Sí, la primera vez y por lo que estoy viendo, puedo asegurar que no será la última”.
Amalia Aguilar era encantadora. Se retiró de pronto porque la llamaron, pero no sin antes dejar un saludo especial al público peruano, cuyo cariño dijo sentir hondamente. Se alejó de los reporteros con una vivaz energía, la misma que ponía en el momento de danzar los ritmos de la época, y que confirmaba por qué le decían en todo el continente “La bomba atómica” o “El torbellino del Caribe”, apelativos que hacían sonreír a esta sorprendente artista cubana-mexicana.
La artista conoció en México a Benny Moré, el gran sonero cubano, cuando este vivió allí entre 1945 y 1952, pero a quien Amalia consideró un amigo fue a Dámaso Pérez Prado, el rey del mambo, con quien coincidió en Lima ese marzo del 51.
Su famoso compatriota hacía furor con el mambo por esos días en Lima, a través de presentaciones radiales y en teatros. En Lima era tanto el entusiasmo por el ritmo caribeño que el pueblo (pese a la advertencia de la iglesia) se volcó en pleno a un evento popular de mambo nada menos que en la plaza de Acho, en el Rímac. Había un furor verdaderamente incontrolable.
Pérez Prado advirtió a Amalia que se anduviera con cuidado por la ciudad, porque sabía que en ella había gente que le podía hacer pasar un mal momento. Y esto porque ella era conocida como una de las mejores bailarinas de mambo del momento. Y eso, en Lima, podría traerle problemas, le dijo el popular ‘Cara e foca’.
Amalia Aguilar conoció el amor en Lima
Pero la estadía de Amalia Aguilar en Lima fue pacífica. Nadie se atrevió a amenazarla o asustarla. No obstante, un peruano sí atinó a conocerla y dejarle una buena impresión. Se trataba del abogado Raúl Beraún, con quien años después se casaría y tendría tres hijos (una mujer y dos hombres).
Ya para fines de los años 50, la artista decidió alejarse del mundo del espectáculo, al menos de la actividad febril en la que estaba imbuida desde hacía 15 años… Era una etapa que eligió terminar para disfrutar de la vida familiar. En el Perú vivió algunos años, entre fines de los 50 y mediados de los 60; luego de los cuales, la fatalidad la alcanzó a mediados en esa década de 1960, cuando un accidente le quitó la vida a su esposo. Poco tiempo después marchó con sus hijos a México.
Volvió al Perú algunas veces más, en los años 70, pues tenía muchas amistades en el mundo de la música criolla, especialmente. Luego, perdió contacto con el Perú, pero no con el trabajo esporádico en pantallas en México… Aun había gente que la recordaba bien.
Amalia Isabel Rodríguez Carriera, la inolvidable Amalia Aguilar, la bailarina, la cantante, la actriz falleció hace tan solo cinco meses, a los 97 años, el 8 de noviembre de 2021. Una larga y fructífera vida, entre la vida artística y la familia, con más peso para la familia. Así lo vivió ella. Así lo quiso hacer.
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