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Aniversario de Arequipa: la vez que El Comercio contó cómo una expedición peruana llegó hasta la cumbre del Misti hace más de 100 años
En 1914, Francisco Ramos García Calderón y León Campbell subieron hasta la cima del volcán arequipeño. Los detalles de la expedición lo narraron en una nota a un periódico de la Ciudad Blanca. Este diario reveló lo difícil que les resultó realizar esta hazaña.
Era el domingo 14 de junio de 1914, cuando los lectores de El Comercio vivieron la aventura de escalar imaginariamente al volcán Misti, en Arequipa. Ese día, el diario decano contó la historia de cómo dos importantes especialistas ascendieron hasta el corazón del cráter y compartieron sus experiencias en una interesante bitácora arequipeña. La expedición estaba formada por el intelectual arequipeño Francisco Ramos García Calderón y el director del Observatorio de Carmen Alto (dependencia de la universidad de Harvard), León Campbell.
“A medida que uno va avanzando en el camino se nota que el Misti va perdiendo la forma regular de un cono truncado en el vértice que tiene en el lado que queda frente a Arequipa”. A las dos horas de camino, los expedicionarios reportaron el cambio radical en la configuración de la montaña: “El Misti presenta ya en su cima grandes despostillados, resultado tal vez de alguna erupción cuya época precisa se pierde en el tiempo”. La primera parte del ascenso por las faldas fue sumamente trabajoso para las mulas cuyos cascos se hundían en la ceniza que cubría la base de la montaña.
Desde las alturas, que forman la base del volcán, los viajeros comprobaron el por qué Arequipa es conocida como la ciudad blanca: sus edificaciones de sillar llenaban de brillo el paisaje. Después de varias horas de camino, Ramos y Campbell llegaron hasta la zona conocida como Alto de los Huesos (16,400 pies de altura), que era una pequeña pampa cubierta de tierra amarillenta. El lugar recibió ese nombre por tener seis grandes montones de osamentas distribuidas en forma de triángulos y en cuyo centro se advierten las ruinas de dos pequeñas habitaciones de piedra.
Los lugareños que recorrían estos parajes, ruta obligada hacia los pueblos del interior, tenían la extraña y curiosa superstición de ir recogiendo los huesos de los animales que morían en el camino para depositarlos allí, pues creían que así preservarían de todo maleficio a los habitantes. En el Alto de los Huesos, la temperatura marcaba 15.5 grados centígrados. Además, el paisaje cambió de desértico a vegetación de paja de puna. En el fondo, se destacaba majestuosamente la gran arista de la montaña que por un efecto de óptica parecía herir con su extremo a su vecino el volcán Chachani.
Tiempo después, Francisco y León llegaron a Monte Blanco (4,810 msnm) cuando aún se podían apreciar los últimos rayos del sol. La luz de luna empezaba a alumbrar y sus únicos compañeros se volvieron las elevadas cumbres que los rodeaban. Al amanecer del segundo día de expedición, ambos partieron hacia la cumbre del Misti. Allí ya no se observaba la vegetación dorada, sino solo pequeñas manchas de yareta, una especie de musgo que era muy apreciado como combustible.
Una vez en la cima, el Misti los recibió con una bocanada de gas sulfuroso, cuyo peculiar olor era semejante “al que se sentía en las termas de Yura”. El cráter del volcán estaba formado por una enorme abertura que según investigaciones del profesor Baily tenía 2,300 pies de diámetro. Dentro de este lugar existía otro cráter más pequeño de 1,500 pies de diámetro.
Esa pequeña zona estaba en constante actividad y durante la hora y diez minutos que permanecieron en la cumbre observaron que se desprendía una gran columna de humo y otra más pequeña de vapores acuosos y sulfurosos que revelaban la constante actividad del volcán. Por eso, ascender hasta ese lugar era casi imposible debido a lo peligroso que supondría ser asfixiado por los gases que emanaba.
Las paredes laterales del cráter presentaban un color verde amarillento que contrastaba con la blancura de la nieve que lo rodeaba. Al llegar a la cumbre, la gran cima estaba totalmente cubierta de nieve al igual que la caseta de la estación meteorológica. Cuando la niebla se despejó y el sol iluminó la cumbre, los expedicionarios pudieron apreciar las siluetas del Chachani y del volcán Pichu Pichu; así como, toda la cordillera. Cabe resaltar que el primer hombre que realizó esta expedición fue Juan Manuel López de Romaña, famoso naturalista arequipeño, en enero de 1878. Al mes siguiente, lo haría el astrónomo alemán Rodolfo Falb y, varios años después, el profesor y exdirector del observatorio astronómico Solón S. Bailey.
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