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Cuando Francisco Pizarro fundó Lima el 18 de enero de 1535, el cerro San Cristóbal no se llamaba así, era solo un inmenso cerro tutelar, y el río Rímac era cristalino, rico y tumultuoso. Muchas celebraciones y aniversarios han sucedido en la capital peruana, pero nunca como la que vivieron los vecinos limeños por sus 400 años de fundación.
Lima, la entonces cuatricentenaria ‘Ciudad de los Reyes’, festejó ese viernes 18 de enero de 1935 con su alcalde Luis Gallo Porras a la cabeza. En las celebraciones participaron todas las representaciones diplomáticas, el Gobierno central (estaba en el poder Óscar R. Benavides), y se realizaron numerosos actos protocolares y otros actos más bien populares.
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Hasta hubo una especie de ‘tregua política’, tan necesaria desde el asesinato del presidente Luis M. Sánchez Cerro, en abril de 1933. La ciudad de Lima lo valía, ella merecía conmemorar, festejar en medio de una aparente tranquilidad pública.
Desde el lunes 14 de enero llegaron por barco turistas extranjeros y delegaciones de invitados especiales. Esa noche de lunes, arribó proveniente del sur el vapor ‘Maipó’. Había partido desde Valparaíso (Chile) y transportaba a personalidades uruguayas, argentinas y, por supuesto, chilenas. Con la delegación mapocha llegó el director y fundador del diario El Mercurio de Santiago, Agustín Edwards Mac-Clure (1878-1941), un diplomático, escritor y fino cronista que retrató Lima y sus festejos con lujo de detalles.
Por su parte, el general Pereyra, de la delegación argentina, encabezó al día siguiente, martes 15 de enero, una sencilla ceremonia militar en la plaza Grau del Callao. Allí colocó una placa de bronce al pie del monumento a nuestro héroe Miguel Grau Seminario.
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Asimismo, proveniente del norte, el vapor ‘Bio Bio’ llegó al Callao con mucha fanfarria y alegría. La nave había partido desde Talara, Piura, con unos cien visitantes para buscaban compartir con los limeños el entusiasmo de celebrar sus 400 años de vida como ciudad. Todos ellos fueron recibidos por representantes del municipio de Lima.
En tanto, el miércoles 16 de enero, se supo que el avión ‘Montevideo’, tripulado por el coronel de aviación Cesáreo Berisso y el teniente coronel de ingenieros Edgardo Ubaldo Genta, no puedo despegar de la capital uruguaya con dirección a Lima, donde iba a intervenir en las celebraciones por el IV centenario de la capital.
Aquel año de 1935, Lima vivió un punto de quiebre en su camino hacia la modernización. Se crearon parques en diversos distritos, y se inició el diseño de la avenida General Felipe Salaverry en Jesús María (que se inauguraría en 1936); asimismo, se automatizó los servicios telefónicos y se estableció un orden en el tráfico creciente que empezaba a causar caos en la ciudad.
Las crónicas de El Comercio revelaron datos muy curiosos: ese jueves 17 de enero de 1935, un día antes del gran día, grupos numerosos de turistas extranjeros y nacionales, que habían llegado especialmente para los festejos, dieron largos paseos a pie o en auto por las calles y los jirones del centro de la ciudad, y muchos de ellos se dirigieron a los balnearios del sur, como Miraflores, Barranco y Chorrillos.
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Un tumulto de gente entusiasta, veraniega, iba y venía del centro al sur de Lima, para conocer los templos, los edificios públicos y ocupar la Plaza de Armas, el Jirón de la Unión, el Paseo de la República y la Alameda Grau. Las personas eran tantas que impedían una normal circulación de automóviles, tranvías y buses.
Un evento que impresionó a los limeños y visitantes en general fue el traslado en procesión –a eso de las tres de la tarde de ese 17 de enero– de las imágenes de Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano, y de Fray Martín de Porres y Juan Masías. Todas estas imágenes iban hacia la “Basílica Metropolitana” para el “canto de vísperas solemnes por el cabildo y el clero”, indicaba el diario decano.
Las tiendas comerciales del centro permanecieron abiertas hasta bien entrada la noche y no dejaban de atender a los numerosos clientes que se proveían de lo necesario para el festejo del día siguiente. El pueblo contaba con dinero en efectivo, ya que, como contó El Comercio, todos los trabajadores habían cobrado por adelantado sus sueldos o jornales de ese mes.
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Pero la Municipalidad de Lima, cuya sede estaba aún en el Palacio de la Exposición, en el Paseo Colón (debido a un incendio que había destruido el antiguo Palacio Municipal hacía unos años), tenía una sorpresa para todos los vecinos: ese jueves 17 de enero de 1935, a la 6 y 30 de la tarde, “se encendieron las iluminaciones de los establecimientos comerciales, edificios públicos, bancos, tiendas y edificios particulares, que ha contribuido a realzar el aspecto de la ciudad durante las noches de la celebración del IV centenario”, reseñó El Comercio.
Entre los inmuebles bellamente iluminados de entonces destacaban las intensas luces de la propia Catedral de Lima, el Banco Italiano, la Casa Milne, el Banco Alemán, el Ministerio de Fomento y las luces del edificio histórico del diario El Comercio, en la esquina de Lampa y Miró Quesada. Todos los monumentos y edificios históricos de Lima, muchos de ellos ya desaparecidos, paseos, avenidas y hasta calles mostraron una increíble iluminación con unos potentes focos y reflectores.
Por su parte, el municipio de Lima realizaría una ceremonia especial, con numerosos invitados, pero antes de aquello hubo -esa noche previa- sendos desfiles y corsos de carros alegóricos en la concurridísima y popular Alameda Grau (hoy avenida Grau).
La fiesta se armó entonces, porque acompañando a esos vistosos desfiles, el pueblo de Lima también celebró a su manera: con mucha comida y música. Hubo concurso de vivanderas, tómbolas, bandas de músicos, conjuntos típicos regionales y espectáculos teatrales al aire libre. Una Lima viva, mestiza, pluricultural ya se observaba entre oropeles y alcurnias pasatistas.
Todos recibieron las doce de la noche, o en la calle o en los salones, pero ninguno dejó de celebrar como se debía los 400 años de la ciudad de Lima.
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Lima vivió la emoción, como nunca antes, de ser parte de la historia. Cada limeño, cada persona que estaba en la capital en ese momento compartió ese mismo sentimiento, la sensación casi física de estar en la cumbre de la historia de una capital… 400 años de vida tienen su peso. Muchas cosas sucedieron ese viernes 18 de enero de 1935 y los días siguientes, por supuesto; incluso, los meses sucesivos puesto que los limeños celebraron todo ese año sus cuatro siglos.
Muy temprano se leyó, en el propio municipio limeño, el acta original de la fundación de Lima, que a la letra decía (sic): “Hazer e fundar el dicho pueblo al qual mandava e mando que se llame desde agora para siempre jamás la cibdad de los Reyes el qual hizo en nombre de la Santísima Trinidad Padre, Hijo e Espiritu Santo tres personas a un solo Dios syn el qual que es principio y criador de todas las cosas e hazedor dellas ninguna coza que buena sea se puede hazer ni principiar ni acabar ni permanecer”.
Otro acto protocolar recordado –con la presencia del presidente Benavides, el alcalde Gallo Porras, diplomáticos, fuerzas armadas y policiales, religiosos y pueblo en general– fue la colocación y develación del monumento ecuestre, en bronce, del fundador de Lima, el conquistador español Francisco Pizarro, el cual fue ubicado, de manera arbitraria, en el propio atrio de la Catedral de Lima.
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La estatua era, como se sabe, una réplica de la hecha por el escultor norteamericano Charles Cary Rumsey (1879-1922) para la ciudad de Trujillo, en España, lugar donde nació Pizarro. La viuda de Rumsey aceptó hacer la reproducción para ser llevada a Lima, a propósito del IV centenario de la ciudad.
La portada de El Comercio de ese histórico 18 de enero de 1935 sintetizó en imágenes lo que era Lima entonces, o cómo sentíamos los limeños a nuestra capital. Dividida en tres columnas, en la central destacaban las imágenes de Santa Rosa de Lima, Francisco Pizarro y el escudo de la ciudad. A la derecha, las tapadas limeñas, el Señor de los Milagros y la procesión de fieles por las calles; y a la izquierda, las corridas de toros, los caballos de paso, la música criolla y la marinera; todos símbolos de cómo sentíamos nuestra identidad limeña. En la parte inferior de la portada, la frase del momento: “IV Centenario de la Fundación de Lima”.
Ese mismo día, 18 de enero, la revista chilena ‘Zigzag’ le dedicó un número especial a Lima, la cuatricentenaria. El hecho tenía un profundo significado: era un gesto amistoso de un país con el que el Perú había entablado una guerra (Guerra del Pacífico: 1879-1883), y Lima misma había sido invadida y saqueada. Fue un intento loable de trazar lazos de unión y respeto entre ambos pueblos. Fue una edición de más de 200 páginas de esa gran revista, que mostraba en su portada el escudo oficial de Lima.
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El desarrollo urbanístico de Lima fue creciente y eso se pudo observar durante las celebraciones por los 400 años. Con el buen liderazgo del alcalde Gallo Porras, un verdadero amante de la ciudad, a mediados de febrero de 1935, y tras ocho meses de intenso trabajo, la Municipalidad de Lima y el Gobierno presentaron a la comunidad, debidamente acabadas y ornamentadas, las vías del Paseo de la República, y de las avenidas Wilson y España, así como otras calles de una Lima que empezaba a expandirse rápidamente.
Entre fines de enero y comienzos de febrero de ese año celebratorio se sucedieron también numerosos banquetes, reuniones cívico-militares y diplomáticas que avizoraban para Lima un gran futuro. En octubre de 1935, Lima acogió al Primer Congreso Eucarístico Nacional, y se hizo abiertamente para que todos pudieran asistir en la plaza Dos de Mayo, al final de la avenida Nicolás de Piérola.
El lunes 21 de enero de 1935, la Municipalidad de Lima mandó colocar una placa conmemorativa al virrey Francisco de Toledo, en cuyo gobierno se creó la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. La placa se colocó en la esquina de Mantas (cuadra 1 del jirón Callao actual) y Escribanos (cuadra 3 del Jirón de la Unión), donde hoy se luce el edificio del Concejo de Lima.
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Al día siguiente, el martes 22 de enero, llegó en el vapor ‘Órbita’ una delegación obrera chilena, junto a otros turistas, para traer “el saludo de las clases trabajadoras de Chile” a la ciudad de Lima, también con motivo del cuarto centenario. Sus compañeros peruanos los fueron recibir al Callao.
Ese mismo día, el Concejo de Lima convocó a las autoridades del Gobierno y a las Fuerzas Armadas para participar en una ceremonia en la “Basílica Metropolitana” en homenaje al primer alcalde de Lima, Nicolás de Ribera, el Viejo. El propio Arzobispo de Lima, monseñor Pedro Pascual Farfán, ofició la misa.
Los días siguientes continuaron con los homenajes y las ceremonias en honor a distintas personalidades de Lima, entre ellas a Manuel Pardo y Lavalle, ex presidente de la República, pero también un buen alcalde de Lima y director de la Beneficencia de Lima; y otro acto honorífico por su padre, el escritor Felipe Pardo y Aliaga, un notable satírico peruano. El homenaje se realizó donde fuera su domicilio, en la calle Pileta de la Trinidad (cuadra 7 del jirón Lampa).
Pero Lima no podía olvidar a la otra figura que había hablado de ella desde las tablas del teatro nacional: Manuel Ascencio Segura, cuya placa conmemorativa se colocó ese día también en el Teatro Segura de la capital. Asistieron a la ceremonia los nietos del dramaturgo nacional.
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Asimismo se colocó, tras acuerdo del Concejo de Lima en pleno, la primera piedra del monumento a la figura del maestro universitario Javier Prado y Ugarteche, al costado derecho del Palacio Municipal que, como señalamos, se hallaba entonces en lo que hoy es el Museo de Arte de Lima, en el antiguo Parque de la Exposición.
Por último, el domingo 27 de enero de 1935 se realizó en el viejo Hipódromo de Santa Beatriz (faltaban tres años para abrir el Hipódromo de San Felipe) la carrera “Clásico IV Centenario de Lima”. Para ello, desde Chile, unos días antes, el 24 de enero, viajó por avión el destacado jockey Juan Zúñiga, en otra muestra de simpatía chilena con Lima y el Perú.
De esta forma celebró la capital limeña sus 400 años de fundación. Con abundante alegría, homenajes, solidaridad, respeto y admiración por las personalidades que le dieron brillo y esplendor.
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