Un gigantesco corte de electricidad afectó la ciudad de Nueva York el 13 de julio de 1977. Al cumplirse 43 años de ese famoso incidente, recordemos cómo nos cambiaron la vida la cadena de apagones que sufrimos los peruanos durante la época del terrorismo senderista.
El 14 de setiembre de 1981 debe haber sido uno de los primeros apagones que sufrió la ciudad de Lima desde el inicio de las acciones de Sendero Luminoso. Se produjo por el derribo de una torre de alta tensión en Huancayo, a las 11:35 de la noche. Esto afectó el sistema interconectado y la capital se quedó en tinieblas.
Pero fue en Ayacucho que se puso en práctica una perversa forma de amedrentamiento contra los civiles: atacar en Año nuevo. Entre las 11:45 de la noche del 31 de diciembre de 1982 y la 01:00 de la madrugada del 1 de enero de 1983, Sendero Luminoso ejecutó numerosas explosiones cerca al aeropuerto y en distintos sectores de la ciudad.
En Lima esa noticia se percibió lejana, y 365 días después, ya nadie la recordaba.
Así que el 1 de enero de 1984, los limeños celebraban relajados los primeros segundos de la llegada del año abrazándose en sus casas, restaurantes y peñas, cuando de pronto la luz se extinguió. Muchos en ese momento daban una vuelta a la cuadra llevando sus maletas y no faltaban los que comían sus uvas y pedían sus deseos.
Pero se silenció la música y se acallaron las orquestas. En las casas se empezaron a buscar velas. En las fiestas trataban de agenciarse pilas. En la calle la gente prendía sus encendedores.
Fue la primera vez que Sendero Luminoso “celebró” en la capital la llegada del año nuevo golpeando en uno de los momentos más emotivos para muchas personas: el Año Nuevo.
¿Qué hacían los peruanos durante los apagones?
Llegó un momento en que quedarse sin el fluido eléctrico fue parte de la vida cotidiana. Si se estaba en casa había que prender velas y colocarlas en lugares estratégicos para evitar incendios. Las familias solían reunirse en la sala o el comedor y conversar sobre algún tema mientras a lo lejos las explosiones retumbaban con fuerza.
Muchos apelaban a sus lámparas petromax, para lo cual había que contar con una generosa reserva de kerosene, que se compraba especialmente en los grifos de Petro Perú.
Si los hijos no llegaban de la universidad o el instituto, los padres se angustiaban. Si papá o mamá no llegaban del trabajo, los hijos se preocupaban. En ese momento era importante una radio a pilas, para escuchar las noticias y saber la gravedad de los atentados, la dimensión de las explosiones y algún comunicado del Gobierno o de Electro Lima.
Si había que terminar la tarea del colegio o el informe para el instituto o la universidad, los estudiantes tenían que arreglárselas como podían. Muchos aprendieron a escribir a máquina en la penumbra, a la luz de las velas.
En aquellos distritos en donde funcionaban pozos y sistemas de bombeo, pasadas unas horas el agua empezaba a escasear. Muchos, curtidos en estos trances, apenas se iba el fluido eléctrico empezaban a juntar agua en cualquier recipiente disponible.
Los que estaban en la calle en el momento del apagón no la pasaban nada bien. Si estaban en zonas peligrosas de Lima tenían que cruzar los dedos.
Las esquinas y los paraderos se volvían un caos y había que hacer grandes esfuerzos para identificar el micro que nos llevaría a casa.
Esas unidades de transporte iban reventando de gente, porque los centros comerciales cerraban, las empresas suspendían sus labores, los cines devolvían las entradas y a todos solo les quedaba retornar a su hogares, en medio de sirenas y explosiones.
Muchas personas quedaban atrapadas en los ascensores de los edificios y en las calles los semáforos dejaban de funcionar. Y, claro, en casa los niños se asustaban y los ancianos se inquietaban. Se producían escenas de pánico y hasta las mascotas sufrían crisis de ansiedad.
El 27 de mayo de 1983 se produjo uno de los apagones con mayores atentados de la época, ocasionado por el derribo de 10 torres de alta tensión, que dejaron a oscuras Lima, el Callao y el norte chico. “Terroristas dejaron sin luz la capital”, tituló El Comercio al día siguiente.
Han pasado más de 30 años y muchos de los que vivimos esa realidad nos preguntamos aún cómo pudimos adaptarnos y continuar. Cada quién debe tener su propia respuesta.