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La historia del joven que asesinó con un martillo a un hombre en 1965 y cómo se resolvió su caso
En 1965, el joven actor Carlos Córdoba asesinó a un hombre de varios martillazos en la cabeza en su cuarto de la avenida Sucre, en Pueblo Libre. La Policía de Investigaciones del Perú (PIP) se sorprendió por la frialdad con que cometió el crimen y por cómo escondió el cuerpo de la víctima.
Un día antes que aviones de las Fuerzas Armadas estadounidenses destruyeran una base llena de proyectiles tierra-aire en Vietnam, un macabro asesinato sorprendió a la misma Policía de Investigaciones del Perú (PIP). La madrugada del 16 de octubre de 1965, los agentes peruanos encontraron una horrenda escena en el cuarto del joven actor Carlos Córdoba, ubicado en la avenida Sucre, en Pueblo Libre.
El lugar estaba lleno de sangre, con varias navajas y un cuchillo de cocina tirados en el suelo. Ya en la comisaría del sector, el artista confesó haber matado a un hombre con un martillo. Lo espeluznante del caso es que cercenó el cuerpo y lo arrojó en varios puntos de la avenida Costanera, entre San Miguel y Bellavista. Días después, la madre de la víctima reconoció el cuerpo.
Era la mañana del 14 de octubre de 1965, cuando Carlos Córdoba empezó a actuar de forma extraña dentro de su pequeño cuarto, ubicado en la azotea de una casa de la avenida Sucre, en Pueblo Libre. El joven actor de teatro entraba y salía de su habitación. Parecía desesperado. Por momentos, se encerraba y no tenía contacto con nadie de su entorno. Luego, se perdió varias horas en la calle. Su familia sabía que algo no andaba bien.
Tras dos días de incertidumbre, la madrugada del 16 de octubre, su hermano menor, Eugenio, decidió ponerle fin a esta situación y subió al cuarto de Carlos, sin saber que se encontraría con una escena digna de una película de terror. Al abrir la puerta, el menor encontró un recipiente con órganos humanos y un charco de sangre que se expandía por todo el suelo. También habían varias hojas de afeitar y un cuchillo tirados debajo de la cama. Alarmado, fue inmediatamente a denunciar el hecho en la comisaría del distrito.
Cuando llegó la Policía a la habitación, el recipiente había desaparecido. Una hora después, el presunto homicida llegó al cuarto. Al ver a los agentes, sufrió una aparatosa crisis nerviosa y se desmayó. Ya recuperado, Córdoba explicó que “había comprado las vísceras y una botella de sangre de res en el camal de Yerbateros”. Según el actor, su intención era simular un crimen para impresionar a su tía, que varias veces lo había tachado de “asesino”.
Tras la declaración, Córdoba fingió varias convulsiones epilépticas. Por eso, fue conducido a la Asistencia Pública del distrito. Allí recién confesó su crimen al médico que lo revisaba. “Llevé a un hombre a mi cuarto y lo maté”, dijo, fríamente, el asesino. Un nuevo caso policial estaba por abrirse.
El domingo 17 de octubre de 1965, Carlos confesó ante la Policía haber matado a un hombre de varios golpes con un martillo. El asesino relató que la noche del 13 de octubre conoció a su víctima frente a la puerta del Teatro Colón, en el Cercado de Lima. Tras conversar un rato, ambos decidieron ir a tomar un café en un establecimiento del jirón Quilca. Luego, se fueron a tomar licor por varias horas.
Poco después de la medianoche, Córdoba invitó al desconocido a su casa. Ambos ingresaron a la vivienda sin que ningún familiar se diera cuenta. Al momento de acostarse, la víctima empezó a tocarle las partes íntimas al joven actor, quien se enfureció. Así fue que agarró cautelosamente un martillo que tenía cerca de su cama y golpeó varias veces al sujeto en el cráneo.
Al día siguiente, el homicida descuartizó el cuerpo con un cuchillo de cocina, un martillo y varias hojas de afeitar. Luego, envolvió con papel periódico los restos cercenados y los arrojó en cinco puntos de la avenida Costanera, entre San Miguel y Bellavista. Un plan que le tomó varios días al asesino.
El actor de teatro también reveló que luego del crimen sintió miedo y que no pudo dormir toda la noche. Además, explicó que descuartizó a su víctima para borrar las huellas del asesinato. Luego de la cruda confesión, Carlos Córdoba se mostró más tranquilo ante la Policía. Ya no tenía convulsiones ni ataques de histeria. Solo faltaba corroborar su versión de los hechos.
Horas después, el “Loco del Martillo” acompañó a los investigadores hasta los cinco puntos donde había arrojado los restos. Luego de varias horas de búsqueda, la policía logró encontrar todo el cuerpo de la víctima. Aún se desconocía su identidad. Solo sabían que era un hombre de más o menos 30 años, de regular contextura, blanco, de cabello castaño lacio y que tenía un ojo de vidrio en el lado derecho.
Los investigadores determinaron que, en el momento de la desaparición, la víctima vestía una chompa y camisa blanca. Además, llevaba un pantalón oscuro y zapatos negros. En la muñeca derecha tenía una esclava de plata con unas alas y en el dedo anular de la misma mano, una sortija con una piedra negra. Asimismo, poseía una funda de oro en el diente incisivo central.
Al día siguiente, el lunes 18 de octubre de 1965, la madre de la víctima identificó el cuerpo en las instalaciones de la morgue de Lima. El cadáver le pertenecía a César Zereceda, un carpintero de profesión que había desaparecido la misma noche del homicidio. Según confesó la mujer, su hijo salió la noche del miércoles 13 de octubre de su casa en Lurín, con la intención de visitar a un amigo. Luego de 24 horas, ella sentó la denuncia en la comisaría del sector tras notar la desaparición.
Esa tarde, Carlos Córdoba fue sometido a un examen médico legista parcial en el Palacio de Justicia. La Policía quería descartar varias hipótesis del asesinato. El homicida ya no quería hablar. El galeno que lo examinó informó que el asesino no presentaba lesiones físicas. Tampoco mostraba huellas definidas de haber recibido algún abuso. Sin embargo, sus constantes desvanecimientos impedían tener un amplio testimonio del caso.
Los investigadores creían que Córdoba está vinculado con el misterioso descuartizamiento de una mujer en los arenales de Manchay, que ocurrió en 1963. Aquella noche, el criminal se la pasó escribiendo y recitando poesías en la carceleta. Parecía que tras haber confesado su crimen había recobrado la serenidad. Nunca se logró determinar detalladamente cómo sucedieron los hechos el día del homicidio.
La mañana del martes 19 de octubre de 1965, los restos de César Zereceda fueron sepultados por sus familiares en el Cementerio Presbítero Maestro. Horas después, Carlos Córdoba fue puesto a disposición del décimo segundo Juzgado de Instrucción. Es así como la PIP logró resolver el caso del temible “Loco del Martillo”.
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