Era la mañana del lunes 22 de enero de 1968, cuando un agente de seguridad del Banco Internacional encontró una sospechosa botella en una de las ventanas de agencia, ubicada en Magdalena del Mar. El guardián sintió miedo y pensó que era una “bomba molotov”. Inmediatamente, llamó a la policía, recordando el asalto que habían sufrido en diciembre del año anterior (1967).
Los agentes de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP) llegaron al lugar y, con mucho cuidado, sacaron la botella de la ventana. Un fuerte olor a vino los hizo comprender que solo se trataba de una falsa alarma. Minutos después, el director general de la PIP, Javier Campos Montoya, reveló que había “un loco” que estaba colocando botellas inofensivas en diferentes lugares de Lima para crear una “psicosis de bombas”.
“En varias oportunidades, este loco ha colocado botellas y luego llamado al establecimiento escogido para informar que iba a estallar un artefacto explosivo”, dijo, en conferencia de prensa. En la mayoría de estos casos, la PIP solo encontró botellas con licor. Según el director policial, las bombas que si llegaron a estallar en algunos puntos de la ciudad fueron puestas por una “organización comunista” que ya había sido desarticulada.
Ese día, a las 11 de la noche, una llamada alertó sobre una posible bomba colocada en un avión comercial de la Compañía de Aviación Braniff, que tenía como destino Estados Unidos. “Impidan la salida de ese avión. Lleva una bomba”, dijo por teléfono una voz anónima. Esto obligó a la empresa aeronáutica a suspender el despegue de la nave y llamar a la Guardia Civil (GC), la PIP y a Migraciones, quienes, en conjunto, tomaron cartas en el asunto.
Es así como las autoridades bajaron todos los equipajes de los 70 pasajeros que iban a abordar el avión rumbo a Panamá, Miami y Nueva York. También los de la tripulación. De esta manera, empezaron a revisar maleta por maleta, buscando el explosivo. Luego de tres horas, comprobaron que no había ninguna bomba y que todo había sido una falsa alarma de un irresponsable desconocido. “En estos casos, siempre preferimos avisar a la policía y comprobar fehacientemente que no existe ningún peligro a bordo de nuestros aviones”, dijo un piloto de la compañía aérea.
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Ese 22 de enero de 1968, estas alarmas de bombas empezaron con un fuerte estallido. A las 4 y 40 de la mañana, una explosión hizo volar una caseta del grifo “El obelisco”, ubicado en la sexta cuadra de la avenida Argentina, en el Callao. La detonación destruyó los vidrios de las ventanas de varias casas vecinas. Las familias del lugar pensaron que se trataba de un atentado terrorista. Incluso muchas personas revelaron a los agentes de la PIP que vieron a “tres individuos” en un auto oscuro.
Minutos después de la explosión, personal de Seguridad del Estado llegó al grifo, propiedad de Miguel Molinari, para realizar las averiguaciones del caso. Ahí descartaron que se tratara un acto terrorista. Horas más tarde, los investigadores informaron que la detonación se produjo por un descuido del vigilante del establecimiento, identificado como Ricardo Tello Reaño. El empleado estuvo tomando licor con un amigo en el interior de la caseta.
Según la policía, “uno de ellos arrojó una colilla de cigarro” en un recipiente cargado de gasolina. El estallido voló el eternit del puesto y destruyó varias botellas de cerveza. También dejó con quemaduras leves a Tello Reaño. Además, varios vecinos de la zona tuvieron que ser trasladadas a la Asistencia Social del Callao para ser atendidos tras la explosión.
Al día siguiente, el martes 23 de enero de 1968, la Policía de Investigaciones del puerto chalaco confirmó que la explosión se produjo por el “contacto” entre una colilla de cigarro y la acumulación de gases que había en la caseta del grifo. Allí, había un tanque debajo del piso, con una abertura de 60x50 centímetros. El estallido se produjo cuando la ventana y la puerta del lugar, que daba a un pasillo, estaban cerradas.
Según declaró el vigilante del grifo, él estuvo a un extremo de la caseta cuando sucedió la explosión. También confesó que ningún vecino estuvo cerca al lugar en el momento del estallido. Asimismo, contó que, momentos antes del accidente, conversó con un amigo que estaba borracho y fumando. Él lo invitó a fumar. Tello se negó a hacerlo porque estaba prohibido en el establecimiento. Además, reveló que las botellas de cerveza encontradas en el puesto tenían tiempo allí. Su amigo confirmó ante la PIP lo que dijo el guardián.
Esa madrugada del 23 de enero, otra alarma de bomba causó pánico en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez. Esto sucedió cuando el alemán Helmut Kinicios gritó que tenía “una bomba” dentro del edifico del terminal aéreo. En seguida, la policía de Seguridad del Estado lo detuvo y no dejó que el avión, donde viajaría, despegara. Es así como los agentes revisaron el equipaje del técnico electrónico europeo y el de uno que otro pasajero.
Horas después, no encontraron ningún objeto explosivo en la nave y en las maletas. Según confesó Kinicios a la policía aeroportuaria, él dijo la frase “yo tengo una bomba” como broma. Esto como referencia a la resaca que tenía por haber bebido bastante licor un día antes de su vuelo como parte de su despedida del país. Una broma que le hizo que perdiera su vuelo y se ganara un parte policial hace más de 50 años.
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