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En el atardecer del lunes 30 de marzo de 1964, Jorge Laur Medina se encontraba en su restaurante “El Criollo Viejo”, en La Victoria, preparándose para cerrar temprano ya que no había clientes ni empleados presentes. En ese momento, su hijastro, Jorge Laur Peralta, llegó al establecimiento. ¿Qué provocó la discusión entre ambos antes del trágico desenlace? Los detalles sobre el motivo de la disputa no se conocieron en los primeros días posteriores al asesinato. Sin embargo, una certeza emergió: el joven, de 20 años, confesó finalmente ser el autor del violento crimen, apenas dos días después de cometerlo.
“El Criollo Viejo” era un restaurante ubicado en El Porvenir, en el jirón Alexander von Humbolt, a pocas cuadras de la avenida Aviación, en La Victoria. Se veía como un lugar de consumo popular, pero también rodeado de calles peligrosas.
Ese detalle lo sabían muy bien los detectives de la Policía de Investigaciones (PIP) que ayudaron a extraer el cuerpo de Jorge Laur Medina de un barril rellenado con aserrín. La víctima, de 53 años, era un hombre fuerte, corpulento, y por eso mismo, la primera hipótesis de la PIP bordeaba una secuencia escalofriante: un inesperado asalto, una cruenta lucha y, luego, un feroz asesinato.
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MUERTE EN LA VICTORIA: ¿CÓMO FUERON LOS HECHOS SANGRIENTOS EN EL PORVENIR?
Jorge Laur Peralta, de 20 años (en ese tiempo, aún menor de edad), llegó con ganas de discutir con su padrastro a “El Criollo Viejo”. Pero todo se desbordó y llegaron a los puños, a la pelea. Al ver que el viejo Laur lo venía sometiendo, el joven no lo dudo y agarró un fierro (o un martillo) y lo golpeó con una fuerza irracional. Laur Peralta terminó dándole certeros fierrazos al empresario. El cráneo de Jorge Laur Medina quedó destrozado.
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Laur Peralta vio el cuerpo de su padrastro, en medio de un charco de sangre. Lo vio inerte, estático, en calidad de mueble. Comprobó que estaba muerto. La desesperación le hizo llamar a su medio hermano, Víctor Barrera Peralta, quien presumiblemente estaba cerca del restaurante. Juntos desvistieron el cadáver y lo escondieron en un barril al cual rellenaron con aserrín. (EC, 02/041964)
Luego pensaron en enterrarlo en un área del mismo local de “El Criollo Viejo”, pero no se decidieron a hacerlo ellos mismos. Contrataron a otra persona, un cargador de la zona para que cavara una fosa más o menos profunda. Justamente se hallaban en esa tétrica labor cuando llegó hasta la puerta del local la madre de los jóvenes y conviviente del occiso, Julia Peralta Rodríguez, de 50 años.
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Al querer abrir la puerta del local, la mujer no encontró la llave en el manojo que siempre llevaba consigo. Recordó que lo había dejado en la mesa de la cocina, y solo lo cogió horas después cuando se dispuso a salir. No tenía dudas de que alguien lo había tomado. Entonces, tocó reiteradamente la puerta, una y otra vez, pero nadie contestó. Eso le parecía extraño también. Llamó a su otro hijo, Augusto, de 15 años, “y le pidió que escalara las paredes para ingresar”. (EC, 02/041964)
Cuando logró entrar en el local, Julia Peralta Rodríguez llegó a ver “que dos personas huían del local, cubriéndose el rostro, mientras un tercero -el cargador Moisés Morales Fernandez- se quedaba, sorprendido”, indicó el diario decano.
De inmediato, la mujer preguntó al sujeto, ¿por qué estaba allí y con la puerta cerrada? Morales solo atinó a decirle que dos personas “que no conocía” lo habían contratado para “cavar un hoyo”. Allí fue que la conviviente de la víctima no lo pensó dos veces y buscó a un guardia civil para contarle lo sucedido. Pidió la intervención policial. (EC, 02/04/1964)
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En cuestión de minutos, llegaron a la escena los oficiales de la Guarda Civil (GC) y de la PIP de El Porvenir, el mayor GC Enrique Heredia y el comisario PIP Néstor Zúñiga, respectivamente, encabezando a su personal. Ellos fueron los que notaron la presencia extraña de un barril grande, a un lado algo de desmonte y un hoyo. Hasta ese momento nadie lo había notado. Un agente revisó el barril, casi como un acto reflejo.
El registro del barril de madera reveló lo peor: el hallazgo del cuerpo sin vida de un hombre de mediana edad. La Policía llamó al Juez Instructor de Turno y con él se procedió a la extraer los restos humanos. “Así, apareció el cadáver, que fue identificado como Jorge Laur Medina. El médico legista comprobó que mostraba una herida de 5 centímetros en la región ciliar derecha, hematoma en la cara del mismo lado y fractura de los huesos del cráneo, región occipital; hematomas y contusiones en el hombro, causados por un arma contundente”. (EC, 02/04/1964)
Julia Peralta Rodríguez vio entonces el cuerpo sin vida de su conviviente Jorge Laur Medina, y lo primero que se le vino a la mente fue que un ladrón había entrado al local y lo había asesinado. Pero, estaba equivocada. La Policía interrogó al cargador Moisés Morales, el hombre del hoyo. Este estaba realmente hecho un cúmulo de nervios, y parecía honesto en su manifestación, al punto que le dijo a la Policía que él podía “identificar a las dos personas que lo habían contratado para cavar un hoyo”. (EC, 02/04/1964)
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LA CAPTURA DEL JOVEN ASESINO: CONFESIÓN DEL TERRIBLE DELITO EN LA VICTORIA
El martes 31 de marzo de 1964, los agentes de la PIP recorrieron varias cantinas de la zona de El Porvenir, pero no lo hicieron solos: con ellos estaba el cargador de La Parada, Moisés Morales, testigo clave y colaborador de la Policía. Se dirigieron a varios lugares, vieron distintos rostros, perfiles, hasta que el joven estibador reconoció a dos personas que estaban tomando gaseosa.
Al ser reconocidos, uno de ellos, Jorge Laur Peralta, salió disparado y se encerró en el baño. El otro sujeto era su hermanastro, Víctor Barrera Peralta, quien solo atinó a ocultarse debajo de la mesa. Los dos fueron detenidos. La Policía casi estaba segura de que uno de ellos era el homicida. Entonces, se enfocaron en conseguir sus confesiones. No hay había más opciones: entre los dos estaba el asesino.
Los agentes de la PIP tenían todo el miércoles 1 de abril para hacerles hablar. “En la comisaría, ambos se declararon inocentes del crimen. Jorge Laur dijo que al llegar al restaurante encontró muerto a su padrastro, y que para evitar un escándalo trato de enterrarlo. Y que para ello, solicitó la ayuda de su hermano y la de un cargador de La Parada”. (EC, 02/04/1964)
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Los agentes de la 13ª Comisaría no podían dejar de pensar en el inmenso dolor de la víctima cuando fue masacrado en el cráneo, el cual quedó hecho añicos, desfigurando su rostro. Luego de los interrogatorios a Julia Peralta Rodríguez, quien estaba separada por esos días de la víctima Jorge Laur Medina, la PIP sacó varias conclusiones sobre el ambiente familiar en que vivían los Laur-Peralta.
Julia Peralta no pudo ocultar las fricciones, los roces y hasta las violentas discusiones entre su hijo, Jorge Laur Peralta y su padrastro, la víctima. Eran continuas, altisonantes y la dejaban con temor de que pudiera ocurrir algo horrible entre ellos.
Por eso, la Policía fue más insistente que nunca en sus interrogatorios. Jorge Laur Peralta tenía motivos para acabar con la vida del conviviente de su madre. A las primeras horas del jueves 2 de abril de 1964, como señalaba El Comercio, Laur Peralta se “quebró” en apariencia y relató cómo había provocado la muerte de la víctima: dijo que el lunes 30 que había llegado casi en la noche al restaurante (la madre dijo fue en la tarde) fue su padrastro quien -claramente ebrio- le había golpeado primero; él respondió con igual violencia, pero buscando defenderse, dijo. Añadió, entonces, un nuevo elemento: afirmó que su padrastro había intentado seducirlo, pero él lo rechazó.
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Entonces pelearon a puño limpio. Luego Jorge Laur Peralta dijo que la víctima fue la que había agarrado un fierro para golpearlo y que él se defendió con un martillo o algo así (el arma homicida no era hallada aún) y con este le pegó en la cabeza, varias veces. De inmediato, comprobó que estaba muerto, y allí pensó en enterrarlo en el mismo local. La Policía halló en posesión del joven homicida un aro de la propia víctima, el cual estaba “manchada de sangre”.
Laur Peralta admitió también que, tras verlo sin vida, se asustó y llamó a su medio hermano, Víctor Barrera Peralta; este llegó en unos minutos al local, y vio el cadáver tendido en el piso; lo ayudó a desvestirlo y después a esconderlo en el barril con aserrín. El joven Laur insistió en que todo surgió de la “riña”. Esa era su tabla de salvación: admitir la pelea y el “accidente fatal”, el “accidente no intencional”.
El único atenuante que podía favorecer su defensa legal provenía de la propia Policía, pues esta empezó a recopilar testimonios que revelaban que Jorge Laur Medina, el padrastro, maltrataba desde hacía tiempo a sus entenados y a su conviviente.
LA NOTICIA SE VOLVIÓ “VIRAL” EN ESOS AÑOS: TODOS QUERÍAN SABER MÁS DEL “CRIMEN DEL BARRIL”
El “crimen del barril”, con ese nombre empezó a ser popular el homicidio de El Porvenir. El miércoles 8 de abril de 1964, a más de una semana de la violenta muerte de Jorge Laur Medina, el dueño del restaurante “El Criollo Viejo”, ya se fueron aclarando muchas cosas del asesinato: detalles que la propia Policía determinó por sus investigaciones y que los protagonistas fueron también admitiendo.
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Por ejemplo, ese 8 de abril, por la madrugada, el detenido Jorge Laur Peralta admitió que, luego de que su padrastro cayera al piso y se golpeara la cabeza con unas pesas, él lo remató a fierrazos (otra versión dice a “martillazos”), debido a lo abusivo que había sido con él y su madre. Lo interrogó esa vez el mismo comisario PIP Néstor Zúñiga Taboada.
Laur Peralta se contradijo varias veces durante todo ese proceso, y por esos días volvió a decir que no había golpeado con ningún martillo a su padrastro y que solo se defendió de los golpes de este con los brazos, hasta que le dio un fuerte empujón a su atacante, y este cayó al piso justo donde había unas pesas con las que se golpeó la cabeza duramente. (EC, 09/04/1964)
“Falleció casi al instante”, dijo el acusado de homicidio. Cada vez su discurso (asesorado por su abogado, seguramente), se amoldaba a una idea muy sencilla: él fue en realidad una víctima y el agresor, su padrastro, murió en un lamentable accidente, generado por una pelea, en la que él, Jorge Laur Peralta, era quien venía defendiéndose.
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La Policía de Investigaciones de El Porvenir iba conociendo sus formas de pensar (su lógica), y percibían que lo que había dicho hasta ese momento, con todas sus contradicciones, era un discurso aprendido, no vivido ni aceptado como la verdad. Era una mentira montada para su beneficio. Por eso, los agentes lo volvieron a llevar a la escena del crimen, para que recordara… Y luego a comer, a un restaurante. Con el estómago lleno, relajado, sin defensa falsas, Jorge Laur Peralta acabó por “ser sincero con sus guardianes”. (EC, 09/04/1964)
“Señaló que, al ser atacado con el fierro por Jorge Laur Medina, se trabó en violento pugilato, logrando quitarle el arma, con la cual atacó a su víctima, a quien propinó fuertes golpes en la cara, hombro y cráneo”, publicó El Comercio. (EC, 09/04/1964)
Las investigaciones policiales y luego fiscales siguieron su curso en medio de las idas y venidas de Laur Peralta. Pero, el 11 de setiembre de 1964, la información que se tenía más clara era esta: el homicida Laur Peralta había admitido ante el Juez Instructor Víctor Mattos Mendiola que él había introducido en el barril a su padrastro, Jorge Laur Medina, poco después de haberlo matado brutalmente, asestándole varios martillazos en la cabeza. Laur Peralta reiteró, con lujo de detalles, cada movimiento que realizó esa noche sangrienta del lunes 30 de marzo de 1964.
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Admitió que hubo una violenta discusión con la víctima, el propietario del restaurante “El Criollo Viejo”, y que se fueron a los puños. Durante la pelea, Laur Medina cogió una barra de fierro, y él, el entenado, un martillo. El joven golpeó varias veces con ese instrumento a su padrastro, especialmente en la cabeza, hasta dejarlo sin vida. (EC, 12/09/1964)
Habían pasado cinco meses y medio del asesinato, y el juicio oral aún no empezaba. El largo proceso posterior buscó saber, ¿en qué circunstancias se dieron los hechos?, ¿qué originó la lucha? Y, ¿por qué se llegó al extremo del acto homicida, ejecutado con peculiar sadismo? Para saber todo eso y llegar hasta la sentencia, debió transcurrir un poco más de un año, pasando el joven Jorge Laur Peralta limpio de sentencia el año nuevo de 1965.
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EL “CRIMEN DEL BARRIL”: LA RECTA FINAL DEL CASO QUE ESTREMECIÓ EL PAIS EN 1964 Y 1965
En el “Resumen del año”, que el diario El Comercio publicaba todos los años el 1 de enero, se apreciaba que el asunto había avanzado en el Poder Judicial con pies de plomo, pero al menos había avanzado algo. Entre octubre y diciembre de 1964, algunos detalles saltaron a la opinión pública, desde las versiones del homicida Jorge Laur Peralta y de la propia Policía.
Esas novedades iban desde aceptar que, más que un asesinato con alevosía y ventaja, se trató de un “momento de ira”; hasta dejar la sensación de que el joven homicida se había defendido de un ataque de su padrastro, el cual incluía una propuesta de “actos deshonestos” por parte de la víctima esa tarde-noche del 30 de marzo de 1964. (EC, 01/01/1965)
Un año, un mes y diez días después del horrendo crimen, es decir, el 9 de mayo de 1965, Jorge Laur Peralta volvió al banquillo de los acusados. Los vocales del Cuarto Tribunal Correccional de Lima que veían su caso, lo escucharon varias veces arrepentirse de su acto homicida. Pero, asimismo, fueron testigos de la versión del acusado, quien repetía por esos días su “pobre historia” como hijastro de Jorge Laur Medina.
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Según él mismo, el conviviente de su madre lo maltrataba. Por eso, la discusión de aquel día terminó en pelea y luego en un “fatal accidente”. Así fue. Jorge Laur Peralta, aconsejado por su abogado Raúl Peña Cabrera, insistió de nuevo en que la víctima cayó al piso tras la lucha, justamente en el lugar donde estaban colocadas unas pesas con las que “se golpeó el cráneo, falleciendo instantáneamente”. (EC, 10/05/1965)
Por su parte, el fiscal del Tribunal, doctor José Rossell Ríos, había tipificado el delito como de “lesiones seguidas de muerte, homicidio preterintencional”. Y pidió para Jorge Laur Peralta, la pena de “cuatro años de prisión” y que pague la suma de “diez mil soles por concepto de reparación civil”. (EC, 10/05/1965)
En la sesión del 9 de mayo de 1965, Laur Peralta repitió también la forma en que se dieron los hechos, es decir, los golpes, la pelea con su padrastro y la manera cómo lo ocultó en el barril con aserrín, con la ayuda de su medio hermano Víctor Barrera Peralta.
El juicio oral en el Cuarto Tribunal Correccional continuó ese mes de mayo. Así, el sábado 15 de mayo de 1965, Jorge Laur Peralta insistió en los vejámenes que había sufrido de su padrastro, con quien luego peleó hasta provocarle la muerte en una caída.
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De esta manera, en su requisitoria oral, Laur Peralta fue enfático y dramático en señalar que “no tuvo intención de matar a su padrastro sino de castigarlo en vista de los continuos vejámenes que sufría”. En esa misma lógica, el miércoles 19 de mayo de 1965, su abogado, el doctor Peña Cabrera, intervino en su alegato de defensa ante el Tribunal Correccional.
EL CASO DEL “ASESINO DEL BARRIL”: DECISIÓN FINAL
La defensa del homicida Laur Peralta llegó a incluir, por cierto, el pedido de “absolución” del joven, basándose en su posición de víctima, y que, si bien causó la muerte de su padrastro, su acto estaba basado en un hecho de “legítima defensa”. Esto, de acuerdo a Código Penal vigente entonces. (EC, 20/05/1965)
Durante dos horas, el abogado Peña desenvolvió toda su habilidad jurídica para convencer al Cuarto Tribunal Correccional de Lima de dejar libre a ese joven, aparentemente una víctima de las circunstancias (“de la provocación del padrastro”) y del abuso (“golpes y amenazas del padrastro”).
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Pero el abogado Peña estaba preparado para todo. En su disertación planteó que, si el Tribunal Correccional no consideraba la “legítima defensa”, se podría tipificar, por último, como “homicidio preterintencional” esto es, como un delito “de lesiones seguidas de muerte”. Peña descalificó la solicitud del fiscal Rossell Ríos de cuatro años de cárcel como “excesiva” y “desconsiderada”, ya que no tomaba en cuenta los “elementos atenuantes en el hecho delictuoso”. (EC, 20/05/1965)
A partir del jueves 20 de mayo de 1965, todo quedó en manos de los miembros del Cuarto Tribunal Correccional de Lima. El tribunal decidiría qué pena debía cumplir el acusado Jorge Laur Peralta, aún entonces “un menor de 21 años de edad”. Ese era otro atenuante de su responsabilidad homicida: su calidad de menor de edad.
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El sábado 22 de mayo de 1965 la historia terminó. Solo dos días le tomó al Cuarto Tribunal Correccional decidir el destino de Jorge Laur Peralta. El tribunal no absolvió al joven homicida; pero tampoco le dio los cuatro años de cárcel que pedía la fiscalía. Lo sentenció “a dos años y medio de prisión” (solo le faltaba cumplir un año y cuatro meses más). Sí debió pagar los 10 mil soles de reparación civil, a favor de los familiares de la víctima, su padrastro y conviviente de su madre, Jorge Laur Medina. El tribunal consideró la edad del acusado, su arrepentimiento sincero y la situación de amenaza que vivió durante años ante un adulto abusador, que todo hacía parecer.
La sentencia, considerada benigna por los medios de prensa y la opinión pública, no fue decidida unánimemente por el Tribunal Correccional. Un vocal, Francisco Rojas Espinoza, emitió un voto discordante, en el que expresaba que Jorge Laur Peralta debía recibir una pena de cinco años de cárcel. Pero, su gesto quedó solo como una anécdota.
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