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Arturo Jiménez Borja: el caso de la muerte por estrangulación del estudioso peruano en su casa en San Miguel
La noticia cayó como una bomba en las redacciones durante ese enero del año 2000, en medio de noticias electorales (reelección fujimorista) y las expectativas por el nuevo siglo que comenzaba. Arturo Jiménez Borja, el notable médico, etnólogo e historiador peruano fue hallado muerto en su casa limeña de San Miguel. Llevaba ocho días de fallecido. Llamó la atención la violencia contra un hombre de 91 años. Fue una terrible pérdida para la cultura peruana.
Había muerto 7 u 8 días antes, entre el 12 y 13 de enero del 2000, cuando su cuerpo fue descubierto por la Policía el 20 de enero de ese año. El dolor y la impotencia cundieron entonces en el mundo de la cultura peruana, porque Arturo Jiménez Borja había sido un protagonista de ese universo que amó y protegió tanto hasta su último día de vida. Tenía 91 años cuando unos desconocidos –o no tan desconocidos– ingresaron a su casa en San Miguel.
Menos de dos años antes, el 9 de agosto de 1998, Javier Mariátegui Chiappe había publicado en El Comercio algunas palabras sobre Arturo Jiménez Borja (AJB), en realidad, fue su discurso de cuando, tres semanas antes, el 18 de julio, AJB había cumplido 90 años de edad y le rindieron un homenaje. En esa ocasión, el doctor Mariátegui dio en el clavo al describir la personalidad de Jiménez Borja: “Desde siempre escuché decir que AJB era médico en la mañana, arqueólogo en la tarde, y el resto de tiempo, hombre de artes y letras. Hermosa jornada de un espíritu renacentista”. (EC, 09/08/1998)
El tacneño Arturo Jiménez Borja estudió y luego enseñó en la Facultad de Medicina “San Fernando” de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pero empezó su ejercicio médico en los hospitales “Dos de Mayo” y “Víctor Larco Herrera”, en este último se encargó además de la pinacoteca, donde AJB ordenó los dibujos de los pacientes psiquiátricos, contó Mariátegui en aquella nota.
Con 30 años de servicios médicos en el “Hospital Obrero” (hoy “Hospital Guillermo Almenara Irigoyen”), entre las décadas de 1930 (finales) y de 1960, Jiménez Borja fue también jefe de redacción de la histórica revista “Actualidad Médica Peruana”, y por lo mismo un exigente estilista del idioma. AJB destacó como un intelectual que había nacido para amar, cuidar y preservar la cultura popular y ancestral del país.
Por todo ello, no era ninguna sorpresa saber que ese hombre que cumplía 90 años en 1998 había logrado reunir, a lo largo de su extensa vida, una de las más valiosas e importantes colecciones dearte popular del Perú; además de haberse convertido en un gran investigador sobre las danzas y música del Perú andino.
Jiménez Borja se dedicó por décadas a la investigación de la cultura popular peruana, a la recopilación de la tradición oral (leyendas y mitos) y también al resguardo de objetos populares del país; por ejemplo, su colección de máscaras era notable, única, tanto como sus ansias por el conocimiento y la cultura. Por eso, a través de una beca concedida por la Unesco, buscó perfeccionarse en la conservación de monumentos prehispánicos de barro, en EE.UU., México y Guatemala.
No obstante todo ello, su orgullo personal fue haber puesto en valor y haber reconstruido el museo de sitio de Puruchuco (Phuruch’uku, ‘phuru’ quiere decir plumas y ‘ch’uku’, casco o gorro: es decir, el “Señor del Casco emplumado”); un lugar especial donde entregó a los peruanos su vida entera en defensa de los orígenes de lacultura peruana. Así lo hizo justamente hasta 1998, año en que el gobierno de Alberto Fujimori lo separó de su cargo en el museo de sitio que él levantó con sus propias manos, en la década de 1960.
Ese fue el hombre que la delincuencia arrebató al Perú. Un hombre que llegó decir, en su momento, cuando lo agobiaban los elogios: “No soy un sabio ni un humanista. Soy simplemente un tenaz peruanista”.
ARTURO JIMÉNEZ BORJA: UN HOMBRE QUE NO MERECÍA MORIR COMO MURIÓ
El mismo día que el país se enteró de que el BIC Humboldt había arribado a la estación peruana de la Antártida, el jueves 20 de enero del 2000, otra noticia nos calló como un baldazo de agua fría: habían hallado muerto al doctor Arturo Jiménez Borja en su propio domicilio, en San Miguel, frente al mar limeño.
Esa triste noche, cuando aún no terminábamos de entender cuándo ni cómo sucedió el crimen y se terminaban de redactar las primeras notas policiales de su caso, un eclipse total de la Luna terminó de ensombrecer el panorama. “Asesinaron a Arturo Jiménez Borja”, decía el parco titular en la portada del diario decano, el viernes 21 de enero del 2000. Se destacó su perfil de hombre de cultura y su rol cuando fue director del Museo de la Nación. Luego vinieron, como una ola negra, los detalles de su muerte.
El cuerpo sin vida de AJB fue encontrado en su casa, en la avenida Bertolotto 264, en San Miguel. Allí vivía solo. Los peritos policiales determinaron que el intelectual había sido estrangulado hacía siete u ocho días, es decir, el 12 o 13 de enero del 2000. Por el tiempo trascurrido, sus restos ya estaban “en estado de descomposición”. (EC, 21/01/2000). El primer sospechoso, para la Policía, fue la única persona que lo frecuentaba cada cierto tiempo. Se trataba del jardinero que laboraba en su casa, pero este no fue ubicado fácilmente.
El asesino o los asesinos debían haber sido de la confianza del estudioso peruano, decía la Policía, puesto que los agentes de Homicidios habían comprobado que “no había signos de violencia en la residencia y que, aparentemente, no robaron nada”. Incluso la cerradura no había sido forzada, lo que indicaba que los homicidas tuvieron todo el tiempo para ingresar tranquilos a la casa del investigador. (EC, 21/01/2000)
Esta indicación de no haber nada robado se planteó inicialmente porque la Policía peruana vio que las valiosas colecciones y objetos antiguos del investigador estaban intactos. Una apreciación policial que cambiaría con el correr de los días.
LOS SOSPECHOSOS DEL CRUEL ASESINATO EN SAN MIGUEL
Nacido en Tacna, en 1908, AJB sufrió de niño el acoso de las huestes chilenas que ocuparon su ciudad y obligaban a los menores en la escuela a cantar el himno chileno. Por eso su padre lo mandó con una tía a La Paz, Bolivia. Allí despertó su alma andina. Muchos años después, Jiménez Borja contó algo personal:
“Yo desciendo, en primer orden, del último curaca indígena de Tacna, don Toribio Ara. Es la razón intrínseca de mi interés por el indigenismo. Ese podría ser un hito. Pero yo estoy seguro de que fue la proximidad de mi aya boliviana la que me hizo amar el indigenismo. También mi interés por las historias y las fábulas populares”.
Fue un hombre sensible, pensante, y que aportó mucho al conocimiento de lo que somos como un país de cultura ancestral. Por eso también dolió tanto su pérdida y la forma cómo se le perdió. Lo más terrible fue el tiempo que pasó desde que el querido AJB había muerto. Ocho días, como mínimo, dijeron los forenses, con esa frialdad que le ponen a sus anuncios.
El cadáver de Jiménez Borja fue ubicado exactamente en la entrada del baño del segundo piso de su casa. La División de Homicidios de la PNP informó que, al parecer, habría escuchado ruidos mientras leía en su dormitorio. Avanzó hasta el baño, y allí fue asaltado y ahorcado. Así lo aseguraban porque en su cama, los agentes investigadores hallaron un libro abierto. Era un libro de historia antigua.
El cuerpo sin vida fue hallado a las 10 y 30 de la mañana. Sus pies estaban atados con un trapo. Yacía boca abajo y con los brazos extendidos. Las alarmas se encendieron entre sus vecinos porque, primero, no contestaba ninguna llamada del timbre ni por teléfono. Y, además, porque empezó a destilar un fuerte hedor detrás de la puerta de su residencia sanmiguelina.
Los restos humanos fueron llevados a la Morgue Central de Lima, en cuanto los forenses y agentes policiales acabaron sus registros y anotaciones. A las 3 y 5 de la tarde, y por orden del fiscal Winston Reátegui, se llevó acabo el penoso traslado. El velatorio se realizó en el salón principal del Museo de la Nación, en San Borja, hasta el mediodía del viernes 21 de enero del 2000.
Durante el velatorio, doce integrantes del Coro Nacional de Niños del Perú entonaron un canto religioso de la época colonial, denominado “Hanac Pachap”. El entierro se llevó a cabo dentro del perímetro de las ruinas de Puruchuco, con más precisión, en los jardines de la residencia, que tanto había ayudado a conservar.
LA POLICÍA FUE CERCANDO A LOS SOSPECHOSOS DEL ASESINATO
El primero en ser citado de grado o fuerza fue el jardinero de la víctima, el señor Moisés Carrera Sánchez, de 44 años. Un hombre clave en el caso. Este fue ubicado por la División de Homicidios en Huaycán, Ate. Lo hizo en calidad de testigo para dar algunos detalles de la escena del crimen. Y, al parecer, su información ayudó bastante a los agentes policiales en su objetivo de ubicar a los culpables del asesinato.
El 22 de abril del 2000, la Policía del Perú anunció la captura de los “presuntos asesinos del historiador Jiménez Borja”. (EC, 23/04/2000). La Dirección Nacional de Investigación Criminal de laPNP había atrapado a dos hermanos, que fueron sindicados como los presuntos victimarios. El Comercio informó que se trataba de Edwin Estela Romero, de 30 años, y Robert Estela Romero, de 28 años. Ambos fueron puestos en manos de la Vigésima Quinta Fiscalía Penal de Lima.
Los hermanosEstela Romero fueron detenidos en el Rímac, en la zona de Ciudad y Campo, por donde vivían. Si bien ningún objeto de valor histórico o arqueológico había sido sustraído de la casa de Arturo Jiménez Borja, la Dinincri informó que el móvil finalmente sí fue el robo. Los sujetos asaltaron la casa del intelectual peruano para robarle los 21 mil soles que la víctima había cobrado recientemente de las acciones telefónicas.
Edwin Estela Romero había laborado como policía particular en el Museo de la Nación cuando AJB fue director, a comienzos de los años 90. Fue este sujeto quien había planificado el asalto desde septiembre de 1999, informó la Policía, pues por esos días “se lo contó a su vecino Alex Raúl Olivera Herrera (40)”. (EC, 23/04/2000)
La Dinincri pudo obtener los nombres de las personas que visitaban al historiador por dos agendas encontradas en la casa. El jardinero Moisés Carrera Sánchez ayudó también en las pesquisas policiales.
Ese fue el final trágico del gran humanista peruano que fue don Arturo Jiménez Borja.
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