/ NoticiasInformación basada en hechos y verificada de primera mano por el reportero, o reportada y verificada por fuentes expertas.
| Informativo
Así robaban los autos (y atrapaban a los delincuentes) hace casi un siglo
Un caso emblemático de los años 20 fue el del auto Hudson que lo sacaron de Lima y estuvo a punto de desaparecer. Fue el primer robo de un auto moderno que se enfrentó con inteligencia e investigación policiales.
Durante la modernización de Lima y de todo el Perú en la década de 1920, la delincuencia también se puso a “trabajar”. Empezó a replantear sus deleznables objetivos y, de alguna forma, los malhechores se volvieron más avezados, audaces y descarados. En tanto, los aun llamados “bandoleros” no dejaron todavía de acechar los caminos y las salidas de la capital, tanto hacia el norte, sur y centro del país.
Pero los delincuentes urbanos empezaban a ver con más interés las incursiones planificadas en Lima, la cual veían progresar y crecer, especialmente en el parque automotor cada vez más moderno. Estos nuevos maleantes debían enfrentar, por supuesto, a un cuerpo de policías investigadores recién renovado, con nuevo local y una generación de jóvenes reacios a dejar escapar a ningún facineroso.
En esas circunstancias, el robo de alhajas, joyas, ropas o instrumentos útiles de las casas que asaltaban continuó siendo práctica habitual del hampa debido a la facilidad para ocultar lo sustraído; pero se empezó a dar cabida a otro delito más rentable por el valor económico que representaba: el robo de automóviles; es decir, el robo de moda de mediados de la década de 1920.
Hubo muchos casos de robos audaces y hasta novelescos que dejaron huella en las páginas policiales de los diarios de la época. Uno de ellos fue el de la modalidad del “chofer de confianza” que desaparecía con el automóvil moderno de la familia.
El Comercio le hizo un sesudo seguimiento a un caso que sucedió a inicios de octubre de 1925. La historia empezó cuando José Serra, el dueño de un coche, confiado y sin imaginar la traición, entregó las llaves de su auto Hudson a Ben Jhonson, un sujeto de su confianza, para que lo utilizara en el servicio particular de sepelios y matrimonios, por el que ganaría una comisión acordada entre ambos. Sin embargo, el sujeto, en cuestión de algunas semanas, encontró el momento indicado y desapareció de la vista del dueño junto con el automóvil.
Serra hizo la denuncia en la Inspección General de Investigaciones, donde estaba el Cuerpo de Detectives y de Auxiliares de Investigaciones (lo que luego sería la PIP) que se había creado en 1922. Debido a la novedad de este tipo de robos (para entonces), la institución policial destacó a sus dos mejores investigadores a este caso en exclusividad. Y la medida daría sus frutos.
Jhonson no había escondido el auto robado en Lima (una Lima aun pequeña), donde podía ser detectado rápidamente por los sabuesos policiales. Esto les costó varias horas de trabajo a los agentes investigadores. Luego de rastrear los principales puntos sospechosos, concluyeron que, efectivamente, el auto robado estaba definitivamente fuera de los linderos capitalinos.
El dueño, José Serra, que trabajaba para la firma Studebaker, dio todos los detalles físicos del sujeto para que pudieran hallarlo. Así, los detectives confeccionaron el retrato de Jhonson, quien había sido un duro boxeador en su juventud.
La víctima tuvo que apoyar a los agentes “dándoles todas la facilidades del caso” para que estos pudieran hacer su labor fuera de Lima durante varios días. El auto moderno de la firma de Serra estaba en algún lugar al sur de Lima, pues hubo testigos que señalaron a la Policía haber visto al sospechoso manejar el auto moderno entre Lurín y las inmediaciones de Ica. Los agentes llegaron hasta Pisco e Ica, y allí comprobaron que Jhonson usaba el auto como colectivo, transportando gente y carga ligera, y cobrando buenas sumas de dinero por ello.
Delincuente atrapado sin salida
Al saberse acorralado por la policía de investigaciones, el ex boxeador escondió el auto en una cochera de alguna zona cercana. Jhonson había sido visto manejando el Hudson incluso en Ica. Y allí mismo, en una pensión (la pensión Silva), el chofer ratero fue hallado, tras cuatro horas de búsqueda. Al verse cercado no opuso resistencia. Solo se dedicó a negar los hechos. Para él, nada irregular había ocurrido. “¡Soy inocente!”, gritó a los investigadores policiales.
Los agentes -profesionales en su trabajo- le mostraron las evidencias físicas y las declaraciones del dueño y los testigos, y ante ello el delincuente no tuvo más remedio que aceptar que había robado el automóvil Hudson que la Policía buscaba desde hacía días.
El cronista de El Comercio señaló en su reportaje del 6 de octubre de 1925: “Pero no era suficiente encontrar a Jhonson. Se precisaba encontrar el carro que aquél se había robado. Tras una interrogación bastante fatigosa se consiguió saber que el automóvil que se buscaba se encontraba en Mala, en un garaje, donde había sido dejado para la reparación de uno de sus muelles”.
Los agentes supieron, además, que el ex boxeador transformado en maleante había intentado vender el auto a un precio inferior al que valía en verdad; pese a ello no encontró comprador, debido a que era conocido en esa zona al sur de Lima como un antiguo abigeo desde muy joven. Su mala reputación lo terminó de hundir.
El Hudson estaba entero en ese garaje de Mala. Los agentes lo trajeron a Lima apenas pudieron hacerlo y se lo entregaron a su dueño, el agotado José Serra, quien no dejó de agradecer el trabajo efectivo de los jóvenes policías.
Jhonson fue conducido al Panóptico de Lima, donde pasó entre rejas lo que quedaba del oncenio de Augusto B. Leguía (1919-1930). Así se resolvió uno de los primeros casos de robo de auto en la Lima moderna de los años 20.