El automóvil en el Perú: la historia del primer festival de carros en los años 30
Era julio de 1931 y era la primera vez que la ciudad de Lima realizaba este tipo de eventos: una ‘ginkana’ en torno a un símbolo de la modernidad y el progreso material: los automóviles, los cuales eran manejados entonces por expertos pilotos, unos verdaderos “ases” del volante.
El Perú había vivido el día anterior la emoción patriótica de celebrar el 110 aniversario de nuestra independencia. El 28 de julio de 1931, más allá del tradicional Te Deum en la Catedral de Lima (o Basílica Metropolitana) y el discurso presidencial en el Congreso de la República, Lima vio el homenaje que escolares de La Victoria y el Rímac hicieron a la Bandera Nacional; además, hubo distribución de premios y regalos a los bomberos en la Municipalidad de Lima, la inauguración del monumento al prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento y una exposición de productos regionales en el “Mercado Modelo”.
Pero el 29 de julio de ese año, se dieron tres eventos también importantes: un desfile escolar en homenaje a los fundadores de la República, la inauguración del monumento al sabio peruano Hipólito Unanue, en el Parque Universitario, frente a la Casona de San Marcos, y algo singular: la primera fiesta de autos de Lima (no un raid o circuito). El primer divertimento colectivo que tuvo como protagonista a este famoso aparato de cuatro ruedas.
Fue la prueba palpable de que la afición por los autos crecía aún más en el Perú y ya estaba consolidada a inicios de la década de 1930 como una necesidad social y cultural, tras tres décadas de la llegada de la tecnología automotriz al Perú. Además, ya habían pasado varios ‘raid’ (rutas de largo aliento de Lima al interior del país) y numerosos circuitos urbanos. Pero dicha jornada del día posterior a Fiestas Patrias del 31′ era especial; se convirtió en un divertimento colectivo, comunitario, un festival popular pensando básicamente para la diversión (o la distracción) de los ciudadanos.
Esa mañana del 29 de julio de 1931, la Municipalidad de Lima, con su alcalde Luis A. Eguiguren a la cabeza, se empeñó en llevar adelante el evento del año (de ese año, al menos). Era un festival, pero a la vez un concurso, con una masiva cantidad de público asistente. La idea era que un grupo de expertos conductores superaran una serie de emocionantes pruebas automovilísticas. El Comercio lo llamó entonces una ‘ginkana’ (que también puede escribirse ‘gincana’ o ‘yincana’); esto es, eran unos juegos de competición.
La primera prueba fue de velocidad: la carrera de 100 metros (o llamada en eso años ‘gana o pierde’). Participaron en ella tanto hombres como mujeres (pocas, en verdad). Eran las mismas pruebas, pero divididas por género. De esta forma, destacaron en las pruebas entre mujeres, Adela Sthal; y entre hombres, Federico Roedel, Luis Barrios, Lino Cornejo Parró, Augusto Chocano, Enrique Miranda Nieto, Alfredo Rey y Manuel Ganoza.
Para intervenir en aquella prueba de alta velocidad (100 metros) se presentaron autos de diferentes marcas. Ganaría el que lo hiciera con la mejor marca posible. En la carrera de hombres, la victoria fue para Lino Cornejo; y en la de mujeres, la consagración fue para Adela Sthal. Ambos se hicieron acreedores a premios otorgados por el teniente alcalde, el doctor Larrabure, a nombre del municipio limeño.
La segunda prueba fue una “carrera de obstáculos”, al parecer, fue la más divertida, puesto que hubo “incidentes cómicos”, resumió el diario decano. Lo que ocurrió fue que, tal como en la primera carrera, ganaría el mejor tiempo, pero esta vez debían pasar por espacios estrechos y con obstáculos. El Comercio detallaba que se añadían como tareas, durante la propia carrera, “abrir tranqueras y luego cerrarlas, reventar un globo de jebe, comer un bizcocho y beber una botella de kola, luego de destaparla”.
Luego subirían con sus autos a un trampolín y descenderían de él hasta llegar a la meta, pero, ojo, sin tocarla. Fue una prueba intensa y divertida. Los protagonistas de esta carrera fueron: Chocano, Miranda, Rey, Barrios, Soto, Ganoza, Cornejo, Vásquez, Paz y la señorita Sthal, la mujer piloto más destacada de ese día.
Ya sea por la velocidad con la que conducían o por la ansiedad de ganar, lo cierto fue que muchos participantes incumplieron las reglas, derribando obstáculos o salteándose algunos. Las consecuencias de esos errores incluían la descalificación por parte del jurado, que revisó escrupulosamente cada hito de la carrera. Hechas las revisiones del caso, resultó ganador el señor Soto, que hizo un recorrido con un tiempo de 1′36′'25. Por otro lado, en la competencia femenina, como se dijo, la señorita Sthal ganó la carrera con un excelente tiempo de 1′12′'.
La prueba que causó mayor risa entre el público limeño fue en la que los pilotos debían conducir sus autos en una distancia de 25 metros “con los ojos vendados”. Y lo mejor de todo: los pilotos no podían cruzar la meta sino acercarse lo más que podían. El que lo hiciera más rápido y más cerca, ganaba. El señor Paz obtuvo el primer lugar, al colocarse a una distancia de 88 cm. de la línea de meta.
Más allá del programa oficial, y por el entusiasmo del público limeño, el municipio de Lima autorizó una prueba adicional. “Fuera de programa hubo una carrera en que los pilotos tenían que recoger, sin bajar del carro, y en la velocidad necesaria, los pañuelos colocados en la pista”, dijo El Comercio. El ganador de este particular periplo automovilístico lo hizo con un tiempo de 22 segundos.
Después de la adrenalina de las carreras automovilísticas, los organizadores dejaron la pista libre para un recorrido de exhibición de los autos nuevos, cedidos por las diferentes casas importadoras. El aplauso de la gente fue muy entusiasta. Estos estéticos autos, conducidos por hombres y mujeres, representaban a marcas como “Sedán”, “Roadster”, etc. Estos vehículos intervinieron en una llamada “prueba de elegancia”, cuyo jurado fue el mismo público que midió su gusto con la intensidad de su aclamación.
La yapa de estas carreras patrióticas, y con la que se cerró el evento, fue una prueba de 100 metros de nuevo, pero con el detalle de que, a la mitad de la pista, los conductores debían quitar una “rueda completa” y volver a ponerla y seguir la carrera. Siete carros compitieron, dando como ganador el auto del señor Chocano, con su increíble tiempo de 1′23′'35.
Al día siguiente de esta fabulosa carrera de automóviles de Lima, el 30 de julio de 1931 se abrió al tránsito limeño la avenida Samuel del Alcázar (“avenida Alcázar”, como le dicen hoy), en el Rímac. Lima empezaba así a gozar de una vida sobre cuatro ruedas.
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