¿Quién fue ese personaje dedicado en cuerpo y alma al cuidado de los últimos balcones de Lima? Se llamaba Bruno Roselli (1887-1970) y fue un profesor de Historia del Arte, de origen italiano, nacido en la hermosa ciudad de Florencia. Roselli quiso abrazar, atender y salvar todos los balcones virreinales de Lima durante la década de 1950 y 1960. En esos años, esas muestras de belleza virreinal aún se mantenían algo firmes sobre las cabezas de los vecinos limeños. Pero, un 24 de setiembre de 1970, hace 51 años, ese “Quijote” de la ciudad de los balcones dejó este mundo que no supo comprenderlo, y que en muchos sentidos lo estigmatizó.
Lima. Década de 1950. Era una urbe concentrada en el tradicional centro de Lima, que rodeaban algunos barrios populosos como el Rímac y Barrios Altos, y otros más alejados aunque con un incipiente bullicio moderno como San Isidro, Miraflores o Barranco.
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De esos años 50 y 60, los niños y jóvenes que fueron entonces deberán recordar muy bien a un personaje que llevó adelante una cruzada cultural que muchos calificaron, ya entonces, de “ilusa” o “idealista”: mantener vivos, socialmente hablando, esos espacios limeños ganados al cielo que eran los balcones coloniales.
Lima crecía en esos años a pasos agigantados, por eso muchos edificios viejos -del centro especialmente, pero también de otras zonas populosas repletas de balcones- debían dar paso al desarrollo urbano, al progreso inmobiliario. En ese esquema los balcones eran un estorbo, como lo fue también Roselli, casi un loco para los afanes expansionistas del gremio constructor.
Roselli era un “Quijote”, como le decían con cierta elegancia, por no decirle abiertamente “loco”, como bien se encargaron de acuñarle popularmente. Pero el professore nunca dejó de tener los pies bien puestos en la tierra.
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Los balcones provenían de una larga tradición mudéjar o morisca implantada en tierras españolas, y en el Perú, en Lima especialmente, integraban el paisaje diario de la ciudad. Eran tan amplios algunos que se convirtieron en habitaciones, además de cámaras secretas desde donde las limeñas podían “ver sin ser vistas” amparada en las celosías y los adornos.
Esos balcones, adorados por Roselli, eran finamente acabados en madera de pino, cedro o roble. Estudiosos como Luis Antonio Meza consideraron que la cantidad de balcones en la capital era “homogénea y armónica”.
TODO EMPEZÓ CON EL TERREMOTO DE 1940
El 24 de mayo de 1940 un sismo mortal dejó muy afectada la capital. El terremoto empezó a derrumbar la vieja Lima. En los años siguientes, las autoridades comprobaron que los inmuebles (muchos de ellos solares y callejones) necesitaban ser demolidos, pues en la práctica se habían convertido en trampas mortales para las familias que las habitaban aun.
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Roselli apareció en esos años con su obsesión y cuidado extremos con los balcones. Era un hombre pintoresco y estimable. No dejaría de ser conmovedor verlo, a duras penas, con su sueldo de maestro, con solo algunas monedas en el bolsillo, tratando de salvar un balcón o persuadiendo al dueño hasta conseguir que este se lo obsequiara.
El guardián o, mejor dicho, el “defensor de los balcones” juntaba en un galpón los ejemplares que podía. Cuando no lograba pagar el alquiler, solía perder todo lo que había guardado. Hermosos balcones coloniales terminaron siendo vendidos al peso o simplemente desaparecieron.
La mayoría de los balcones que defendía este profesor italiano eran especialmente del siglo XVIII y algunos del siglo XVII, sin dejar de mencionar los del siglo XIX. Inmigrante italiano, de espíritu conservacionista, Roselli llegó al Perú después de la Segunda Guerra Mundial. Fue maestro en las universidades de San Marcos y de La Católica; en esos centros del saber, Roselli demostraba su erudición humanista y renacentista en clase y fuera de ella también.
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Afincado definitivamente en Lima desde inicios de los años 50, el defensor de los balcones fue un limeñista que adoraba los balcones coloniales por ser parte de la antigua arquitectura capitalina. Apoyado por sus alumnos universitarios –desperdigados por el centro– se mantuvo informado por años de los desalojos y del destino de estos artefactos monumentales.
En algún momento Roselli vio cómo inescrupulosos individuos quemaron sus balcones. Esa escena nunca se le pudo borrar de la mente: enfermó, pero más del alma que del cuerpo. Bruno Roselli falleció el 24 de setiembre de 1970, ya con una dictadura militar gobernando el país, y la ciudad, su querida Lima que lo acogió luego del infierno de la guerra, sin ninguna esperanza de recuperar la mayoría de sus numerosos y hermosos balcones coloniales.
Tan enraizado estuvo en su tiempo la idea de que se trataba de un “loco”, que la pieza teatral de Mario Vargas Llosa, basada en su vida y publicada en 1993, se tituló “El loco de los balcones”; allí relató la vida “tragicómica”, según la crítica, del profesor Aldo Brunelli, que vino a ser en esa ficción teatral el ‘alter ego’ del viejo y querido Bruno Roselli.
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