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Lo que sintieron arequipeños, moqueguanos y tacneños, aquel 23 de junio de 2001, fue un sismo de 6.9 grados en la escala de Richter. Los relojes marcaban a las 3 y 33 de la tarde. La ciudad de Moquegua fue muy golpeada (el 80% de las casas quedaron en escombros); sin embargo, la costeña Camaná, en Arequipa, sufrió los peores embates del sismo y, veinte minutos después, a las 3 y 53 aproximadamente, un gigante tsunami la arrasó casi por completo.
Las víctimas mortales fueron aplastadas por paredes y techos que se desplomaron como una torre de naipes. Fueron decenas de réplicas en los tres departamentos del sur, Moquegua, claro, pero también Arequipa y Tacna.
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La carretera Panamericana Sur quedó por varias horas cortada en varios tramos y también otras vías hacia la sierra sur; además, no hubo luz, agua ni servicio telefónico. Para un peor panorama, ese mismo día, a las 7 y 30 de la noche, la parte norte del país también tembló. Tumbes, Talara, Sullana y Piura pensaron que se repetía lo del sur, pero afortunadamente no se produjeron daños mayores.
Según despachos noticiosos, la onda sísmica del sur peruano se propagó a unos 800 km por hora y las olas provocadas por el terremoto llegarán a las islas Marquesas en Tahiti entre las 20 horas y las 21:30 de ese mismo sábado. Nadie durmió esa noche del 23 de junio de 2001 en las partes afectadas, y en el resto del país tampoco, pues se presentía o temía entre la gente que podía venir otro sismo en cualquier momento.
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El presidente provisional Valentín Paniagua viajó esa misma noche a Arequipa y se puso al frente del “Comando de emergencia” que atendió a los damnificados. Los ministros de Defensa, Salud e Industrias conformaron dicho comando, que luego intentaría llegar a Moquegua. En tanto, el presidente electo Alejandro Toledo suspendió una gira al exterior, y viajó al día siguiente a las provincias del sur.
CAMANÁ: EL DRAMA QUE SE DESCUBRIÓ DESPUÉS DEL VIOLENTO SISMO
El diario El Comercio trasladó a un enviado especial a las zonas afectadas. El periodista José Santillán Arruz llegó temprano el domingo 24 de junio de 2001 para hacer un recorrido en las zonas más accesibles, pero se quedó más tiempo en un balneario del que nadie hablaba aún: Camaná, en el departamento de Arequipa. Sobre este no solo había caído la fuerza del movimiento telúrico sino también las aguas invasoras de un interminable tsunami.
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En la edición del lunes 25 de junio de 2001, los lectores del diario decano se enteraron de valiosos detalles de los “balnearios del sur”, los del sur grande, el sur verdadero. La crónica principal del periódico ese día titulaba: “Pocas viviendas quedaron en pie en los balnearios de Camaná”.
El entorno camanejo era, sin duda, tremendamente dramático, y habría sido realmente catastrófico si ese mismo tsunami hubiera ocurrido en temporada de verano, cuando llegaban a los balnearios de Camaná unas 20 mil personas al día.
El propio alcalde de Camaná, Enrique Gutiérrez Souza, advirtió sobre la gravedad que se vivía en sus costas. El cronista describió el momento: “El panorama en Camaná es desgarrador. El mar arequipeño no perdonó a esta provincia agrícola y ganadera por excelencia, cuyos habitantes vieron con horror cómo decenas de viviendas de los balnearios de Quilca, La Punta, Los Cerrillos, Chule, El Chorro, entre otros, eran devoradas por un enorme oleaje que se desató tras el fuerte sismo que remeció el sur del país el sábado pasado”. (EC, 25/06/2001)
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Los hombres de mar perdieron sus lanchas con aparejos y motores. Los balnearios parecían auténticos campos de guerra, con pocas viviendas en pie. Lo que abundaban eran los escombros, en medio de charcos, casi lagunas, que eran las aguas empozadas del tsunami que había avanzado en la tarde de ese sábado 23 de junio de 2001.
Al despertar el domingo 24 de junio, la visión apocalíptica bajó los ánimos de la gente camaneja. En la noche, junto con el frío, les llegó el momento de abandonar sus hogares, hechos casi todos de material noble.
A las 7 de la noche aún podía verse a familias enteras aferrarse a los restos de sus hogares. Eran decenas de familias en la misma situación, intentando rescatar lo que podían. Lloraban, rogaban, e imploraban a las autoridades, a cualquier autoridad que se les cruzaba, que no los abandonaran, que les ayudaran a salvar sus cosas.
Pero, primero, debían dejar esos inmuebles derruidos o a punto de derruirse. Sus hogares fueron ya declarados inhabitables por los riesgos de un inminente derrumbe, tras el terremoto y el tsunami.
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CAMANÁ: ¿CÓMO LLEGÓ EL TSUNAMI A LAS COSTAS CAMANEJAS?
Luego del sismo, a las 3 y 33 de la tarde, de ese sábado 23 de junio, unas tres olas gigantes, de aproximadamente ocho metros cada una, se ensañaron veinte minutos después con los balnearios de Camaná. Los testigos recordarían después que las aguas oscuras y espumosas avanzaban sin descanso y entraban abruptamente a las viviendas, destruyendo todo a su paso.
Nada detenía el tsunami: las olas se llevaron por delante puertas, ventanas, mesas, televisores, camas, refrigeradoras, cocinas, sillas, todo ese material terminó flotando en medio de la nada. Solo el agua se imponía a todo.
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El enviado especial del diario decano conversó con vecinos que vieron llegar el tsunami con impotencia. Los testigos señalaron que las olas llegaron durante “dos eternos minutos”, luego del sismo que sacudió el sur del país. Una de esos testigos fue Natalia de Fernández, dueña de una casa en la zona de ‘La Punta’.
La mujer contó que, tras el terremoto, “el mar se retiró unos 80 metros”. Esto causó una alarma en los vecinos que, al enterarse del fenómeno y ya advertidos hacia años de una situación así, optaron de inmediato por ir “hacia las partes altas, cruzando incluso la carretera Panamericana”. (EC, 25/06/2001)
A pesar de la distancia que tomaron los vecinos, lo que escucharon fue un gran estruendo y lo que vieron fueron tres olas gigantes y otras menores, unas tras otras, que siguieron inundando sin piedad sus casas, parques y malecones. Los testigos hablaron de “olas que tenían una altura de hasta tres pisos”, y que cubrieron totalmente las “viviendas de Quilca, La Punta, El Chorro, Cerrillos y Chule. El mar salió en algunas partes hasta 200 metros”. (EC, 25/06/2001)
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La señora Natalia de Fernández dijo: “Fue horrible y pensé que era el fin del mundo. Lo más triste es que algunos niños murieron atrapados en sus casas”. En efecto, el alcalde Enrique Gutiérrez Souza lo confirmó, puesto que se hallaron a dos menores debajo de los escombros de su vivienda, tras el paso del tsunami. Murieron ahogados y abrazados, con el terror expresado en sus semblantes.
No fueron los únicos casos de menores fallecidos o desaparecidos en Camaná esa triste tarde del sábado 23 de junio del 2001. Se registraron otros dos niños como desaparecidos. Estos estaban en tareas de siembra junto a sus padres. “El oleaje los arrancó del tractor en que iban junto a su papá”, dijo entonces el alcalde Gutiérrez. (EC, 25/06/2001)
Asimismo, contó el alcalde que había confirmado, hasta la noche del domingo 24 de junio, unos 18 muertos (muchos de ellos varados por el mar), así como unos 50 desaparecidos y 70 personas heridas. Solo en Camaná, el número de damnificados llegó a unas diez mil personas. Y se calculaba que alrededor de mil viviendas habían sido destruidas. El terremoto y el maremoto cumplieron su destructivo papel.
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CAMANÁ: LOS CAMPESINOS Y AGRICULTORES SUFRIERON TANTO COMO LOS PESCADORES
Un sector muy golpeado por el atroz tsunami fue el agrícola, pues estaban a punto de cosechar sus productos cuando llegó esta crisis que destruyó todos sus cultivos. Unas dos mil hectáreas de cultivos quedaron arrasadas. Así se pudo entender por qué cientos de zapallos y cebollas, entre otros productos, se pudrieron a un costado de la carretera Panamericana Sur, al lado de sus cultivadores, campesinos que lucían desanimados, resignados. Su economía casera estaba quedando en cero.
En las zonas de ‘La Punta’ y ‘La Católica’ sólo se veían derrumbes, contaba el reportero del diario. Muchas casas y locales desaparecieron bajo las grandes y pesadas olas; eran viviendas bien hechas, de material noble, ubicadas a los alrededores de ambos balnearios; y también hubo salones de baile y discotecas como El Zulu, todos ellos acabaron destruidos por la fuerza de las aguas marinas.
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Como en toda desgracia generada por la fuerza de la naturaleza, la Policía, los militares y hasta los bomberos cumplieron un papel clave de defensa de la integridad física y emocional de las víctimas y damnificados, ya que la delincuencia saqueadora no respetó ni la desgracia de la gente.
Asimismo, no hubo pase al interior de Arequipa. Hasta que, en la tarde del domingo 24 de junio, el personal del Sistema Nacional de Carreteras (Sinmac) del Ministerio de Transportes y Comunicaciones pudo habilitar la carretera Panamericana en los kilómetros 914 y 840, que había sido interrumpida por derrumbes que impidieron el paso entre Arequipa y Camaná.
Para el final del domingo 24 de junio del 2001, los servicios de agua y electricidad se habían recuperado en un 50% y 65%, respectivamente. El lunes 25 de junio -contó el enviado especial del diario decano-, las clases escolares fueron suspendidas, ante las ruinas en que quedaron la mayoría de colegios camanejos.
El Concejo Municipal de Camaná declaró en emergencia toda la provincia. Solo les quedó esperar la ayuda del Gobierno y del resto del país; pero esta tardó en llegar. Solo el martes 26 de junio de 2001 (tres días después del desastre telúrico), empezaron a tener una respuesta del Estado. Los poblados más afectados eran ‘La Calderona’, ‘Pucchun’ y ‘Chule’, y entre ellos los más olvidados fueron los agricultores. Se calculó aproximadamente que las pérdidas de este sector fueron de unos 25 millones de soles.
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En los balnearios camanejos, se veía el mismo desolado panorama, tanto el sábado 23 como el domingo 24 y el lunes 25. Nada se podía limpiar adecuadamente, menos rescatar y aún menos podía pensarse en reconstruir algo. Solo les quedó esperar más tiempo.
CAMANÁ: EL DRAMA HUMANO DE LA TRAGEDIA SÍSMICA
Si uno hubiese podido pintar un mural con lo que pasaba durante esos días de junio del 2001, en los balnearios de Camaná, Arequipa, no podían faltar en él las imágenes de los niños que caminaban sobre los escombros y veían todos los postes caídos; y tampoco las imágenes de amas de casa tratando de separar lo inservible de lo ‘servible’, entre las lagunas que cubrían sus viviendas, y de otra gente resignada, impotente, ante la pérdida total de lo suyo.
La gente esperaba y esperaba. Soñaban con ver llegar las motobombas, las motoniveladoras, las retroexcavadoras y también los camiones volquetes que se llevarían las toneladas de desmonte que dejó el sismo y el tsunami. Pero ese tipo de ayuda tardaría en llegar, pues cada alcalde o autoridad local debía hacer, antes, su propio balance y su lista de lo que realmente necesitaban.
Las primeras cosas que llegaron fueron lo más urgente: lotes de carpas, frazadas, alimentos y camas, que se entregaron a los damnificados, unas dos mil familias, según el municipio provincial. Recién, el martes 26 de junio de 2001 llegó a Camaná un representante del INDECI.
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Para ese día, martes 26, se sumó un fallecido más. Eran 19 las víctimas mortales. Se pudo precisar que, además de menores de edad, los muertos eran “pescadores y agricultores que no pudieron sortear el enorme oleaje de tres pisos de altura que cubrió centenares de viviendas”. (EC, 26/06/2001)
Largos días de espera, desesperanza y soledad vendrían a la vida de los camanejos afectados. En medio de robos, pillajes, escasez de alimentos y de todo tipo de servicios, poco a poco, empezó a llegar todo lo que les faltaba. El Comercio cumplió allí una noble misión informativa al poner al descubierto la crisis humanitaria que se vivía en ese otrora hermoso balneario arequipeño.
Se fue conociendo luego historias maravillosas como la de dos policías y un pescador que se convirtieron en los héroes de esas jornadas, rescatando a mucha gente. Se trató del suboficial técnico de segunda PNP Luis Bustamante Huamaní, quien al lado de su compañero Miguel Cornejo Alfaro, y el pescador Hernán Champí Quispe, lograron salvar a toda una familia, la familia Centeno, formada por diez personas, que estaban “refugiadas” en su casa rodeada de agua. Los rescatistas treparon al techo de la vivienda, y desde allí fueron sacando a cada miembro de la familia y luego los arrastraron hasta una zona segura.
Bustamante, Cornejo y Champí ayudaron incansablemente a los damnificados en esos tensos momentos, solo proveídos de una cámara de llanta y una soga. De esta forma, también lograron rescatar a Antuca Pérez Rojas, de 65 años, así como a su nieto Rivardo Leonidas Cusirramos, de 7 años, quienes estaban siendo arrastrados por la corriente marina.
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Camaná, con sus balnearios de ‘La Punta’, ‘El Chorro’, ‘La Brisa’, ‘Cerrillos’, ‘Las Cuevas’, ‘Pozo Colorado’, ‘Quilca’ y ‘Pucchun’, todos convertidos en “zonas de desastre” por las enormes olas tras el violento sismo que destruyeron alrededor de mil viviendas, renacería, por supuesto, luego de algunos años y de una necesaria reubicación de las viviendas afectadas. También las tierras de cultivo fueron recuperadas, en gran parte, y ese sí que fue un milagro técnico.
Tres años y medio después de la tragedia del sur peruano, en enero del 2005, las cifras oficiales del sismo y el tsunami posterior, ocurrido el sábado 23 de junio de 2001, fueron de 25 personas fallecidas y 62 personas desaparecidas. Un saldo final muy doloroso, y que aún hoy se recuerda con desazón.
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