Caso insólito: cuando cuatro náufragos llegaron a Pucusana luego de estar 13 días perdidos en el mar
Hace 21 años, ese martes 23 de mayo del 2000, a 58 km. al sur de Lima, en el balneario de Pucusana, la aparición de un grupo de cuatro pescadores desaparecidos tras más de dos semanas conmovió al Perú. Los náufragos contaron su increíble historia.
Entre la primera y la segunda vueltas electorales de las elecciones del 2000, que encumbró a Alberto Fujimori por tercera vez en la presidencia de la República (luego vendría el escándalo de los ‘vladivideos’ en setiembre y la renuncia desde Tokio en noviembre ), el suceso de los cuatro pescadores de Pucusana causó angustia en gran parte del país. Cuando todos los daban por muertos, una noticia desde Chimbote renovó las esperanzas de sus familiares y amigos.
En los planes originales de la embarcación “Bethel”, el grupo de cuatro pescadores debía haber regresado a Pucusana el sábado 13 de mayo del 2000, un día antes del segundo domingo de mayo, es decir, del Día de la Madre. Habían zarpado el jueves 4 de mayo, y aquel sábado 13 sus familiares los esperaron en el muelle, pero no llegaron. Pensaron que quizás habían desembarcado en tierra firme en otro punto de la costa, como ocurrió otras veces.
Llegó ese domingo 14 de mayo, y no hubo señales de los hombres de mar en Pucusana. Sin noticias de ellos, su gente los esperó incluso durante todo el lunes 15, para recién avisar de su desaparición a las autoridades costeras, muy temprano, ya el martes 16 de mayo del 2000.
EL COMIENZO DE LA ODISEA MARINA
Días después de su partida, ese 4 de mayo del 2000, la embarcación, con sus cuatro ocupantes, empezó a tener problemas con el motor. Entonces decidieron hacer varios intentos para hacerlo arrancar, pero lamentablemente la vieja batería se descargó. Fue así como desde el lunes 8 de mayo quedaron a la deriva, en las aguas del mar peruano, a la altura de Chimbote. Solo el movimiento inercial del oleaje y el viento los llevó en un vaivén suave de un lugar a otro.
Fue allí que les vino no el miedo a la muerte sino el valor de sus años en el mar. Porque el mar no fue su enemigo, sino -aunque parezca increíble- lo fue más bien la indiferencia de otras embarcaciones vecinas. Desde ese día, y hasta el domingo 21 de mayo, lo que vivieron fue una odisea. En Pucusana, los pescadores los dieron por desaparecidos.
El patrón del “Bethel”, José Rivas Gárate, contaría después que los cursos de supervivencia que recibieron en la Marina de Guerra del Perú les fueron de gran utilidad, especialmente para no perder el control, para no desesperarse. “Yo he recibido un curso de supervivencia en la mar, y ahora le doy gracias a Dios por ese curso”, narró el pescador.
El patrón Rivas indicó que solo en circunstancias difíciles se puede apreciar si hay o no solidaridad en las personas. Y él lo pudo vivir en carne propia cuando, en medio de la total oscuridad debió usar las luces de bengala para ser vistos, pero ninguno de los 13 buques que lograron ver se acercó a ellos para apoyarlos. Fue verdaderamente una decepción.
El desánimo de Rivas fue peor aún: esa misma falta de solidaridad de los buques lo vio en algunas bolicheras de Chimbote; gente más sencilla, de mar, pero ni por ello dejaron a un lado su indiferencia, ya que “pasaban a pocos metros de nosotros sin darnos la mano”, narraba, anonadado aun, el patrón del “Bethel”.
Rivas contaba esa parte triste de la historia, al mismo tiempo que abrazaba a su esposa que, entre lágrimas, lo consolaba. Y reiteró que no tuvieron miedo o temor, pero sí sintieron mucha desconfianza, y esto porque “cuando las embarcaciones ponen el control automático significa que la persona a cargo puede estar distraída leyendo. Por ejemplo, yo he contado un total de 13 buques y ninguno paró. Usamos nuestras luces de bengala y no pararon”, insistía.
No padecieron de hambre o sed graves, debido a que habían tenido la precaución de llevar suficiente provisión de víveres y agua. Pero, recién el miércoles 17 de mayo, luego de una semana de soledad, aislamiento y de increíble indiferencia, una bolichera se acercó a ellos.
Rivas lo detalló: “Cuando estábamos navegando a eso de las seis de la mañana encontramos una embarcación que estaba trabajando. Su gente nos ayudó. Las lanchas pasaban a 10 y 15 metros y no paraban, esa embarcación nos vio porque estaba trabajando ahí, su gente nos prestó una batería para poder arrancar el motor”. Entonces, a las 7 de la noche de ese mismo día, salieron del mar chimbotano en dirección a Lima, a Pucusana, donde todos andaban angustiados, sin noticias de ellos.
El domingo 21 de mayo se dio, por fin, la noticia de la ubicación de la embarcación. El alma les volvió al cuerpo a los pescadores de Pucusana. Los náufragos recién pudieron avistar el querido muelle artesanal el martes 23 de mayo del 2000; la gente los vio llegar ansiosos, pero con la alegría dibujada en sus curtidos rostros.
¿CÓMO LOS RECIBIERON EN PUCUSANA?
Esposas, madres, padres, hijos e hijas estaban alborotados, nerviosos, entre llorosos y satisfechos; una sensible combinación de emociones era lo que sentía cada uno de ellos. Luego de días enteros de imaginarse lo peor, la vida les devolvía a sus seres queridos. “¡Ahí vienen!”, gritaron algunos apenas divisaron la embarcación “Bethel” en el horizonte.
La nave se acercaba con lentitud marina, como si quisiera que la vieran bien antes de perderse en medio de las otras embarcaciones atracadas en el muelle. No eran los náufragos de las películas, no estaban desnutridos, exánimes ni con las barbas de Matusalén; pero sí venían con la experiencia de noches enteras y largas, solos, en el mar chimbotano.
Antes de bajar de su “casa flotante”, los cuatro pescadores debieron pasar por una revisión a cargo de la Capitanía de Puerto. Solo después de ello, los hombres de Pucusana se fundieron en abrazos, sonrisas y llantos de alegría con sus familiares.
El patrón Rivas declaró, ya con su esposa Katia en brazos, que “todos estábamos seguros de que íbamos a regresar a tierra”. En su caso, fue su esposa precisamente la que le dio la fuerza suficiente para salir de ese trance que le impuso la vida; y es que ella, Katia, había hablado en una emisora radial, a nivel nacional, para pedir ayuda para ellos. Rivas y los otros pescadores pudieron escucharla ya que habían llevado una radio portátil consigo.
Pero Rivas no fue el único que abrazó a su familia. Otro que demostró un gran afecto por los suyos fue el pescador Roberto Torres Ramos, quien fue uno de los primeros en saltar a tierra firme y en recibir el abrazo de su mujer, Ana Hernández Cordero, y luego el de su madre y hasta el cariño de su abuelita.
Apenas pudo hablar, Torres contó que habían estado tranquilos y con salud, pues no les faltaron alimentos. “Lamentablemente en Chimbote las bolicheras no querían ayudarnos”, comentó con los ojos apesadumbrados por el mal recuerdo.
Otro pescador del “Bethel”, José Neyra Quesada, confesó a la prensa que, pese a tener agua y víveres, sí pensó en la muerte como una posibilidad. No podía dejar de pensar en la parca porque hacía poco que uno de sus hermanos había muerto en un naufragio en altamar, en una nave muy parecida a la suya.
Aquel accidente fatal había ocurrido en 1999, y en esa ocasión Neyra había dejado de trabajar en el mar durante dos meses. Hasta que poco a poco recobró la confianza. En ese momento, para su bien, él se sentía más fuerte que entonces, y comentó que esa experiencia no le impediría entrar en el mar de nuevo para seguir pescando.
Cuando terminaba de hablar, su madre Teresa Quesada lo ubicó y lo abrazó tan fuerte que lo estremeció. “Estoy contenta y tranquila porque ya vino. Estábamos muy preocupadas hace diez días, pero ahora estamos tranquilas porque vinieron con felicidad. Le hemos rezado mucho a la Virgen de Lourdes, al Señor Cautivo de Ayabaca, al Señor de los Milagros y nos ha servido de algo”, confesó, radiante, la madre del pescador.
El cuarto integrante, Julio Ordinola, rodeado de su familia, no tuvo palabras para expresar lo que sentía en ese momento; solo repetía su agradecimiento a Dios por salvar su vida.