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El Caso ‘Juanito’: el niño anónimo envenenado que fue enterrado en el Presbítero Maestro en los años 90
Nunca se supo su nombre. Los médicos y enfermeras, luego los policías y la gente que se compadeció de él lo llamaron ‘Juanito’, un niño que fue asesinado en 1993 en Villa María del Triunfo y enterrado con una identidad equivocada.
La investigación policial se perdió en medio de pistas falsas, errores de procedimiento y olvidos mediáticos. Porque nadie podía sospechar que la muerte de un niño, en julio de 1993, le fuese tan indiferente a los padres o familiares del propio menor, y finalmente a la misma sociedad. Las pesquisas se abandonaron con el paso del tiempo y, luego de 20 años, en el 2013, ya no hubo posibilidad de hacerlo, pues todo pasó a los archivos policiales como un crimen sin resolver.
Había llegado moribundo al Hospital del Niño. Era el 20 de julio de 1993, una semana antes de escuchar al presidente Alberto Fujimori hablar ante el Congreso Constituyente Democrático (CCD), y el niño aún “NN” entraba a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de ese nosocomio de la avenida Brasil, en Breña.
Ese mismo martes 20 de julio, agentes policiales habían reaccionado al llamado de los vecinos de Villa María del Triunfo, quienes vieron el cuerpo de un menor cerca de una acequia. Aún tenía “signos de vida”, como suelen decir los cronistas policiales. Entonces, la policía lo cargó, abrigó y trasladó al hospital. Le echaron 3 a 4 años de edad, no más. Supieron luego que le habían hecho tomar ácido muriático mezclado con algo, quizás una bebida gaseosa.
El niño, llamado con cariño ‘Juanito’ por los médicos y enfermeras que lucharon infructuosamente por salvarlo, no pudo decir nada, no tenía fuerzas para hacerlo. Los investigadores se quedaron sin saber en qué circunstancias ingirió ese letal veneno y si fue obligado o por accidente.
INICIO DE LA INVESTIGACIÓN POLICIAL: APARICIÓN DE UNA PISTA ALENTADORA PERO FALSA
La Dirincri de la Policía Nacional asumió el extraño caso. Los agentes de Homicidios no dejaron de pensar en un asesinato y tuvieron en la mira, desde un inicio, a los padres del menor. ¿Por qué? Pues porque no hubo nadie que fuera a verlo en el hospital, algo muy llamativo ya que en casi todos los casos de accidentes, los primeros en llegar eran los padres. La policía tenía claro eso, pero también sumaría el hecho de que tampoco nadie reclamó el cadáver de ‘Juanito’.
No sería la primera vez que padres trastornados decidían matar al hijo que les “traía problemas”. Parecía una buena hipótesis, por lo menos atendible. Pero no fue así. Cada paso que daban los investigadores era hacia atrás; en el mejor de los casos, avanzaban y retrocedían.
Los agentes estaban en ese plan de búsqueda de los progenitores de ‘Juanito’, cuando una mujer se comunicó con ellos. En la Dirincri no lo podían creer: Rosario Vértiz Contreras llamó para decirles que había creído reconocer al niño cuando lo vio en la televisión. La mujer les contó que el menor envenenado era muy parecido al hijo de su empleada doméstica, Clemencia Robles, quien días antes había renunciado a trabajar en su casa, en La Perla, Callao, y se había llevado al pequeño David. Era David Papa Robles, acotó Vértiz.
Eso lo cambió todo para los agentes de Homicidios de la Dirincri. La fiscal ad hoc Zulema Castro Pérez citó y escuchó a Vértiz también: “Ella se fue pese a que nosotros nos encariñamos con el niño y le pedimos que se quedara. La última vez que nos comunicamos por teléfono nos dijo que ya no volvería a llamarnos”, contó esa vez a la fiscal.
Rosario Vértiz llegó a ver al niño aún moribundo y ratificó que era David Papa Robles, el hijo de su ex empleada. Clemencia Robles era madre soltera, al parecer. La policía entonces se encaminó a buscarla por todas partes. Una duda asaltó no solo a los policías sino también a los medios y a la gente que siguió el caso de ‘Juanito’: ¿Por qué estaba tan segura la señora Vértiz de la identidad del niño?
En diciembre del 2005, un reportaje de El Comercio sobre el caso, retomó el tema y llegó a preguntar a la propia fiscal Zulema Castro sobre ese punto. Ella afirmó que se le pidió una característica en el rostro del niño, y entonces Vértiz indicó que este tenía “una pequeña marca dejada por la mordedura de un perro en la mejilla derecha”. Y, efectivamente, el niño ‘Juanito’ que falleció finalmente el domingo 22 de agosto de 1993, en el Hospital del Niño, tenía esa marca.
Además, Vértiz precisó que el niño había nacido en el Hospital Alberto Sabogal del Callao. Un dato factible de comprobarse de inmediato. Así, los agentes policiales se dirigieron tres días después de la muerte de ‘Juanito’, el 25 de agosto de 1993, a los archivos del nosocomio chalaco, y allí pudieron comparar las huellas pelmatoscópicas (de las plantas de los pies) del menor registrado como David Papa Robles y el niño asesinado. Con esa “prueba” en las manos, no tuvieron dudas para afirmar que se trataba del mismo menor. Es por eso que ‘Juanito’ fue enterrado inicialmente con el nombre de David Papa Robles.
Sin embargo, a los pocos días, el 28 de agosto de 1993 (aunque algo tarde para evitar que en la lápida de ‘Juanito’ colocaran el nombre de su hijo, en un pabellón del Presbítero Maestro), apareció ante las autoridades y los medios Clemencia Robles, de 29 años, la supuesta “asesina” de su hijo. Pero, no apareció sola, la acompañaba su propio hijo menor David, sí, David Papa Robles. Entonces, para la policía la investigación volvía a cero: ‘Juanito’ no era David.
LA HISTORIA DE LA MADRE Y SU HIJO: CLEMENCIA Y DAVID
La Dirincri debió reiniciar las investigaciones para aclarar el caso de `Juanito’. También lo hizo el Ministerio Público para confirmar o descartar, mediante las huellas plantares (palmatoscópicas), la verdadera identidad del menor que había muerto el domingo anterior (22/08/1993), en el Instituto Nacional de Salud del Niño (Hospital del Niño), y bautizado de manera informal como `Juanito’.
En la víspera, el Ministerio Público como la policía habían confirmado la identidad de ‘Juanito’ como David Papa Robles, pero la madre de este denunció el hecho de dar por muerto a su hijo, con quien vivía además; y rechazó la acusación mediática y policial como “asesina” o “sospechosa de asesinato” que aún le achacaban algunos medios.
Clemencia Robles acudió al despacho de la fiscal ad hoc Zulema Castro, para aclarar el caso, ya que su hijo, señaló, “legalmente está muerto” y, además “sepultado” en el Cementerio Presbítero Maestro. Al mediodía se acercó, junto a su hijo David, a la División de Identificación para la prueba palmatoscópica respectiva. Ella contó a los medios de prensa que venía laborando por 15 años en la casa de la familia Vértiz Contreras, pero que ya deseaba volver a su tierra, Huarmey (Ancash), donde estaba pasando sus vacaciones con él.
Por eso motivo pidió que aceleraran el trámite, puesto que no podía irse sin devolver a su hijo la vida legal que le habían arrebatado con la confusión o equivocación de las autoridades. “Yo estoy de vacaciones en mi lugar de origen y, al enterarme del caso del menor llamado `Juanito’, tuve que retornar de inmediato a Lima para que se esclarezca la situación”, dijo escuetamente.
Clemencia Robles se reencontró con Rosario Vértiz, su empleadora, y juntas festejaron las gracias del juguetón David, conocido de cariño como `Choclón’. La madre del pequeño anunció asimismo que, en las próximas horas, asistiría a la Beneficencia Pública de Lima para que borraran el nombre de su hijo de la tapa del nicho 102 B del `Pabellón San Zoilo’ en el Presbítero Maestro, donde había sido sepultado `Juanito’.
El Comercio abordó el caso y consultó con varios especialistas, entre ellos la abogada Consuelo Regalado, quien dijo que había habido “negligencia de por medio, toda vez que nunca se debió `identificar’ al menor sin realizar una real constatación”. Regalado añadió que las autoridades judiciales debieron, previa diligencia, ordenar que se anulara la partida de defunción del niño David Papa Robles, puesto que, al parecer, esa no era su identidad.
En el reportaje de El Comercio de diciembre del 2005, ya citado, la reportera del diario conversó con la fiscal a cargo del caso (aun entonces), Zulema Castro. Y le hizo la pregunta clave: “¿Cómo es que podían existir dos niños tan parecidos?”. La fiscal Castro le respondió: “Suena increíble, pero lo eran. Cuando tuve en mi despacho al niño vivo era muy parecido al fallecido. Hasta tenía la misma marca en el rostro”, relató, sorprendida, la fiscal.
Pero solo cuando se realizó un nuevo examen de huellas plantares, tanto la policía como la fiscalía debieron admitir que había habido un error. Las autoridades encargadas del crimen tuvieron que volver obligatoriamente a investigar desde cero.
No obstante, lo más extraño aún fue que en 1993, año del crimen, y el 2005, año del reportaje de El Comercio, 12 años después, no se sabía aún nada de la identidad del menor, menos aún de quienes fueron sus padres y todavía menos el nombre de quien lo asesinó haciéndole ingerir esa combinación mortal de ácido muriático y supuestamente gaseosa.
La policía, ya desesperada y retada en su amor propio, ofreció hasta recompensas para quienes ayudaran a identificar a los padres de ‘Juanito’. Fue un caso que impactó a todo el Perú y en Lima encendió las alarmas sobre un posible asesino de menores. Sin embargo, nada dio resultados. Pese al dinero ofrecido, nadie dijo nada. O, por lo menos, nada que fuera importante para descubrir el nombre del niño y el de sus padres.
Ni en 1993 ni el 2005, había en el Perú un archivo de huellas digitales de los menores de edad, como existe hoy en día. Aquello fue lo que, por supuesto, dificultó la identificación precisa del menor ‘Juanito’, hasta hoy enterrado con ese nombre en el `Pabellón San Zoilo’ del Presbítero Maestro.
Otro asunto extraño fue que, en su investigación para el reportaje del 2005, las propias reporteras del diario recibieron un dato de los trabajadores que cuidaban el pabellón donde estaba ‘Juanito’: el hecho de que hubiera en su lápida flores frescas era porque, según ellos, un hombre, llamado Manuel Gonzales Zulueta, visitaba “cada quince días al menor desde que fue enterrado”.
El diario contactó a Gonzales y le preguntó si era un familiar del niño fallecido. Este solo atinó a decir que había conocido a ‘Juanito’ por los medios de comunicación y que “se conmovió con su tragedia”. Y no, no era un familiar. Luego se negó a declarar más.
La lápida de ‘Juanito’ quedó en blanco, sin nombres ni apellidos. Sus restos descansan aún en el pabellón de niños San Zoilo del Presbítero Maestro. Y todos lo que han trabajado allí supieron que esa lápida era de ‘Juanito’. Su caso se cerró y pasó al archivo en julio del 2013, cuando se cumplieron 20 años de haberse apagado la voz de ese niño que alguna vez jugó, saltó y sonrió.
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