Con la tradición como ejercicio literario, Manuel Ricardo Palma Soriano (1833-1919) aprovechó la historia y le otorgó un aire anecdótico inconfundible. Pero no fue solo un tradicionista. Desde su juventud destacó por ser un poeta romántico, un dramaturgo versátil y un serio lexicógrafo. En pocas palabras, un gran estilista de la palabra. En tal calidad, como era usual entonces, publicó sus trabajos en un espacio periodístico, que en su caso fue El Comercio.
Su primera composición, un poema, la publicó en el diario El Comercio. Firmó como “Manuel Ricardo Palma” y así lo haría en sus escritos de toda la década de 1850 e incluso en la de 1860. Es más, como nos cuenta Aurelio Miró Quesada Sosa en un artículo del 29 de setiembre de 1969, a pocos días de haberse cumplido los primeros 50 años de su fallecimiento, en el suplemento Dominical, el escritor era en esos años iniciales más conocido como Manuel Palma que como Ricardo Palma.
Esa primera publicación salió a la luz el 31 de agosto de 1848; es decir, cuando el futuro tradicionista contaba con solo 15 años de edad. Eran dos octavas reales, dos estrofas de ocho versos endecasílabos cada una y que tituló “A la memoria de la Sra.Da. Petronila Romero”.
¿Por qué mi alma conmueve la campana / Que toca ¡ay! con funeral sonido?
¿Por qué en tan bella y divinal mañana / Lloro yo con dolor desconocido?
¡Es por tu muerte respetable anciana / Que el eco hiere mi cansado oído!
Y de tu vida de virtudes llena / Tendré eterno recuerdo, eterna pena.
¿Mas qué puede calmar el cruel dolor / Que de mí se apodera delirante,
Que mi pecho devora con rigor / Y mi aliento detiene palpitante?
Sólo el consuelo de que tú, Señor, / La tienes en tu reino fulgurante,
Y la gran dicha cabe ti que tiene / Mi llanto calma y mi pesar detiene.
El poema fue escrito solo dos días antes, en “Lima, agosto 29 de 1848”, como indica el pie del poema. Palma obtendría fama literaria, pero su inspiración, Petronila Romero, solo sería condecorada con el mayor de los anonimatos.
El segundo poema en El Comercio, más dotado técnica y estilísticamente, se publicó el 25 de noviembre de ese mismo año y fue dedicado ya no a una ilustre desconocida sino un personaje histórico: el general peruano Agustín Gamarra, quien había caído en la batalla de Ingavi (Bolivia) contra Santa Cruz y su pretensión de instaurar la Confederación Perú-Boliviana. Gamarra murió en 1841, pero recién su cuerpo regresaba a Lima por esos días de 1848.
La mirada de Aurelio Miró Quesada Sosa
El doctor Aurelio Miró Quesada Sosa rescató en su artículo citado, el que publicó por los 50 años de la muerte de Palma, una figura exacta del gran tradicionista, cuya imagen había variado en el tiempo. Palma pasó de ser una figura formal, académica y tradicional para sus tiempos –además de una especie de niño genio– a constituirse en un hombre sencillo y maduro, lejos de cualquier pose distante con la gente.
Quizás muchos no sepan o no recuerden que el escritor peruano se dedicó en sus primeros años a labores contables y a viajar para tal fin en distintos buques por altamar. Pero su vida se fue acercando cada vez más a las costumbres y vivencias de la gente más sencilla. Esa buscada simpleza lo inmortalizó. Esa es justamente la imagen que describió de él el doctor Miró Quesada. Palma fue un romántico y nunca dejó de serlo. Bajo esa mirada poética y humana escribió “Armonías” (1865), “Pasionarias” (1870) y también exquisitos prólogos, como el que escribió para el libro “Veladas literarias” (1892), de la escritora argentina, radicada en el Perú, Juana Manuela Gorriti, amiga suya.
A sus 30 años, Palma empezó un acercamiento y apego a la cultura popular sin dejar por ello su afán humanista y culto. Ganó una popularidad real a partir de su trabajo y no con imposturas. Y así, empezó a escribir comedias y a colaborar, por ejemplo, con Manuel A. Segura en “El santo de Panchita” (1859). Entonces se fue abriendo paso, poco a poco, un espíritu libre y picaresco, ese que luego se establecería claramente en libros posteriores como “Verbos y gerundios” (1877).
El dramaturgo Palma también se democratizó y sus aportes a las tablas fueron alentados por El Comercio, que publicó reseñas y comentarios positivos a su trabajo literario, pero también permitió la crítica libre de quienes lo desestimaban y hasta ridiculizaban en aquellos años 50, 60 y hasta 70 del siglo XIX. Miró Quesada Sosa anota justamente ese paso o cambio que iría de sus primeras leyendas románticas a sus relatos más criollos como “Don Dimas de la Tijereta” (1864) y a sus famosas “Tradiciones Peruanas”, las cuales aparecieron a partir de 1872 y a lo largo de esa década de 1870, hasta antes del inicio de la Guerra del Pacífico (1879-1883).
En esa década acentuó sus vínculos con El Comercio a través de las “Crónicas de Lima”. Su talento literario-académico y su ingenio humanista rebasó las fronteras y llegó hasta España; allí, en abril de 1878, la Real Academia Española lo eligió como “Académico Correspondiente” en el Perú, noticia difundida por El Comercio. Para entonces, el escritor limeño era muy popular con sus “Tradiciones Peruanas”.
Guerra, madurez y muerte
Palma enfrentó –como cualquier peruano– los duros momentos de la invasión chilena, especialmente en Lima, donde vivió la ocupación entre 1881 y 1883. Su papel en la etapa de reconstrucción del país fue muy importante. El tradicionista se convirtió en el “bibliotecario mendigo”, reconstructor de la Biblioteca Nacional del Perú, saqueada por las fuerzas invasoras. Allí hizo un gran trabajo, mientras seguía muy vinculado con El Comercio, convirtiéndose en corresponsal en España cuando en 1892 el gobierno de Remigio Morales Bermúdez lo designó, con categoría de ministro, “Delegado Oficial del Perú a la celebración del Cuarto Centenario del descubrimiento de América”.
La humildad y el profesionalismo de Palma lo llevaron, pese a su alto cargo, a escribir crónicas y notas para El Comercio. En medio de sus participaciones en los congresos americanistas y geográficos en las ciudades de Huelva, Granada y Córdoba, Palma tuvo tiempo para poner por escrito esas experiencias. Lo de él era una mezcla de vocación literaria e histórica, pero también de aliento periodístico.
Palma fue muy amigo del director del diario Decano, José Antonio Miró Quesada, por eso quizás no dejó de mandar sus colaboraciones periodísticas que iban en paralelo a su trabajo literario y académico. Un ejemplo de ese compromiso ocurrió el 25 de julio de 1908, cuando ya convertido en toda una autoridad intelectual continental, publicó en las páginas de El Comercio, en la edición de la tarde, su famosa tradición titulada: “La Historia del Perú por el Padre Urías”, donde evidenció la importancia del diario en la vida de los peruanos.
Rodeado de sus discípulos y admiradores, y en medio de condecoraciones y mucho respeto de las autoridades y del propio pueblo, Ricardo Palma Soriano murió en paz, en su casa de Miraflores (hoy casa-museo), el 6 de octubre de 1919. Así se fue de este mundo, el mejor escritor de los primeros cien años de nuestra República independiente.