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César Vallejo: ¿cómo nació la extraña escultura del poeta que está en la plazuela de San Agustín en Lima?
El 4 de agosto de 1961 no fue una fecha más. Ese día se anunció públicamente que empezaba una colecta pública para erigir en Lima un monumento especial a César Vallejo, el poeta peruano más reconocido mundialmente.
Ese día cayó viernes, el viernes 4 de agosto de 1961, y la mejor la noticia de esa jornada la dio El Comercio cuando anunció que donaría 5 mil soles para colaborar con el levantamiento de la escultura al poeta peruano César Vallejo, el autor de los libros más trascendentales de la poesía peruana del siglo XX: “Los heraldos negros” (1919), “Trilce” (1922) y “Poemas Humanos” (1939).
La idea ya estaba planteada y la propia pieza escultórica bastante avanzada. Se tenía señalado, asimismo, el lugar donde estaría el monumento: se ubicaría en la plazuela de San Agustín, en la esquina de los jirones Ica y Camaná, en el Centro de Lima. El espacio a ocupar por el exquisito monumento fue determinado por la propia Alcaldía de Lima, cuyo alcalde Héctor García Ribeyro estaba muy entusiasmado con la propuesta del escultor español, de origen vasco,Jorge Oteiza (1908-2003), uno de los artistas plásticos más versátiles del siglo XX.
Meses antes, Oteiza se había encargado de proyectar en el papel y luego en una maqueta la hermosa y moderna “Estela Funeraria”, con la que, dijo, buscaba interpretar “el espíritu del verso de Vallejo”. En realidad, la pieza, que hoy se luce algo escondida en la plazuela de San Agustín, en el Centro de Lima, constaba de dos láminas con “vacíos receptivos”, con los que Oteiza creaba una sublime plástica constructivista en movimiento.
El artista plástico vasco era un creador experimental, abstracto y vital, que buscaba activar volúmenes y espacios; en ese camino, Oteiza llegó a realizar unos años antes de su obra dedicada a Vallejo, dos series importantes: “Desocupación de la esfera” (1957-58) y “Cajas vacías o Cajas Metafísicas” (1958). La mirada artística de Oteiza buscaba al final de cuentas “desmaterializar el objeto” al punto de plantear el surgimiento de un espacio netamente metafísico y espiritual.
Era, pues, un escultor de primera línea el que estaba detrás de esa pieza escultórica vallejiana, la cual avanzaba sin pausa bajo el amparo institucional del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC). Tal ente cultural había empezado a recaudar fondos, algo que empezaron ellos mismos al donar 10 mil soles (de la época), los que, sumados a los 5 mil soles de El Comercio, dieron pie a que más ciudadanos e instituciones se sumaran al proyecto de homenaje al poeta de Santiago de Chuco (La Libertad).
La colecta pública que empezó ese día formalmente permitió cubrir los gastos de la “materialización de la maqueta de Oteiza y el basamento de la Estela”, informó el diario decano. La figura universal de César Vallejo era cercana a El Comercio, pues el poeta había sido un constante colaborador del diario, a finales de los años 20, en los que escribió crónicas y artículos desde Europa.
De esta forma, entre el Instituto de Arte Contemporáneo y El Comercio motivaron a los ciudadanos a apoyar este homenaje al poeta de “España, aparta de mí este cáliz” (1939). La convocatoria era abierta a “instituciones culturales y educativas del país, a los intelectuales y artistas y al público en general”. El llamado ‘óbolo’, como se decía entonces, haría posible completar la obra y colocarla con la debida seguridad y firmeza para que durara eternamente en medio de la plazuela de San Agustín.
El diario publicó ese mismo día la carta del presidente del Instituto de Arte Contemporáneo, Manuel Mujica Gallo, con fecha del 26 de julio de 1961, que hacía referencia a la necesidad de la colecta vallejiana. La carta señalaba también que era muy necesario y merecido que la ciudad de Lima “rindiera homenaje” a César Vallejo como artista creador nacional.
Fue justamente el IAC el que llevó adelante la gestión en la alcaldía limeña durante varios meses, y así tuvo la oportunidad de apoyar -desde un inicio- “el deseo del prestigioso escultor español Jorge Oteiza, premiado en la Bienal de Sao Paulo en 1957, de tributarle en Lima su homenaje al consagrado vate peruano”. El IAC invitó al artista plástico a venir a Lima, y fue aquí, en la capital peruana, donde Oteiza “creó y donó una Estela Funeraria a la memoria de César Vallejo”.
En ese momento, en agosto de 1961, la pieza escultórica de Oteiza estaba ya lista para “forjarla a su tamaño natural”, anunció el artista. Por eso mismo era el momento clave para iniciar una colecta que asegurara el cubrimiento de los gastos de instalación en el espacio reservado para ello.
Finalmente, la recaudación de los ‘óbolos’ voluntarios resultó un éxito, aunque debieron pasar algunos meses para ver inaugurado el monumento escultórico a honor a la imagen del gran poeta peruano. En noviembre de ese mismo año (1961), Lima fue testigo de ese importante instante en que las artes se homenajeaban –escultura y poesía– con el apoyo y amparo de los propios ciudadanos.
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