¿Qué cartas enviarán estas personas? ¿A quién dirigen esas misivas que están por echar al buzón del correo central de Lima?
Es un día de diciembre de 1950; ha sido un año especialmente intenso: se celebraron elecciones, se montó una revolución, se produjo un terremoto. Ante la proximidad de las Navidades y el año nuevo, sería fácil suponer que la mayoría de estos hombres y mujeres están por remitir cartas cargadas de buenos deseos a sus familiares y amigos, esperando que 1951 les depare una mejor suerte.
Sin embargo, al observar la foto con detenimiento, me asalta otra sensación. Pienso, por ejemplo, que el hombre del fondo, el de bigote, corbata, inminente calvicie y gesto adusto acaba de escribir una carta lapidaria, una carta en la que anuncia un adiós o un ultimátum. Entre tanto, el señor que figura a su izquierda, el de lentes oscuros y cabello engominado que estira el brazo derecho en busca de un sello, es obvio que va a comunicar una ruina económica, una noticia fúnebre o un despido inesperado. En cambio, la mujer que aparece en el extremo derecho, en primer plano, con vestido florido, de cuyo antebrazo izquierdo cuelga una cartera, tiene cara de traviesa, como si la carta que acaba de cerrar confesara un antiguo amor que, con suerte, será próximamente correspondido. Es distinto el caso del joven que está su lado, el chico alto de cejas pobladas. Basta mirarlo para saber que ha informado a sus padres de un logro académico o laboral que le deparará no pocas satisfacciones económicas.
De los demás, no parece haber mucho qué decir. Sus rostros no transmiten nada. Quizá solo han llenado un par de folios indicando la necesidad de un préstamo, señalando un cambio de dirección, o dando vagos detalles de un viaje reciente y aburrido.